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27 de julio de 2024

Madrid durante la Guerra Civil

Madrid durante la Guerra CivilWikipedia

Madrid, un callejero humanitario: los lugares que sirvieron para escapar del terror republicano en 1936

A poco que se busquen lecturas adecuadas, es fácil encontrar comportamientos humanitarios, esfuerzos nobles y conductas arriesgadas, orientadas a proteger al perseguido, a defender al desvalido, a salvaguardar lo humano

Hace unos meses publiqué un artículo llamado Una geografía siniestra, con la identificación de algunos de los más significativos escenarios del terror republicano en el Madrid de 1936. Es terrible lo que pasó.

Pero a poco que se esfuerce la memoria, o se busquen lecturas adecuadas, es fácil encontrar comportamientos humanitarios, esfuerzos nobles y conductas arriesgadas, orientados a proteger al perseguido, a defender al desvalido, a salvaguardar lo humano. Hay muchos casos, muchísimos. Probablemente más que los contrarios. El callejero madrileño brinda la oportunidad de ponerlos de relieve. La geografía madrileña de la nobleza y la humanidad.

Calle del Torpedero Tucumán

En agosto de 1936 la represión republicana se desató en Madrid de forma sanguinaria, lo que obligó a muchas personas a buscar un refugio para salvar su vida. En la embajada de Argentina llegaron a agolparse más de 400 refugiados, en condiciones extremas. El Gobierno de la república hermana envió dos buques de guerra a los puertos de Valencia y Alicante para intentar rescatar a cuantas personas fuese posible.

El torpedero Tucumán se convirtió en uno de los más eficaces protagonistas de las acciones desplegadas por varias naciones para salvaguardar cuantas vidas se pudiese. En total, el Tucumán salvó a más de 1.200 personas en diez abarrotados viajes. Los marinos del Tucumán no se conformaron con esperar en el puerto la llegada de los refugiados, sino que bajaron a tierra a buscarlos y acompañarlos al refugio seguro de su navío, corriendo para ello considerables riesgos. Entre los salvados estaban Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, y el mítico portero Ricardo Zamora.

Calle del Duque de Rivas 1

El palacio de Viana se convirtió en el centro de operaciones de Melchor Rodríguez el «Ángel Rojo» y sirvió durante casi toda la guerra de refugio para muchas personas perseguidas por desafección al régimen. Designado Director General de Prisiones, su actuación fue decisiva para detener las matanzas de Paracuellos y el terror en las cárceles madrileñas. Para ello tuvo que enfrentarse decididamente con la Junta de Defensa de Madrid, que pretendía continuar con la represión dirigida por los comunistas Santiago Carrillo y Jesús Cazorla.

Palacio de Viana

Palacio de Viana

Procedió a acompañar personalmente a los convoyes de prisioneros trasladados para evitar los desmanes cometidos por los milicianos en los numerosos controles existentes. Esto le llevó a continuos enfrentamientos con los cabecillas de las milicias en los que llegó a arriesgar su propia vida. Juzgado, y condenado a muerte después de la guerra, fue indultado gracias a las numerosas protestas que suscitó tan injusta condena incluso entre numerosos prohombres del régimen.

Plaza de Rubén Darío 3

Allí puede encontrarse una placa colocada en homenaje al «Hogar Polaco», dependiente de la embajada de este país y que se encontraba en este edificio. En sus tres plantas encontraron refugio centenares de personas, independientemente de su filiación política o religiosa. Allí pudieron salvarse el Doctor Marañón y su familia, el pionero de la aviación González Gallarza y el marqués de Suanzes.

Casa de los Hoenigsfeld en Pulawy

Casa de los Hoenigsfeld en PulawyArchivo familiar de los Hoenigsfeld

En la inauguración de la lápida, el alcalde de Madrid José Luis Martínez-Almeida, rememoró la figura del Ingeniero polaco Esteban Tobías Hoeninngsfeld, organizador y héroe de aquellos hechos, en lo que calificó de «milagro polaco en el Madrid de 1936».

Calle del General Yagüe

Ahora se llama calle de San Germán, en aplicación de la ley de memoria histórica. Y es una pena el cambio de nombre, porque este militar soriano, duro en el combate, pero profundamente humano, es una de las figuras más simpáticas de aquella guerra civil. Al hacerse cargo del cuerpo de ejército marroquí dijo a sus soldados que «perdonar al enemigo caído demuestra grandeza de alma y conciencia de fortaleza. Solo el débil y el cobarde es cruel». Una frase que es un reflejo de su humanidad hacia los rivales durante la guerra.

Una humanidad de la que hizo gala toda su vida y que le causó frecuentes problemas con los jerarcas de su propio bando. Como general político que era intervino con frecuencia en actos públicos oponiéndose a las represalias y clamando permanente por el perdón y la benevolencia con los enemigos políticos: «Vengo a pedir perdón por los que sufren, a tratar de sembrar el amor y desterrar el odio, a restañar heridas». Su respeto, y hasta admiración, por los combatientes del otro bando le generó antipatías e incluso destituciones y arrestos.

Calle de Alfonso XII

Mi tío, Juan Flores, fue un buen hombre, en el pleno sentido de la palabra. Profundamente religioso y conservador, no escondía sus ideas en el peligroso Madrid del 36. Trabajaba en el Banesto de la calle de Alcalá, donde una patrulla fue a buscarle con aviesas intenciones. Conducido a las tapias del Retiro, fue salvado in extremis por un amigo, conocido militante de la UGT que llegó a interponer su cuerpo ante el piquete de ejecución, con grave riesgo para su propia vida. Mi tío no olvidó nunca aquello y el resto de su vida fue un ejemplo de perdón y reconciliación. Sirvan estas líneas de pequeño homenaje a quienes así actuaron.

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