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02 de mayo de 2024

Pedro Menéndez de Avilés

Pedro Menéndez de AvilésReal Academia de la Historia

Cinco corsarios españoles que quizá no conocías y que merecen ser recordados

España también tuvo corsarios, especialmente desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, cuyo papel fue relevante por su función defensiva durante los más de tres siglos de lucha por los mares y océanos

A pesar de que con frecuencia las palabras pirata y corsario se utilizan como equivalentes; en realidad son similares, pero no sinónimas. La piratería ha existido desde los inicios de la navegación e incluso sigue existiendo en la actualidad. El corsario, en cambio, –y a diferencia del primero que actuaba completamente fuera de la ley– tenía lo que se conoce como «patente de corso», es decir, un permiso del Rey para atacar otras naves.
En este sentido, y aunque la cultura popular –impulsada por las películas de Hollywood– se ha centrado en los corsarios ingleses, franceses y holandeses; España también tuvo corsarios, especialmente desde el siglo XVI al siglo XIX, cuyo papel fue relevante durante los más de tres siglos de lucha por los mares y océanos como en el Cantábrico, el Caribe y el Mediterráneo. Su historia ha quedado olvidada, entre otras cosas, porque su función fue defensiva, a diferencia del papel de sus homónimos europeos.
Los corsarios españoles ayudaban, en múltiples ocasiones, a las operaciones regulares de las escuadras militares, eran «una milicia voluntaria provisional mientras durase la guerra y solo contra los enemigos declarados», según afirmó el experto en Historia Naval Agustín R. Rodríguez en su última visita a la sede de El Debate.

Amaro Pargo

Nacido en San Cristóbal de La Laguna (Tenerife) fue, probablemente, uno de los corsarios españoles más temidos del siglo XVIII. Controlaba la ruta entre Cádiz y el Caribe, atacando a las potencias enemigas de la Corona Española. Su actividad estuvo muy vinculada a la carrera de las Indias, pues desde su tierra natal se trasladaba a los puertos de La Habana vino y aguardiente; y viajaba a Génova cargado de tabaco y cacao.
Amaro Pargo

Amaro Pargo

Supo aprovechar este comercio entre América y Europa para amasar una gran fortuna que invirtió, en gran parte, a mejorar la vida de los más pobres de Tenerife. Como agradecimiento a su labor corsaria, el Rey Felipe V le otorgó el reconocimiento de la hidalguía de su familia mediante un auto de amparo el 25 de enero de 1725 y posteriormente, el 9 de enero de 1727, consiguió la certificación de nobleza y armas por el rey de armas de Felipe V, Juan Antonio de Hoces Sarmiento. La leyenda cuenta que escondió un gran tesoro que todavía no ha sido encontrado, que su propio testamento acredita y que se compone de un cofre que custodiaba en su camarote y que empleaba como caja fuerte en el que guardaba documentos, objetos preciosos como joyas de oro, perlas, piedras de valor, porcelana china, telas, cuadros y 500.000 pesos.

Pedro Menéndez de Avilés

Aunque se le conoce por ser quien fundó San Agustín, la primera ciudad en los Estados Unidos de América, Pedro Menéndez de Avilés también fue el creador de la primera escuadra de protección de los convoyes que iban a Las Indias, un sistema de defensa que bautizaría como los Doce Apóstoles. Con 18 años adquirió un pequeño barco y lo tripuló con amigos para dedicarse al corso contra los franceses: recuperaría tres presas del enemigo con su barco.
Pero su consagración como corsario llegaría en 1546 cuando entró en un puerto francés para recuperar hasta el último de los 18 mercantes vascos cargados con hierro y diversos materiales de valor que habían sido apresados por piratas franceses. Así mismo conseguiría, en combate directo, abordar el buque insignia francés, Le Marie.

Alonso de Contreras

Fue militar, corsario y escritor español. En su hoja de servicios consta que servía desde 1598, año en el que comenzó como soldado en Sicilia. En 1603 pasaría a ser alférez en la Armada del Mar Océano, y más tarde, en 1610, pasó a Flandes, destino en el que permaneció tan solo un año pues en 1611 fue armado caballero de la Orden de Malta, corriendo el Mediterráneo como corsario de la orden, según detalla su entrada del Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia (RAH).
Como tal, realizó sus funciones como corso por el mar Egeo y norte de África, entonces bajo el control otomano, y obtuvo grandes éxitos. En agosto de 1618 le fue encomendado el gobierno de uno de los dos bajeles que acudieron al socorro de Puerto Rico, expulsando a los corsarios que infestaban las costas de Cuba y enfrentándose con éxito al inglés sir Walter Raleigh.

Íñigo de Artieta

De origen vasco, Íñigo Artieta nació en el seno de una familia de mercantes del siglo XV. En 1476 formó parte de una flota militar para luchar contra los barcos portugueses que traían oro y esclavos de sus posesiones en Guinea con su carabela Santa María. Su actuación en los enfrentamientos entre Castilla y Portugal fueron decisivas para firmar el tratado con el que se puso fin a la guerra de sucesión al trono de Castilla y se reparten los territorios del Atlántico entre los dos países.
Tras el descubrimiento de América, las rivalidades entre España y Portugal aumentaron por lo que, ante la posibilidad de una acción hostil del monarca portugués, los Reyes Católicos encargaron que se organizase una armada oceánica, cuya misión primordial era proteger la navegación castellana, además de frenar a los navíos portugueses en la pugna por el control de la ruta al Nuevo Mundo.
Y en 1493 Arieta fue nombrado capitán general de dicha armada. Aunque su misión era la de escoltar a las naves de Cristóbal Colón desde su salida de Cádiz hasta que estuviesen bien adentradas en el océano, para protegerlas de ataques portugueses, en agosto de 1493, al conocer los católicos reyes por Colón que las naves portuguesas no iban a hacerse a la mar, la armada fue comisionada para trasladar al Rey Boabdil y su corte de Adra hacia las costas africanas. A su regreso se le ordenó preparar un viaje a Canarias, que no se llegó a realizar. Tras el Tratado de Tordesillas con Portugal, la armada dejó de ser necesaria y en el verano de 1494 se ordenó su disolución.

Pedro de Larraondo

Fue un marino vasco que trabajó para la compañía florentina de los Alberti de Brujas como mercader, por lo menos, desde 1395. Aunque no se conoce con exactitud cómo pasó de dedicarse al transporte comercial a la labor de corso, se cree que su «conversión» se debe a que solía ser víctima de los saqueos de los catalanes, por lo que decidió hacer frente a los piratas y ser el «terror» de quienes le habían atacado.
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