¿Matrimonio sin patrimonio? El triángulo inseparable para una familia
«Adquirir una propiedad familiar, conservarla y transmitirla resulta cada vez más difícil ante la avalancha fiscal de inspiración socialdemócrata que penaliza injustamente y en exceso el patrimonio familiar», alerta Carmen Sánchez Maíllo, secretaria académica del Instituto CEU de Estudios de la Familia
Matrimonio, familia y patrimonio forman un triángulo inseparable. Cada vértice sostiene y necesita de los otros
Lo evidente durante generaciones, aquello que no era necesario explicar pues constituía el cimiento básico de toda sociedad y formaba parte de los sobreentendidos, ahora no es algo indiscutido para una gran masa social. Por eso es necesario hacer el esfuerzo de explicar por qué, entonces y ahora, lo evidente es imprescindible para edificar una sociedad. Elio Gallego nos recuerda que la familia, edificada sobre la paternidad y maternidad del hombre y la mujer, es el ámbito humano por excelencia y por ello matriz generadora de la humanidad.
Vuelve a ser necesario insistir en que pocas instituciones hay tan esenciales como el matrimonio para la vida comunitaria y para la felicidad personal y familiar. Aunque sin duda el matrimonio y la familia se cimentan en el amor y en la entrega, no es asunto menor la importancia de los bienes materiales para el sostenimiento de la familia, además del valor espiritual, afectivo y de identidad que tiene una casa familiar, un cuadro, una joya custodiada durante generaciones, un mueble o cualquier otro objeto que hace presente a los padres, abuelos o antepasados relevantes de toda familia.
«Recibe estas arras como prenda de la bendición de Dios y signo de los bienes que vamos a compartir»: estas son las palabras que recitan los novios en la ceremonia. Las arras son trece monedas que los novios se entregan mutuamente durante la ceremonia en el rito católico del matrimonio. Este gesto de entrega mutua entre los esposos no sólo no es un símbolo vacío, sino que su origen tiene raíces y aporta un sentido profundo.
Ya en la tradición romana, las arras significaban un pago que el novio ofrecía como garantía de su compromiso y servía también para demostrar su capacidad para mantener a la futura familia. Con el cristianismo, que mejora y plenifica lo mejor de cada cultura, este gesto se convirtió en un símbolo de unidad y comunión, incorporándose al rito religioso como parte del sacramento.
Las arras representan, sobre todo, la promesa de que los esposos compartirán bienes materiales en su vida en común. Implica también que ambos se comprometen a ser buenos administradores de los recursos del hogar y apoyarse «en la prosperidad y en la adversidad». Y es que el camino de la vida puede deparar sin duda muchas situaciones personales y económicas, de salud y enfermedad, de abundancia y de escasez que cada matrimonio debe sobrellevar del modo más prudente posible.
Uno de los mejores legados que nos ofrece Roma son las numerosas palabras heredadas del latín, los conceptos, las instituciones jurídicas o los aforismos concebidos por los juristas romanos. El más oportuno para tratar la cuestión que nos convoca reza: Familia, id est patrimonio, que traducimos como «familia, es decir, el patrimonio».
Esta locución latina se explica conociendo que en la antigua Roma la familia se entendía como una unidad económica y por tanto, la estructura familiar estaba ligada a los bienes que se poseían y se administraban, configurándose como una institución jurídica y económica.
El matrimonium aseguraba la maternidad, mientras que el patrimonio garantizaba la herencia del padre, y es que ambas palabras, matrimonio y patrimonio, comparten etimología: matrimonio, de mater, designaba el estatus legal de una mujer casada con el derecho a ser madre legítima de los hijos de un hombre; patrimonio, de pater, significa «lo del padre», es decir los bienes transmitidos por el padre.
