En 2022, 'Whathefav' registró unos ingresos de 301.191,70 euros
Zapatero y sus hijas, Ábalos y su hijo, Begoña y las saunas... ¿los negocios oscuros pasan de padres a hijos?
Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, pero la actualidad no deja de vincular a cargos socialistas en negocios cuestionables... que terminan salpicando a sus hijos. Pero, ¿qué dicen los estudios sobre familia y criminalidad? ¿De padres delincuentes, hijos delincuentes?
Un apellido que aparece una y otra vez en los sumarios, hijos que aprenden desde pequeños a mirar a la policía como al enemigo, familias enteras dedicadas al menudeo de droga o a turbios «negocios» de prostitución, tramas de corrupción institucional con ramificaciones que van hacia los hijos o los yernos…
Según la criminología, la intuición popular de que hay delitos que «van en la familia» –con ese refrán tan español de que, «de padres gatos, hijos michines»– tiene base científica, aunque también muchos matices.
De hecho, aunque hay un término acuñado por criminólogos y psiquiatras forenses, «intergenerational offending», para referirse a la continuidad delictiva entre padres e hijos, no son pocos los estudios que señalan la derivada familiar como un factor clave tanto para perpetuar malas conductas, como para romper con ellas.
La actualidad judicial y policial en España no deja de ofrecer muestras de esta particular relación paterno-filial.
Las más recientes, por ahora, se encuentran bajo el amparo de la presunción de inocencia o en fase de instrucción, pero los ejemplos son numerosos: José Luis Ábalos, actualmente en prisión, ha visto cómo los informes de la UCO mencionan movimientos económicos irregulares vinculados a su hijo; la Audiencia Provincial de Madrid ha avalado que continúe la investigación contra Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, por presunta malversación, en un caso que salió a la luz casi a la vez que se conocían los negocios de su padre (el suegro de Pedro Sánchez), con saunas donde presuntamente se habría ejercido la prostitución homosexual. Y los últimos en sumarse a este grupo han sido los Rodríguez-Espinosa, a cuenta del caso Plus Ultra: el empresario Julio Martínez, detenido por la Policía Nacional, no sólo era íntimo amigo y posible testaferro del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, sino también cliente de Whathefav, la empresa de sus hijas Laura y Alba, en una operación que la UDEF está analizando por posible blanqueo de capitales.
El delito sí «corre en las familias», pero...
Más allá de cuánto haya de delito en esos casos concretos que aún se están investigando, los estudios para analizar un posible vínculo entre crimen y familia son numerosos, y desde hace siglos.
Incluso en el siglo XIX y a inicios del XX se llegaron a estudiar posibles querencias genéticas de carácter hereditario hacia el mal.
Hoy, sin embargo, los expertos muestran un acuerdo unánime hacia la influencia en los hijos que pueden tener los padres con comportamientos delictivos, pero también descartan cualquier tipo de carga hereditaria en el ADN, más allá de las relacionadas con enfermedades mentales como la psicopatía o la esquizofrenia.
Hasta 2,4 veces más propensos
Uno de los análisis internacional más amplios en este sentido es el que lideró Sytske Besemer, del Institute of Human Development de la Universidad de Berkeley, con datos de más de 3,4 millones de niños.
El informe, de 2017, concluye que los hijos de padres con antecedentes penales tienen un riesgo «aproximadamente 2,4 veces mayor» de mostrar conductas delictivas, que los hijos de padres sin condenas.
También un reciente informe del Ministerio de Justicia británico, que cita hasta 44 estudios, resume así el consenso criminológico: «Hay una fuerte correlación entre la delincuencia parental y la delincuencia de los hijos, establecida en numerosos estudios en distintos países». Sin embargo, los propios autores insisten en que se trata de «riesgo aumentado», no de «condena anticipada».
Dicho de otro modo: tener unos padres implicados en negocios turbios o en actividades delictivas hace más probable que los hijos terminen replicando malos comportamientos, o directamente implicados en ese mismo tipo de actividades, aunque no es un factor determinante e insoslayable.
Cuando el delito es el negocio de la casa
En determinados entornos, la transmisión del delito es especialmente visible. Especialmente, cuando hablamos de drogas o crimen organizado, o cuando las actividades delictivas o turbias terminan por erigirse en el pilar económico de la familia.
Así, una investigación policial sobre siete clanes criminales que operaban en el sur de los Países Bajos, y publicado en Trends in Organized Crime, muestra cómo varias generaciones pasan, progresivamente, de pequeños encargos de trapicheo a liderar grupos dedicados al tráfico de cannabis, cocaína y a la producción de drogas sintéticas. ¿Siempre? No. En dos de las siete familias analizadas no hubo hijos condenados por delitos de drogas (aunque en otras, sí los hubo por otras causas).
Algo parecido encontró la criminóloga Eloise Dunlap (también de la Universidad de Berkeley) en un famoso estudio sobre hogares marcados por la explotación sexual, el consumo de drogas y la violencia, en barrios deprimidos de Nueva York.
«Las normas de conducta sobre drogas, sexualidad y violencia se recapitulan a lo largo de cuatro generaciones de mujeres», que terminan reproduciendo en la edad adulta lo que vivieron de niñas, explica Dunlap.
En estos contextos, el delito no es sólo una opción: es el guion normalizado de la vida adulta, el modelo de éxito que los menores ven en casa.
La familia influye, pero la cadena se puede romper
Los mecanismos que explican esta continuidad son múltiples: pobreza crónica, barrios con alta criminalidad, fracaso escolar, consumo de sustancias, violencia intrafamiliar, estilos parentales duros o negligentes… También el abuso de poder, la sensación de impunidad, la corrupción estructural o una élite económica y política asentada en la corrupción.
Incluso un sentimiento tan noble como la lealtad a la familia o el deseo de protección a los mayores puede verse pervertido para amparar (o, incluso, incrementar) las malas acciones de los padres.
En España, la Sociedad Española de Investigación Criminológica (SEIC) lleva años subrayando que el delito no se hereda como el color de ojos, pero sí se ve fuertemente condicionado por el entorno familiar. Su Revista Española de Investigación Criminológica ha publicado varios trabajos en este sentido, como el modelo del Triple Riesgo Delictivo de Santiago Redondo, que sitúa las «privaciones en la familia de origen» –crianza inadecuada, conflictos crónicos, pobreza y poca supervisión parental– dentro del bloque central de factores de riesgo, junto con los «amigos delincuentes» y las «oportunidades delictivas» del entorno.
Una de las voces más importantes en el ámbito de la criminología es la de David Farrington, catedrático del Instituto de Criminología de la Universidad de Cambridge, autor de más de 800 artículos, y citado en numerosos estudios en todo el mundo.
Farrington, que recibió el pasado año un homenaje póstumo de la Sociedad Española de Investigación Criminológica, resumía la idea de que «el crimen se concentra en unas pocas familias». Y matizaba que intervenir en factores de riesgo (como, por ejemplo, apoyar a las madres, reforzar la escuela, reducir la violencia en casa o incluso cambiar de barrio) puede cortar esa transmisión.
En otras palabras: tener unos padres delincuentes, o involucrados en actividades poco éticas, no obliga a repetir su historia... aunque sí coloca a los hijos en un terreno inestable, donde es más probable que se repitan comportamientos, como mínimo, poco ejemplares. Dejando, eso sí, un amplio margen a la esperanza.