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Pedro Sánchez, en su comparecencia en la calle Ferraz

Pedro Sánchez, en su comparecencia en la calle Ferraz

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El truco de maquillaje de Sánchez para dar pena en su intervención en Ferraz

Un mes sin aparecer. Treinta días de silencio institucional. Y, de pronto, Pedro Sánchez reaparece. No en el Congreso, ni en La Moncloa, sino en Ferraz, la sede del PSOE, con gesto grave, traje impoluto, fondo rojo corporativo y... un maquillaje más propio de un editorial de moda que de una rueda de prensa para dar explicaciones por un escándalo de corrupción que ya salpica directamente a su número tres. Porque Santos Cerdán ha dimitido, y con él se cae otra pieza del ajedrez socialista en el ‘caso Koldo’. ¿La respuesta presidencial? Una comparecencia breve, medida al milímetro, donde lo más impactante no fue lo que dijo... sino cómo lo dijo y, sobre todo, cómo lucía.

La piel del jefe del Ejecutivo quería reflejar agotamiento institucional, pero transmitía más bien un bronceado caribeño. Parecía recién llegado de dos semanas en República Dominicana, aunque oficialmente no ha salido de Madrid. El tono oscuro y uniforme de su rostro bien podría deberse a una base de maquillaje dos tonos por encima, a una sesión de rayos UVA o, quizá, a largas tardes al sol en los jardines de La Moncloa, debatiéndose entre dimitir... o simplemente parecer demacrado. Porque ese era, al parecer, el objetivo: fingir abatimiento con precisión estética. Pero el resultado fue más estético que ético.

Lo cierto es que el líder socialista iba tan maquillado de pómulo —con sombras más marcadas que su propia oposición— que más que proyectar cansancio, proyectaba una inquietante sensación de caricatura emocional. Parecía más bien un personaje atrapado entre la tristeza y el cartón piedra. Con la cara estirada, los ángulos perfilados y los ojos apagados por el peso de tantas malas noticias, recordaba más a Michael Jackson en el videoclip de Thriller que a un jefe de Gobierno gestionando una crisis de partido.

Y no es para menos. A la dimisión de Cerdán se suma el cerco judicial a su exministro Ábalos, los contratos bajo sospecha, los informes de la UCO, los ecos del caso Tito Berni, las comisiones infladas durante la pandemia, las amistades peligrosas... y ahora también, las acusaciones públicas contra su propia mujer, Begoña Gómez, investigada por tráfico de influencias, y su hermano David Sánchez, también bajo la lupa judicial en Badajoz por un escándalo de subvenciones, opacidad contractual y una sorprendente nómina pública de más de 50.000 euros anuales por un cargo sin apenas huella profesional. Un desgaste que no se puede ocultar… aunque se intente cubrir con polvos matificantes y corrector de ojeras.

Pero la verdadera protagonista de la escena no fue la rueda de prensa, sino el contouring político. Esta técnica de maquillaje, originalmente usada en teatro y cine, fue popularizada a nivel mainstream por Kim Kardashian y su maquillador Mario Dedivanovic. Consiste en aplicar productos más oscuros en las zonas del rostro que se quieren afinar (como los laterales de la nariz, la mandíbula o debajo de los pómulos) y productos más claros o iluminadores en las zonas que se desea resaltar (como el centro de la frente, el puente nasal o la parte alta de los pómulos). El objetivo: esculpir visualmente el rostro, crear simetría, estilizar, y proyectar una imagen de firmeza... o fragilidad cuidadosamente calculada.

Pedro Sánchez Ferraz

Pedro Sánchez reapareció tras un mes de silencio institucional

Y eso fue exactamente lo que vimos: un rostro diseñado con precisión quirúrgica. Pómulos marcados, mandíbula suavizada, sombras estratégicamente colocadas para afilar los ángulos, y una piel sin brillo —o sin vida, según se mire—. La frente, especialmente, llamaba la atención: lisa, casi de cera, aunque esta vez sin rastros visibles de neuromoduladores. Todo indica que se apostó por el fijador escénico en lugar del bótox diplomático. Aun así, el resultado fue el mismo: una cara más construida que sentida.

Como apunta la asesora de imagen Anitta Ruiz de Monasterio, especializada en moda y comunicación política: «Maquilladísimo (supongo que para disimular la mala cara que debe tener), en la sede del PSOE, pero vestido de traje y corbata sobre un logo de ‘España Responde’...». La escenografía no era casual, y la estética —como casi siempre en política— era parte del mensaje.

Mientras tanto, las redes sociales ardían: «El maquillaje del presidente para intentar parecer demacrado es impresionante», decía un usuario. «Para que después digáis que no sabe gastar vuestros impuestos. Mirad lo productivo que ha sido duplicar el presupuesto en maquillaje para que hoy le pintaran cara de compungido», ironizaba otro.

Y no es solo sarcasmo digital: es también contabilidad pública. Desde su llegada al poder, el esposo de Begoña Gómez ha destinado 120.000 euros a servicios de imagen, incluyendo maquillaje para él, la vicepresidenta, la portavoz y otros altos cargos. El último contrato, adjudicado en julio de 2024, asciende a 41.810,10 euros, más del doble de lo invertido en 2021. Todo ello para garantizar que en cada acto, cada comparecencia y cada plano televisivo, el rostro institucional esté impecable, incluso cuando el partido está ardiendo.

Así que no, esto no fue solo maquillaje. Fue maquillaje con intención narrativa, aplicado para proyectar compasión sin mostrar debilidad, abatimiento sin admitir errores. El maquillaje como performance política, como escudo ante los titulares. Pero por muchas sombras que se apliquen bajo el pómulo, por muchos iluminadores que se extiendan en la frente, no hay brocha que disimule la vergüenza.

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