Además, comparten el sufijo -monium que indica condición legal: matrimonio está ligado a la maternidad legítima, mientras que patrimonio se refiere a la herencia paterna. Maternidad y matrimonio, pues, son términos que participan de la misma raíz, al igual que padre y patrimonio. La figura del pater familias en Roma era el custodio del patrimonio, un patrimonio que se conservaba para transmitirse a la siguiente generación.
El matrimonio por tanto aseguraba la legitimidad de los hijos y el patrimonio garantizaba la transmisión de los bienes a través del linaje masculino. Matrimonio y patrimonio, por lo tanto, conforman una clave esencial de la familia y quedan unidos con la definición de matrimonio que nos regala Modestino: «Consorcio para toda la vida, comunicación de derecho divino y humano».
Por patrimonio en sentido amplio podemos entender la unidad de bienes tangibles e intangibles que conforman la economía de la familia. De la mano de Russell Kirk cabe afirmar que los bienes que reúne una familia a lo largo de la vida no sólo tienen una significación material, sino que son también legados culturales y espirituales que vinculan a las generaciones alimentando el recuerdo y explicando el origen de la propia familia para entenderse mejor. Piénsese por ejemplo en profesiones heredadas de padres a hijos de las que se pueden conservar herramientas de trabajo, libros, útiles de botica, de carpintería, de labranza o de tantos oficios enseñados a la siguiente generación o simplemente custodiados para el recuerdo.
Un factor que resulta imprescindible destacar es la importancia de la propiedad privada en la realidad del matrimonio y la familia. La conocida idea chestertoniana de que tener una pequeña propiedad, una casa, un terreno o un negocio familiar es algo esencial para la libertad y la dignidad humana, Burke la había señalado al decir que sólo la propiedad permite a las personas mantener independencia moral y política.
Conservar la propiedad, el negocio, o la empresa familiar es también conservar la memoria y la identidad de quienes fundaron la familia de la que hoy somos testigos. Burke advierte que la propiedad privada es la garantía de libertad contra el poder arbitrario. Hayek, como agudo observador de las sociedades modernas, considera esencial para evitar el totalitarismo preservar la autonomía familiar, y asegura que sin propiedad privada el Estado puede controlar todos los aspectos de la vida.
Burke advierte que la propiedad privada es la garantía de libertad contra el poder arbitrario (...). Sin propiedad privada el Estado puede controlar todos los aspectos de la vida
Las advertencias de los autores conservadores a lo largo del tiempo hoy las percibimos perfectamente pertinentes, en la actualidad adquirir una propiedad familiar, conservarla y transmitirla resulta cada vez más difícil ante la avalancha fiscal de inspiración socialdemócrata que penaliza injustamente y en exceso el patrimonio familiar.
El patrimonio familiar, no sólo sirve para mantener a la familia –que no es poco– sino que es la oportunidad de conectar el trabajo pasado de una generación, con el reto futuro de la generación siguiente, de honrar a los antepasados y mejorar su legado como propósito y privilegio de los descendientes.
Cuántos negocios o empresas familiares han mantenido varias generaciones familiares de hijos, nietos y bisnietos. La empresa familiar es responsabilidad, privilegio y oportunidad, siempre, de dar un rostro amable y familiar al entorno económico.
La empresa de origen familiar debe ser tratada por el Estado como una realidad a conservar, pues su función social está pegada a la historia no sólo de una familia, sino también del lugar donde surge, donde ha empleado a muchas familias y donde ha sido el motor de la prosperidad local.
Transmitir bienes a los hijos no es sólo un acto económico sino un acto de justicia, de aquí el origen de lo que se denomina «el tercio de legítima», parte que debe ser heredado únicamente por los hijos, quienes solían colaborar y mejorar los frutos, ahorros y beneficios obtenidos por los padres.
