Mencía de Calderón, Urraca I de León o Ana María de Soto: siete heroínas españolas que hicieron historia
Héroe se dice de aquella «persona famosa por sus hazañas», de alguien que «realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble» o de «la que alguien convierte en objeto de su especial admiración». María Pita, Inés Suárez, María Estrada, Isabel de Castilla o santa Teresa de Jesús son nombres que caben a la perfección en estas definiciones. Desde El Debate recogemos las historias de otras siete mujeres que fueron pieza clave en la Historia de España

Mencía Calderón de Sanabria fue una de las muchas mujeres que acompañaron a sus esposos en las expediciones de Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez. Al igual que doña Mariana (en la ilustración), Mencía desempeñó un papel importante en la conquista del Nuevo Mundo como primera adelantada. Ser «adelantado» era una dignidad recibida por parte del Rey que pasó de significar ser el jefe de una expedición militar a asumir la responsabilidad de representar al Rey en los territorios recién conquistados con funciones políticas, judiciales y militares.
Después de que su marido, Juan de Sanabria, adelantado del Río de la Plata, falleciese inesperadamente; Mencía y su hijo adoptarían este título y llevaría a cabo la misión de fundar dos pueblos y dar estabilidad en la actual Paraguay, zona fronteriza con los portugueses. Sin embargo, se produjo una terrible tempestad que hizo que la expedición naufragara y perdiese la vida su hijo.
Mencía quedaba sola en el nuevo mundo a cargo de la expedición y de las familias que viajaban con ella para fundar los dos pueblos. Pero valiente y decidida, a pesar de los contratiempos y las desdichas, consiguió recaudar más dinero para continuar con la expedición que terminó con la fundación del fuerte de San Francisco (actual Sao Francisco do Sul). La primera adelantada de América fue una mujer valiente y con gran sentido del honor que quiso cumplir la misión que le habían encomendado y contribuir a hacer más grande su tierra.

Otra de las mujeres soldado de las huestes de Hernán Cortés fue Isabel Rodríguez, que además de defenderse en el empleo de las armas durante la Noche Triste y Otumba, organizó un cuerpo de enfermeras. Por ello se la considera pionera en la medicina en campañas bélicas. Llegó a Nuevo Mundo en 1520 en compañía de su marido Miguel Rodríguez de Guadalupe. Primero se asentaron en La Española, luego se trasladaron a Cuba y más tarde viajaron al actual México con la expedición de Pánfilo de Narváez, quien por orden del gobernador de Cuba, Diego Velázquez, pretendió detener a Cortés, pero acabó fracasando.
Al haber fallado la expedición, Cortés convenció a la mayoría de los soldados de que se unieran a sus huestes e Isabel y su marido se unieron a la campaña del explorador extremeño.
Al lado de Isabel también se encontraban en el cuerpo de enfermeras Beatriz de Palacios, Juana Mansilla y Beatriz González, mujeres que no solo auxiliaban a los heridos sino que también no dudaban en coger las armas «en descubierta y combate» cuando la ocasión lo necesitaba. El cronista Cervantes de Salazar describe a Isabel como «una mujer española, que lo mejor que ella podía les ataba las heridas y se las santiguaba ‘en el nombre del Padre y del Hijo e del Espíritu Sancto, un solo Dios verdadero, el cual te cure y sane'».

En la España medieval, a principios del siglo XII, Urraca I de León fue una de las pocas mujeres que ejerció la plenitud de poder real. Hija de Alfonso VI y su segunda esposa, Constanza de Borgoña, ascendió al trono –algo impensable en su época– demostrando sus dotes como gran monarca y su implacable carácter durante sus casi 30 años de reinado en los que estuvo en lucha continua contra los enemigos.
Ante la ausencia de un heredero varón, Urraca fue nombrada heredera y se le dio una educación acorde a su futuro papel. Fue comprometida con Raimundo de Borgoña. Sin embargo, tras el nacimiento de su hermanastro Sancho, este pasaba a ser el primero en la línea sucesoria de la Corona leonesa, relegando a Urraca al título de condesa consorte de Galicia. Sin embargo, la muerte de su medio hermano haría que «la Temeraria» –como apodaban a Urraca– volviese a ser la única heredera al Reino de León, pese a los intentos de su padre por desposarla de nuevo, pues no pensaba que fuese capaz de gobernar en solitario por lo que se concretó su matrimonio con Alfonso de Aragón («el Batallador»), en contra de su voluntad.
A pesar de ser monarca de plenitud en León, según el acuerdo matrimonial, Urraca debía tratar a Alfonso como «señor y esposo mío» creando una situación de vasallos y señor en el propio núcleo familiar.
El matrimonio fue un caos. Algunas crónicas apuntan incluso a malos tratos hacia ella y de un odio homicida hacia el pequeño Alfonso Raimúndez, heredero del anterior matrimonio de Urraca, al que el aragonés veía como un último obstáculo para hacerse con todo el reino. Cuando consiguió liberarse de aquel matrimonio y gobernar en solitario se puso al frente de sus tropas demostrando ser una gran estratega no solo defendiendo sus tierras, sino también ampliándolas.

