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26 de abril de 2024

Soldados de la Primera Guerra Mundial bebiendo

Soldados de la Primera Guerra Mundial bebiendo©GTRESONLINE

Picotazos de historia

Emborracharse antes del combate podía ser muy peligroso

En caso de estar en primera línea, el suministro de ron era diario, al amanecer, antes de un ataque o para reanimar y calmar los nervios de aquellos que habían sobrevivido al combate

Oscuro, denso y fuerte, su graduación alcohólica debía estar entre los 54,9 y los 60º. Durante la Primera Guerra Mundial el ejército británico lo suministró con liberalidad pero con estrictas medidas de control.
El soldado no tenía derecho al ron, al contrario que en la marina, ya que era decisión del comandante de la división (a la 37ª división se la consideraba muy desgraciada, ya que su comandante, el general Reginald Pinney, era un abstemio militante que había suprimido el ron por té caliente y caramelos). La dosis –«el trago»– consistía en 70 ml de ron diluido en té o una cucharada de ron sin diluir previo a saltar la trinchera para un ataque. En caso de estar en primera línea, el suministro era diario, al amanecer («el momento más brillante del día» nos cuenta Robert Graves en su libro Adiós a todo eso), antes de un ataque o para reanimar y calmar los nervios de aquellos que habían sobrevivido al ataque. Su suministro era siempre agradecido.
El Alto Mando había dado instrucciones precisas para que se suministrara bajo estricto control y como tónico, prohibiéndose la posesión por parte de los suboficiales y tropa en primera línea. Era, al mismo tiempo, una herramienta motivacional, una recompensa y una cura. Los oficiales podían tener su propia reserva de bebidas alcohólicas siempre que lo pagaran de su bolsillo. Así encontramos más casos de oficiales que beben hasta el embotamiento que soldados, en primera línea. En el primer caso, el oficial era rápidamente apartado del mando (la oficialidad británica sufrió un 32% de bajas frente al 19,6% de la tropa) antes de que perdiera el control. En el segundo caso, la situación podía degenerar en algo peligroso, no solo para la persona que había ingerido en exceso, también para todos los demás.
Frank Richard, autor de una de las mejores biografiáis de la tropa durante la Primera Guerra Mundial (Old soldiers never die) lo dejó claro «Saltar a la trinchera estando bebido era buscarse problemas. En un ataque, patrulla nocturna, infiltración, etc., necesitabas de todos tus sentidos y la cabeza bien despejada, si querías sobrevivir».
Existen bastantes historias sobre soldados que entraron en combate en estado de borrachera absoluta. La inmensa mayoría son eso, historias. Solo he encontrado una, que pudiera ser comprobada, y es en las memorias de Guy Chapman en A passionate prodigality. En ellas nos cuenta que en septiembre del 1917, durante la batalla de Passchendaele (Tercera batalla de Ypres) su unidad, el 13er batallón de los Royal Fusiliers, estaba a punto de lanzarse a un ataque contra la línea alemana. El silencio previo, mientras los minutos pasaban con lentitud, se vio roto por los gritos de un soldado que se había emborrachado: «Al ataque, al ataque. Vamos a por vosotros»
–«Por el amor de Dios –dijo el oficial– que alguien haga callar a ese imbécil».
El soldado calló, sonó el silbato y se lanzaron a un sangriento e inútil asalto. De vuelta en las trincheras, Chapman encontró al soldado borracho. Estaba sentado, apoyado sobre la pared de la trinchera. Muy tranquilo. Una bayoneta le atravesaba el pecho.
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