Aline Griffith, muy sonriente durante una entrega de premios
Aline Griffith, el glamour de la condesa espía
Vivió entre joyas, fiestas y misiones a las que llevaba su pistola con mango de perlas
Modelo, escritora, celebridad, espía y condesa de Romanones. Aline Griffith podía ser descrita de muchas formas distintas, pero la que mejor la define es la de una mujer fascinante y revolucionaria. Exmodelo de los suburbios de Nueva York se convirtió en la Mata-Hari de la España de los 50 después de instalarse en Madrid durante la Segunda Guerra Mundial como espía de la oficina de Servicios Estratégicos, un precursor de la CIA, para recopilar información sobre las nazis simpatizantes, incluyendo a Franco.
Su objetivo general era ayudar al éxito de las invasiones aliadas de Europa en 1944, pero entre misión y misión se enamoró del conde Luis de Figeroa –heredero de una de las mayores fortunas de España y nieto de un exministro de Asuntos Exteriores– y, en las décadas posteriores a la guerra, se convirtió en uno de los miembros más fotografiados de la jet set española.
Con sus resplandecientes diamantes, rubíes y esmeraldas, la condesa de Romanones, como era conocida, se dejó ver en compañía de sultanes y estrellas de cine, de primeras damas y creadores de moda. Entre sus habituales se incluía a Jacqueline Kennedy Onassis e Ivana Trump, el editor Malcolm Forbes o Imelda Marcos. En cierta ocasión, incluso, asistió a un baile de disfraces en un palacio francés en el que Audrey Hepburn llevaba una jaula de pájaros sobre su cabeza, mientras ella y Wallis Simpson, la duquesa de Windsor nacida en Estados Unidos, perseguían a un presunto topo soviético que trabajaba para la OTAN.
Autoconfesada «adicta a las aventuras», la condesa reveló que poseía una pistola con mango de perlas que siempre llevaba en su bolso y solo la noche antes de su boda en 1947 le contó a su marido que había sido agente del gobierno de los Estados Unidos. Él la convenció para que dejara de espiar para siempre, por su propio bien y por el bien de España, pero periódicamente continuó realizando trabajos clandestinos para la CIA.
«El espionaje se vuelve como una droga», dijo a la revista People en 1990. «Hace que la vida sea muy emocionante. Sabes cosas que otras personas no saben, siempre vas por debajo de la superficie». Documentó gran parte de sus peripecias en tres libros, pero generaron críticas por embellecer, e incluso convertir en ficción, algunos de sus hazañas. En 1991, Women's Wear Daily explicó que había verificado su trabajo con la OSS y otros archivos y creía que había «bordado» sus escapadas de espionaje.
«Todas mis historias se basan en la verdad. Es imposible que los detalles de cualquier misión que hice estén en un archivo», admitiendo, eso sí, que había cambiado los nombres de muchos de los mencionados porque todavía estaban vivos y podrían sentirse avergonzados. Sobre todo por las tareas en el centro de entrenamiento de Washington, donde le enseñaron a usar ametralladoras, a saltar en paracaídas y a matar a alguien con un simple periódico enrollado.
Murió en Madrid el 11 de diciembre por causas no reveladas a la edad de 94 años, según sus tres hijos, después de haber pasado la mayor parte de su vida de casada en un chalet urbano en la capital española y con casas de vacaciones en Marbella y un pied-à- terre en Park Avenue en Nueva York.