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25 de abril de 2024

Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, de Antonio Gisbert Pérez. 1860

'Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo', de Antonio Gisbert Pérez (1860)

Los comuneros: ¿la primera revolución moderna?

Tras la muerte de Fernando el Católico, el príncipe Carlos fue proclamado en Bruselas cogobernante, en 1517. Sin embargo, una gran parte de este grupo de castellanos se unirán a la rebelión de los comuneros

El pasado 3 de febrero se conmemoró, dentro del marco del 500 aniversario de las Comunidades de Castilla, la última revuelta comunera dirigida por María Pacheco. Las grandes revoluciones de la historia, por lo menos las más conocidas, son la Revolución inglesa (1688), la Revolución Americana (1775-1783) y la Revolución francesa en (1789-1799). Las tres supusieron un antes y un después para sus naciones, una ruptura que reniega de una época e inicia una nueva. Desde entonces, se ha convertido en un concepto clave para comprender la época moderna. Leyendo a José Antonio Maravall nos encontramos con una hipótesis muy sugerente: el fenómeno de las Comunidades de Castilla fue la primera revolución moderna de España y de Europa.

A diferencia de las revoluciones modernas, las Comunidades no pretendían un cambio de régimen

Guerra de las Comunidades de Castilla

Poco después de la muerte de Fernando el Católico en 1516, el príncipe Carlos fue proclamado en Bruselas cogobernante, con su madre Juana I de Castilla y Aragón. Llegó a Asturias en septiembre de 1517 y, en noviembre, fue a visitar a su madre a Tordesillas, donde fueron confirmados sus derechos reales. Las Cortes le reconocieron en Valladolid a los pocos días. No obstante muchos de los castellanos hubieran preferido a su hermano Fernando, nacido y criado en España y predilecto de su abuelo, el rey Fernando el Católico. Una gran parte de este grupo de castellanos se unirán a la rebelión de los comuneros.
Carlos se preparó para viajar a los Países Bajos cuando se enteró de que a la muerte de su abuelo Maximiliano, los siete príncipes electores alemanes le habían elegido para heredar el Sacro Imperio nombrándole «Rey de romanos» (título que quedó ratificado en su coronación en Aquisgrán el 23 de octubre de 1520). En febrero de 1520 convocó en Santiago de Compostela –por su cercanía al puerto desde el que se embarcaría hacia los Países Bajos– a las Cortes de Castilla. Allí los castellanos aceptaron de mala gana pagar los fondos solicitados por el rey.
El Papa Clemente VII y el Emperador Carlos V a caballo bajo un dosel , por Jacopo Ligozzi c. 1580

'El Papa Clemente VII y el Emperador Carlos V a caballo bajo un dosel' , por Jacopo Ligozzi c. 1580Wikimedia Commons

En ese mismo mes se producía un levantamiento en Toledo dirigido por Juan de Padilla, y al que siguió Segovia, liderada por Juan Bravo; Zamora, Toro, Madrid, Guadalajara, Ávila, Burgos, Murcia, Alcalá, León, Cuenca y Salamanca –encabezados por Pedro Maldonado–. La primera victoria comunera sería en Segovia. Meses más tarde, en julio, se formaba en Ávila la Junta Santa presidida por Pedro Lasso de la Vega. La Junta presentó estas peticiones al rey: que asistiesen a las Cortes dos procuradores de cada lugar de realengo (un hidalgo y otro labrador); que el rey no nombrase corregidores, sino que eligiese a partir de la propuesta de las ciudades; que todos los ciudadanos pudiesen llevar armas; que no se sacase moneda del reino y que no se declarase guerra sin la aprobación de las Cortes.
Los comuneros se establecen en el marco de Junta Central, como forma de reunir a todo el reino, representando a todos los ciudadanos. Esta Junta asumía la autoridad de todo el reino considerándose baluarte de la voluntad de los ciudadanos, no una representación por estamentos tradicionales (este modelo lo seguirán los franceses cuando se organizan para formar la Asamblea Nacional).
El primer motivo para el levantamiento fue la protesta contra los impuestos. A esta se le añadieron otras dos: por un lado, una reclamación de los puestos y rentas entregadas a los extranjeros; y por otro que las constantes salidas del rey dejaban al reino bajo el mando de un gobernante extranjero, como Adriano de Utrecht. La idea de nación y gobernación de los comuneros era muy concreta: el modelo de los Reyes Católicos, ellos fueron los primeros en idealizar el reinado de Isabel y Fernando.
En abril de 1521, los comuneros son derrotados en Villalar y sus líderes apresados; Juan de Padilla, Juan Bravo y Pedro Maldonado serán ejecutados el 29 de abril. En octubre de 1522 Carlos anuncia el perdón general a todos salvo para 293.
Pintura del siglo XIX de Manuel Picolo López, donde refleja el desarrollo de la batalla de Villalar

Pintura del siglo XIX de Manuel Picolo López, donde refleja el desarrollo de la batalla de Villalar

Se convirtió en un rey castellano

A pesar de su victoria en Villalar al emperador le costó recuperar la confianza del reino. Cuando regresó en 1522 estuvo siete años en España, el periodo más largo que pasó en cualquiera de sus dominios. Esta fue la etapa más exitosa de Carlos, los castellanos se reconciliaron con su rey, que ya hablaba castellano y estaba rodeado de personal castellano. Durante estos años procuró hacer importantes reformas para asentar su gobierno, que supusieron la modernización de la monarquía: renovó la corte, reorganizó la administración y fomentó un gran resurgimiento cultural. Parte de este éxito se justifica porque Carlos fue un rey itinerante, siguiendo el modelo de sus abuelos Isabel y Fernando.

Carlos I mostró un empeño por asemejar su gobernación a la de los Reyes Católicos

No parece casualidad que después de la revuelta de las Comunidades, Carlos mostrase un empeño por asemejar su gobernación a la de los Reyes Católicos. Este acontecimiento cambió la forma en la que Carlos tenía pensado gobernar: se convirtió en un rey castellano. Carlos solo tenía confesores españoles, eligió a españoles para los asuntos exteriores, reservó 10 puestos de la orden borgoña del Toisón de Oro para españoles; el castellano pasó a ser la lengua oficial de su séquito, y llegó a defenderla en Roma ante la crítica de un miembro de la curia romana diciendo: «No espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la que es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente christiana».
A principios del siglo XIX –así es el peso que tiene la historiografía decimonónica– se rehabilita el tema de las Comunidades y se les convierte en mártires de la libertad, en símbolos de la lucha contra el despotismo, en precursores de los liberales. En el siglo XIX se traerán dos ideas que, según ellos, ya tenían los comuneros: la lucha contra el despotismo y el nacionalismo (quizá temas un poco anacrónicos para el siglo XVI, pues parecen más bien una proyección de su propia época). Una característica única de las Comunidades en comparación con el resto de las revoluciones modernas es que no se movía hacia un cambio de régimen desde una monarquía hacia una república. Los comuneros no pretendían acabar ni con el rey ni con la monarquía.
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