María Pacheco, apodada «Leona de Castilla», se convirtió en la última líder de la revuelta que los Comuneros emprendieron contra el Rey Carlos I.
Se casaría con Juan de Padilla y este al suceder a su padre en el cargo de capitán de gentes de armas, el matrimonio se trasladó a Toledo en 1518. María Pacheco apoyó y se dice que quizá instigó a su marido para que, en abril de 1520, tomase parte activa en el levantamiento de las Comunidades en Toledo. Mientras Padilla lideraba las fuerzas comuneras, María gobernaba la Comunidad toledana. El 29 de julio de 1520 se constituyó en Ávila la Santa Junta y Padilla fue nombrado capitán general de las tropas comuneras; sin embargo perdería la vida en la decisiva batalla de Villalar que decantaría el enfrentamiento entre las Comunidades y el Rey.
Tras enterarse de la derrota comunera en Villalar y la ejecución de su marido, María Pacheco asumió el control de Toledo y convirtió la ciudad en el último bastión de los comuneros, logrando resistir durante otros nueve meses. Tras un último alzamiento en 1522 mediante el que logran liberar a los presos del Alcázar de Toledo, María Pacheco escapa a Portugal disfrazada y gracias a la intercesión de algunos familiares del bando realista.

Natural de un pueblo de Córdoba, Ana María de Soto fue la primera mujer que sirvió en los Batallones de la Marina. Con apenas 18 años abandonó su casa con el objetivo de vestir el uniforme del Cuerpo de Batallones y embarcarse en una y mil aventuras. En 1793 se hizo pasar por hombre y pasó a engrosar las filas de la 6ª compañía del batallón de marina nº 11 bajo el nombre de Antonio de Soto. Ana María participó en la batalla del Cabo San Vicente y en la defensa de Cádiz de 1797. Durante siete años se enfrentó a ingleses y franceses; sin embargo en 1798 su engaño fue descubierto debido a un reconocimiento médico. Los oficiales al mando la desembarcaron y ella pidió la licencia total de la Marina. La sorpresa llegó cuando el Rey Carlos IV, enterado de su historia y sus valerosas intervenciones, le concedió un gran reconocimiento al nombrarla sargento, otorgarle una pensión vitalicia y permitirle vestir los colores de los batallones de marina y sus condecoraciones.

A pesar de que a lo largo de la historia se han registrado las historias de varias mujeres que tuvieron que hacerse pasar por varones para ejercer una profesión, el caso de Elena Maseras es diferente. Ella fue la primera mujer en España en acceder a los estudios universitarios sin tener que disfrazarse de hombre para ser admitida en los estudios. Después de finalizar sus estudios en el bachillerato de Artes, Maseras ingresó en Medicina en la Universidad de Barcelona. La Real Orden firmada por Amadeo I de Saboya el 2 de septiembre de 1871 permitió que las mujeres pudieran acceder a la educación superior, aunque no en las mismas condiciones que sus compañeros varones: se les permitió matricularse en régimen de enseñanza oficial, sin poder asistir a las aulas.
Seis años después de matricularse terminaría la carrera con calificaciones extraordinarias, pero sin estar autorizada para poder ejercer. Debido a las trabas con las que fue encontrándose a lo largo del camino la desanimaron y Elena optó por ejercer su otra gran vocación, la enseñanza. Como maestra, Elena Maseras aplicó sus conocimientos en medicina divulgando y fomentando ciertas medidas de higiene.