Transmitir bienes a los hijos no es sólo un acto económico, sino un acto de justicia. De aquí el origen de lo que se denomina «el tercio de legítima», parte que debe ser heredado únicamente por los hijos
Roger Scruton, uno de los modernos pensadores británicos que abrazan el pensamiento tradicional, procediendo él mismo de una familia trabajadora y cercana al laborismo, considera el acto de heredar como una forma de reconocer el esfuerzo de los padres y de dar continuidad a su legado, pero también afina atreviéndose a exigir que lo que recibimos debemos conservarlo y transmitirlo.
En este orden de cosas defenderá que la herencia no es sólo una cuestión económica sino una forma de transmitir identidad, responsabilidad y pertenencia. Los bienes heredados deben ser tratados con reverencia, pues representan el esfuerzo acumulado de generaciones pasadas. La herencia familiar fortalece el sentido de comunidad y de deber intergeneracional.
En el mismo sentido, el genial colombiano Gómez Dávila, un pensador hispánico que poco a poco va ganando relevancia universal, vislumbra y subraya, siempre, que en la propiedad heredada habita una responsabilidad, más que un privilegio. En sus Escolios sugiere que conservar el patrimonio familiar es un acto de fidelidad a los antepasados y sobre todo una forma de resistir la disolución cultural. La permanencia del patrimonio, bien gestionado, que sabe y actúa en consecuencia con su responsabilidad con la sociedad es una garantía de desarrollo armónico y justo.
Don Nicolás, Colacho para los amigos, matiza más y apunta a la preciosa idea de que el legado familiar es un vínculo sagrado entre el pasado y el futuro. Heredar es recibir una tarea: transmitir una casa, una tierra o un negocio implica también transmitir una historia, una identidad y una obligación moral de bien, de verdad y de justo progreso. El patrimonio es un vínculo entre generaciones, una forma de honrar el pasado y preparar el futuro. La propiedad conservada es un lugar, ámbito y medio de libertad frente a los excesos del capitalismo y del estatismo voraz de las sociedades que se autoproclaman del bienestar.
Gómez Dávila afirma que la tradición es la memoria de los muertos y la herencia su voz, la herencia no es desigualdad arbitraria sino una expresión de continuidad, de gratitud y de deber. Heredar implica reconocer que no somos el inicio de la historia, sino parte de una cadena que nos precede y nos trasciende.
Todas estas consideraciones relativas al patrimonio y la familia deben leerse a la luz de un principio que la Iglesia católica ha defendido a lo largo de su historia. Esto es, los bienes y el patrimonio sirven esencialmente al destino universal de los bienes, a su necesaria utilidad para muchos pues el bien común y el regalo de la creación para todos sugieren que los bienes deben ser compartidos como parte de su destino. Esa idea se entiende naturalmente cuando se crece en familias numerosas. Los bienes están a disposición de sus miembros y prevalece siempre su funcionalidad a su pertenencia. Vivir en primera persona como se hereda una camisa, un traje familiar, el reloj antiguo, educa en la idea de los bienes compartidos y es un antídoto eficaz contra egoísmo individualista.
El modo en el que se gasta y administra el dinero necesariamente se alinea con esta directriz del destino universal de los bienes que no es un mero ideal. El uso sensato del dinero, de la casa familiar, de la empresa recibida conlleva prudencia, inteligencia y sensatez. El horizonte de un bienestar compartido en comunidad es un aliciente para el emprendedor y para sus sucesores. De ahí que podamos afirmar que matrimonio, familia y patrimonio forman un triángulo inseparable.
Cada vértice sostiene y necesita de los otros: sin matrimonio no hay familia; sin familia no hay transmisión de certezas; y sin patrimonio no hay continuidad. Defender este triángulo no es nostalgia, sino resistencia frente a la disolución cultural a la que cada generación tiene que hacer frente.
El bien no se sostiene solo, defender estas verdades es afirmar que la libertad, la identidad y la virtud nacen en lo concreto, en lo heredado, en el compromiso personal y familiar.
- Carmen Sánchez Maíllo es profesora titular de Teoría del Derecho y secretaria académica del Instituto CEU de Estudios de la Familia