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03 de mayo de 2024

«Quedar como Cagancho en Almagro»: ¿cuál es su origen?

«Quedar como Cagancho en Almagro»: ¿cuál es su origen?

Picotazos de historia

¿Cuál es el origen de la expresión «quedar como Cagancho en Almagro»?

La expresión se utilizan como sinónimos de hacer las cosas verdaderamente mal y en público

¿Cuantas veces han oído la expresión «quedar como Cagancho en Almagro»? Muchas, sin duda. Pues voy a explicarles qué ocurrió.
Primero de todo decirles que Cagancho era el nombre artístico de Joaquin Rodriguez Ortega (1903 – 1984), sevillano del barrio de Triana y gitano fino. Fue torero de esa escuela sevillana que da artistas irregulares, gentes que en una misma tarde recibian insultos y aplausos. Como todas las grandes figuras de entonces –y él tenía la categoría, no lo duden– hizo sus pinitos en el cine llegando a trabajar junto a Anthony Quinn. Como toda persona que se juega la vida en su profesión Cagancho era supersticioso y sus famosas «espantás» no tenían nada que envidiar a las de El Gallo (Rafael Gómez) o Curro Romero.
Joaquín Rodríguez Ortega

Joaquín Rodríguez Ortega
Real Academia de la Historia

Vayamos al día de autos –25 de agosto de 1927– en la ciudad de Almagro. Ese día formaban terna Antonio Márquez, Manuel del Pozo «Rayito» y Cagancho. Los toros eran de la ganadería de Pérez Tabernero. Día caluroso, los ánimos ya empezaron a caldearse cuando unos desaprensivos hicieron correr el rumor de que Cagancho no aparecería. Llegó a la hora y los tres matadores, con sus cuadrillas, hicieron el paseíllo.
El tercero de la tarde fue el primero del lote de Cagancho. Salió el toro colorado, bragado y bien armado, pero ya mostraba el torero poca gana de lidiarlo. Al primer quite el morlaco le arranca el capote de las manos y el torero se planta tras la barrera en dos brincos. Empieza la bronca.
Con la muleta se mostró decididamente cobarde, evitando al animal y mostrando solo la punta de la tela a la mayor distancia posible. A la hora de matar el respetable presenció una carnicería. Pincho al pobre toro en el cuello y en un brazuelo. Para entonces el teniente de la Guardia Civil, venteando la que le venía encima, había dado orden de no permitir que nadie bajara al ruedo y que se pasase nota al escuadrón de caballería, que habían enviado como refuerzo, para que estuviera listo. Cagancho pinchó nueve veces en total más cinco descabellos fallidos. En los tendidos la bronca era monumental con división de opiniones: unos en su padre, otros en su madre. Sobre el albero caían todo tipo de objetos.

El público ante el crimen que se estaba produciendo delante de su vista, sobrepasó cualquier medida de indignación

Cumplieron con sus respectivos los otros toreros pero la gente ya estaba encabronada y no apreciaban detalles. Llegó el sexto de la lidia que completaba el lote de Cagancho. Resultó ser el más grande y aparatoso de todos. En varas mató a varios caballos (entonces no tenían peto que les protegiera). Salió Cagancho con la muleta más grande que nadie hubiera visto y, midiendo muy bien las distancias, le mostraba al toro el pico de la muleta desde la lejanía. En uno de los pases, y muy traicioneramente, largo al toro una estocada al vientre. Repitió varias veces la felonía y el toro, lógicamente indignado, se revolvió contra el traidor.
Volvió a batir récord de velocidad el torero pues súbitamente se materializó detrás de la barrera. Se acercó el toro –tal vez oliendo el miedo– y el de Triana empezó a apuñalarle con el estoque desde detrás de la barrera. La cuadrilla decidió ayudar a su señorito y llevando estoques de verdad bajo sus muletas apuñalaban al toro que se defendía como podía. Cagancho continuó apuñalando, pasando la hoja de la espada por entre las maderas de la barrera.
El público ante el crimen que se estaba produciendo delante de su vista, sobrepasó cualquier medida de indignación. Superaron a los números de la guardia civil y fueron tomando el ruedo, donde había un toro sangrando por mil heridas pero vivo y furioso, para acosar a la cuadrilla y al torero. Llovieron las bofetadas, intervino el ejército que había sido llamado para ayudar a la guardia civil. La caballería, no sin esfuerzo, consiguió despejar el ruedo salvando a Cagancho y sus subalternos de ser despedazados. Los condujeron al ayuntamiento para proteger sus vidas.
Al día siguiente «y para evitar perjuicio a la empresa de Almería capital donde torearía Cagancho mañana» –según relató un plumilla testigo de los hechos– le soltaron de la cárcel después de haber abonado la multa de 500 pesetas al torero y 250 de la cuadrilla. Así es como quedó Cagancho en Almagro.
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