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18 de mayo de 2024

El centro de la ciudad de Stalingrado después de la victoria soviética sobre las tropas del Eje

El centro de la ciudad de Stalingrado después de la victoria soviética sobre las tropas del Eje

El historiador británico Iain MacGregor desmiente que la derrota alemana en Stalingrado se debiera al invierno

MacGregor considera que tuvo un papel mucho más decisivo la ayuda de EE. UU. que el propio invierno

El 2 de febrero de 1943 el Ejército Rojo recuperaba Stalingrado y se daba fin a una batalla que había enfrentado a este ejército con la Wehrmacht alemana desde agosto de 1942. Esta batalla, considerada la más sangrienta de la Segunda Guerra Mundial, no deja de ser fuente de inspiración para nuevas investigaciones o novelas. Este el caso del historiador británico Iain MacGregor quien recoge en su libro El faro de Stalingrado (Ático de los Libros) testimonios inéditos sobre una de las batallas decisivas de la guerra que asoló al mundo entre 1939 y 1945.
Iain MacGregor

Iain MacGregorAdrian Pope / Iain MacGregor página oficial

En una entrevista con EFE, MacGregor ha desmentido que la derrota alemana se debiera al «general invierno»: «Fue la primera vez que un ejército alemán era derrotado por uno soviético y no por el tiempo meteorológico, sino por los tanques, y el resultado fue una derrota militar sin paliativos para los alemanes, pero también desde el punto de vista psicológico».
Es más, MacGregor considera que tuvo un papel mucho más decisivo la ayuda de EE. UU. que el propio invierno: «Era algo que a Stalin no le gustaba admitir, pero el Ejército Rojo por primera vez estaba motorizado y fue gracias a los préstamos y arriendos de Estados Unidos, que suministraron, por ejemplo, cientos de miles de camiones».
El autor opina que hay que tener en cuenta que los alemanes en los dos primeros meses de la batalla emplearon cantidades enormes de munición, cuando pretendían capturar rápidamente Stalingrado: «En esos primeros momentos, los alemanes dispararon 25 millones de balas y a lo largo de toda la batalla hasta 2,9 millones de proyectiles, con lo que al final se quedaron sin munición».
Y añade: «El número de bajas y el hecho de que se quedaran sin provisiones fueron determinantes en la derrota», y a esto se suma que «las tropas alemanas de mayor calidad estaban luchando en el centro de la ciudad y los flancos estaban guarnecidos por tropas más débiles, nutridas con reemplazos que se cubrieron con tropas del Eje, italianas, húngaras y rumanas, básicamente».
Por ello, «El contraataque soviético en noviembre tuvo éxito, en parte por esta debilidad del flanco pero también pienso que quien hubiera estado en el flanco hubiera sido igualmente rodeado y aniquilado porque simplemente los soviéticos tenían muchos tanques», expone el historiador.
Entre agosto de 1942 y febrero de 1943, más de dos millones de combatientes resultaron muertos, heridos o capturados, y en esta lucha brutal, apunta MacGregor, hay un edificio estratégico a orillas del Volga, cuyo nombre en clave era el 'Faro', en cuyo interior una pequeña guarnición de guardias del Ejército Rojo resistió a los bombardeos aéreos alemanes y los asaltos diarios de la infantería y los blindados.

Interés por la batalla

Stalingrado, señala, siempre ha despertado una especial atracción porque «es la mayor batalla de la guerra pero también el primer combate urbano y además seguramente la más decisiva». Tras la contienda, los rusos tomaron el 'Faro' como símbolo para reconstruir sus pueblos en ruinas, y este edificio adoptaría el nombre con el que ha pasado a la posteridad: la «Casa de Pávlov».
La relación de MacGregor con este escenario se remonta a su infancia, cuando con solo 9 años descubrió Stalingrado en un libro ilustrado de grandes batallas de la historia y cuando con 14 participó en un intercambio de estudiantes con la URSS en 1980 y estuvo en la entonces Leningrado, lo que le animó más adelante a conocer la historia de Europa oriental.
De los testimonios que ha podido recopilar el autor para su obra, deduce que, «aunque en aquel momento del conflicto parecía claro que Alemania no iba a estar en situación de noquear a la URSS, los alemanes pensaban que capturar Stalingrado o ganar ciertas batallas podía colocarles en disposición de dictar la paz, imponer cuáles iban a ser los términos de la paz».

La experiencia humana de las batallas

Lejos de ser una obra más que recoge aspectos técnicos de la batalla, MacGregor pretende «transmitir la experiencia humana de esta batalla, desde los soldados de mayor rango hasta los soldados rasos» y se centra en dos unidades que estuvieron presentes desde el principio hasta el final: «la 71 división de infantería alemana y la 13ª división de Fusileros de la guardia soviética, que contaban con unos 7.000-10.000 hombres al principio y que al final eran solo 300».
El historiador realizó su investigación durante el confinamiento y para salir del Reino Unido necesitó un visado académico, que le permitió estar durante más de una semana en Volvogrado –nombre actual de Stalingrado–, donde está el museo con los archivos de la batalla.
Bombardeo aéreo de la Luftwaffe alemana sobre Stalingrado en septiembre de 1942

Bombardeo aéreo de la Luftwaffe alemana sobre Stalingrado en septiembre de 1942Bundesarchiv / Wikimedia Commons

Durante más de una semana pudo investigar testimonios y archivos referentes a la 13ª división de Fusileros de la Guardia Soviética, la misma en la que estaba el soldado Yákov Pavlov.
Para conseguir el punto de vista alemán, tuvo que poner anuncios en la prensa local del sur de Alemania, donde la 71 división tenía su sede. A su anuncio contestaron 65 personas, cinco de las cuales aparecen en el libro, pero «sin duda, la más importante y la que más vertebra la narración es la del coronel Friedrich Roske, un verdadero tesoro para un historiador».
Roske murió en 1956, pero compiló el año anterior sus memorias del frente de Stalingrado, que no habían visto nunca la luz y que su familia guardaba.
A pesar de que la batalla de Stalingrado ha sido muy estudiada, todavía queda mucho campo por explorar en lo referente a los sucesos cotidianos de la batalla, tanto a nivel del frente como a nivel de liderazgo, qué es lo que pensaba Stalin o un soldado de campo, y para ello sería necesario acceder al archivo central del Ministerio de Defensa en Podolsk, «algo difícil hoy por la guerra en Ucrania», y lo mismo vale para la perspectiva alemana.
MacGregor prepara ya un nuevo proyecto, que será un libro sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre la era atómica desde los años 1930 a 1950, centrado en 1945 con el bombardeo nuclear sobre Japón, y aplicará la misma aproximación «a partir de nuevos testimonios inéditos», para lo que tiene planeado viajar en noviembre a Japón.
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