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Inés serrano Fernández

El perdón en la familia

Saber cómo se pide perdón es condición necesaria, pero no suficiente, para hacerlo. El elemento crítico es que nuestros hijos aprendan a preguntarse: «¿Lo que he hecho, está bien o está mal?». De nada sirve que mostremos el cómo, si no diferencian el bien del mal. Debemos, por tanto, acompañar su desarrollo moral

Los padres queremos preparar a los hijos para una vida adulta sana y funcional. La mayoría consideramos que cultivar unas relaciones sociales positivas será clave para ello. En este contexto, una de las habilidades estrella es saber pedir perdón.

¿Cómo enseñar a los hijos a pedir perdón? Hay una secuencia de acciones a seguir: primero, poner el foco en el otro; segundo, nombrar aquello por lo que se pide perdón; tercero, explicar por qué se ha actuado así, sin excusarse; cuarto, especificar acciones para que no se repita; quinto, reparar o compensar, y sexto, escuchar todo lo que la otra persona tenga que decir, respetando su experiencia.

Cuando, por ejemplo, el primito está llorando porque mi hijo le pegó para conseguir un juguete, pregunto: «¿El primo está contento o está triste?» Triste. «Pegar para conseguir el juguete ¿está bien o está mal?». Si mi hijo aún duda, respondo yo, «está mal». «¿Hay algún motivo para haberlo hecho?» (le permito explicarse) «Yo también lo quería», dice. «¿Qué puedes hacer en lugar de pegar, cuando quieras el juguete que tiene otro?» Si no me sabe responder, respondo yo: «Turnos». «¿Cómo vas a hacer para que el primo se sienta mejor?» Pedirle perdón, darle un beso, dejarle empezar el turno... Y si después el primo quiere quejarse, le escuchamos.

Saber cómo se pide perdón es condición necesaria, pero no suficiente, para hacerlo. El elemento crítico es que nuestros hijos aprendan a preguntarse: «¿Lo que he hecho, está bien o está mal?».

Efectivamente: de nada sirve que mostremos el cómo, si no diferencian el bien del mal. Debemos, por tanto, acompañar su desarrollo moral.

Existen diversos modelos teóricos de desarrollo moral. Uno de ellos, el de L. Kolhberg, establece distintas etapas en función de la capacidad de pensar. Según observó, los niños avanzan moralmente cuando son capaces de reflexionar sobre sus actos, entender consecuencias, y construir criterios propios sobre el bien. Y la familia es clave para eso.

Su modelo incluye tres niveles: preconvencional, convencional y postconvencional.

En el nivel preconvencional, típico de la infancia, los juicios morales se basan en evitar castigo o buscar recompensas.

En el nivel convencional, propio de la adolescencia y de muchos adultos, la moral se fundamenta en cumplir expectativas sociales, mantener el orden y respetar la ley.

Finalmente, en el nivel postconvencional, que solo una minoría alcanza, la persona juzga sus actos según principios éticos universales, aunque puedan entrar en conflicto con normas socialmente aceptadas.

Si queremos que nuestros hijos evolucionen desde el nivel preconvencional al convencional, hay algunas acciones que podemos poner en marcha.

Por ejemplo, indicar que «eso hace daño al otro» y no sólo que está mal, es decir, razonamiento además de normas. También, preguntarles: «¿cómo crees que se sintió?», para crecer en empatía. Usar consecuencias lógicas, relacionadas con el daño, y así crecer en responsabilidad, es decir, si rompió algo, que ayude a arreglarlo.

Y, por último, aunque fundamental, ser nosotros los padres, ejemplo moral, tratando a los demás con respeto, reconociendo errores y pidiendo perdón cuando nos equivocamos, ya que somos el gran espejo en el que se miran 24/7.

  • Inés Serrano Fernández es profesora del departamento de Psicología de la Universidad CEU San Pablo y psicoterapeuta
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