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05 de mayo de 2024

Alfonso Ceccarelli era un falsario y un falsificador. Empezó a escribir tratados de genealogía y a trabajar como experto en la materia

Alfonso Ceccarelli era un falsario y un falsificador. Empezó a escribir tratados de genealogía y a trabajar como experto en la materia

Picotazos de historia

Alfonso Ceccarelli, el médico que viajó a Roma para convertirse en falsificador

En la Ciudad Eterna redactó y publicó tratados, estudios, falsos textos clásicos, inventándose hechos históricos que jamás ocurrieron y para ello utilizó diferentes nombres

Alfonso Ceccarelli (1532 – 1583) nació en Bevogna (Perugia) en la región de Umbria en la península italiana. Fue hijo de un notario local, lo que le permitió estudiar medicina, licenciándose meritoriamente y ejerciendo como médico y cirujano en su ciudad natal y en los alrededores. Ceccarelli fue un hijo de su tiempo, lleno de inquietudes intelectuales que no parecían saciarse en un solo campo. Así, la primera obra suya editada que se conoce es un tratado, sin ningún interés científico, sobre la trufa titulado Opusculum de Tuberibus. Esta obrilla se considera el primer texto impreso sobre micología.
Ceccarelli también se interesó por otros temas pero, en general, su vida transcurría por unos derroteros bastante anodinos. Casó con una joven de su ciudad, de una posición y familia adecuada, llamada Imperia Ciccoli con la que empezó a tener hijos que ocuparían su tiempo. Todo muy normal hasta el año de 1574 que decidió trasladarse a Roma. Viajó solo, dejando a su familia en la Umbria y en la Ciudad Eterna se destapó en una vertiente desconocida y absolutamente insospechada. Y es que Alfonso Ceccarelli era un falsario y un falsificador.
Empezó a escribir tratados de genealogía y a trabajar como experto en la materia. Sus trabajos carecían de rigor y no dudó en citar a falsas autoridades o textos inexistentes. Hasta aquí puede parecer normal. Muchos autores clásicos se inventaban referencias, textos inexistentes y autores que jamás existieron con tal de reforzar sus argumentos. Nihil novum sub sole. Pero Ceccarelli empezó a amañar documentos para apoyar sus «trabajos». Falsificó códigos y diplomas, alteró pergaminos... Y dio un paso más allá para llevar a delante sus engaños.

Estas obras y falsos autores serían usados en los textos y estudios que publicaba con su nombre retroalimentando sus propias invenciones con otras del mismo origen

Redactó y publicó tratados, estudios, falsos textos clásicos, inventándose hechos históricos que jamás ocurrieron y para ello utilizó diferentes nombres: Francesco Campano, Jacopo Corelli de Colonia, Giovanni Selino, etc. Estas obras y falsos autores serían usados en los textos y estudios que publicaba con su nombre retroalimentando sus propias invenciones con otras del mismo origen. Fue tal el lio que organizó que al día de hoy sigue causando confusión entre los genealogistas e historiadores italianos.
Hoy un psiquiatra hubiera sacado un informe psicológico completo del individuo, lo que estaba claro era que le satisfacía mucho más esa doble vida, hasta cierto punto inofensiva. Sus estudios y su fama como especialista en genealogía le generaron más beneficios que su trabajo como médico. Incluso fue nombrado conde palatino por un miembro de la alta nobleza serbia, pretendiente al trono de Montenegro.
La verdad es que a Alfonso de Ceccarelli la vida le iba bien a pesar de vivir incrustado en la mentira pero la codicia le hizo dar un paso más. Un paso muy peligroso. Como había tenido éxito en los amaños y falsificaciones que realizó para sus trabajos de genealogía probó, incluso por encargo, hacer lo mismo con documentos mucho más peligroso por sus consecuencias: testamentos, actas de propiedad, fideicomisos… Su impostura llegó a la falsificación de un diploma firmado por el Emperador Teodosio I, confirmando la Donación de Constantino. ¡Confirmando la más famosa invención y falsificación de la Historia!
Pero entrando en este campo Ceccarelli había forzado su suerte. Fue acusado, en 1581, ante la Cámara Papal de fraude y falsificación. Confesó y, tratando conseguir el perdón, elevó un memorial justificativo de sus acciones que no le sirvió de nada. El 1 de junio de 1583 se dictó sentencia y fue condenado a muerte. Sentencia que se ejecutó el día 9 de julio de ese año. Antes de ser ejecutado se le cortó la mano derecha.
La mayoría de los escritos y manuscritos fueron confiscados y hoy se encuentran en la Biblioteca Apostólica Vaticana. Tal fue la fama que adquirió que se llegó a atribuirle la lista de Papas conocida como «Profecía de los Papas de San Malaquías». En definitiva: un liante y un mentiroso patológico que terminó mal pero que tiene un pequeño hueco en la intrahistoria.
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