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28 de abril de 2024

Pablo y Federica fotografiados en 1939

Pablo y Federica fotografiados en 1939

60 aniversario

Pablo I de los helenos, el monarca que estabilizó a un país en crispación permanente

Hace 60 años fallecía el padre de la Reina Sofía, único monarca de su estirpe que sucedió y fue sucedido sin conflictos de por medio

En la mañana del 6 de marzo de 1964, el Rey Pablo I de los Helenos, cuyo cáncer de estómago, detectado tardíamente, se había agravado de forma irreversible según sus médicos, logró levantarse de la cama y caminar unos pasos por sus aposentos del Palacio de Tatoi. La alegría fue de corta duración: hacia las siete de la tarde falleció.
El icono de la Virgen María, depositado tres días antes a sus pies por su hijo y sucesor, el Príncipe Constantino, y traído expresamente desde su santuario de Panagía Evangelístria –ubicado en la isla de Tenos en el Mar Egeo– no pudo obrar el milagro. Su última alegría fue haber tenido en sus brazos a su nieta mayor, la recién nacida Infanta Elena de España, primogénita de su hija, la Princesa Sofía.
Pablo I se fue a la tumba siendo el único de los cinco reyes de los Helenos cuya accesión y sucesión transcurrieron dentro de la normalidad dinástica: sucedió en abril de 1947 a su hermano Jorge II –que no tuvo prole en su desgraciado matrimonio con Isabel de Rumanía– y fue sucedido hace sesenta años por su hijo Constantino II. Toda una excepción dentro del linaje danés de los Glücksburg, llamado a reinar en 1863 sobre la Grecia contemporánea, país nacido de los primeros escombros de un Imperio otomano que empezaba a resquebrajarse.
La familia real helénica alrededor de 1914: de izquierda a derecha, los futuros reyes Pablo I, Alejandro I y Jorge II

La familia real helénica alrededor de 1914: de izquierda a derecha, los futuros reyes Pablo I, Alejandro I y Jorge IILibrary of Congress

El primer monarca Glücksburg, Jorge I, segundogénito de Cristian IX de Dinamarca, reinó a trancas y a barrancas durante medio siglo antes de ser asesinado en 1913 en Salónica. El siguiente, Constantino I, padre de Pablo I, pagó con la abdicación el haberse equivocado de bando durante la Primera Guerra Mundial; era cuñado del vencido Guillermo II de Alemania. Fue restablecido fugazmente en 1922, para suceder a su segundo hijo Alejandro I, «rey títere» según el historiador especializado en dinastías Ricardo Mateos, pero los sucesivos reveses militares griegos frente a Turquía le obligaron a renunciar definitivamente en 1922. El primer reinado de Jorge II tampoco llegó a superar el año.
Es más: la élite dirigente del nuevo régimen ofreció la Corona a un jovencísimo Pablo. Éste, por lealtad a su padre y a su hermano, la rechazó y partió al exilio en 1924. Para entonces, ya era un oficial de Marina que había servido en dos enfrentamientos militares con los turcos. Una hoja de servicios de poca utilidad en sus primeros años de destierro, durante los cuales llegó a trabajar de obrero en una fábrica.
Pablos y Federica en un crucero estadounidense en El Pireo en mayo de 1947

Pablo y Federica en un crucero estadounidense en El Pireo en mayo de 1947

Mas tenía una baza: el sólido entramado de parentescos a nivel europeo, que le permitía ser recibido en las principales cortes europeas y gozar de la hospitalidad de las casas reales, aunque no reinantes, de Alemania, que habían conservado su matrimonio. Fue con motivo de uno de esos viajes donde se enamoró de Federica de Hannover, simultáneamente prima y sobrina suya. Cuando se anunció el compromiso, Jorge II ya había sido restablecido en el trono.
De ahí que las nupcias de Pablo y Federica, ya príncipes herederos, fueran solemnizadas en Atenas el 9 de enero de 1938 antes una nutrida representación de la realeza europea, principalmente la ortodoxa y la protestante. Narra Mateos en La familia de la Reina Sofía que Adolf Hitler intentó manipular a distancia, aunque sin éxito, los símbolos que debían exhibirse aquel día.
Pero tres años después, tras la invasión alemana de Grecia –la italiana había fracasado–, Jorge II, Pablo, Federica, sus dos hijos mayores y otros miembros de la Familia Real partieron al exilio: unos días en Alejandría, dos años en Ciudad del Cabo –allí nació la Princesa Irene en 1942– antes de volver a la cosmopolita urbe egipcia en 1944. Pablo viajaba constantemente entre Europa –desde donde ayudaba a su hermano a dirigir la Resistencia griega– y Sudáfrica. En 1946, un referéndum aprobó la vuelta de la Monarquía. El 1 de abril de 1947, fallecía Jorge II.
Empezaba el reinado de Pablo I en medio de una guerra civil, librada por tropas comunistas, que no se rindieron hasta 1949. Ese tiempo fue aprovechado por Pablo y Federica para desarrollar una intensa labor humanitaria que repercutió a favor de la Institución que encarnaban.
En el plano político, la consolidación fue más complicada, debido a la sempiterna debilidad del sistema griego y a las tensas relaciones de Pablo I con el primer ministro, mariscal Alexandros Papagos, al que había amenazado con arrestar a raíz del anuncio del militar de meterse en política en contra de lo prometido. Sin embargo, la Constitución de 1952 facultaba al monarca elegir al primer ministro, siempre que obtuviera la confianza del Parlamento. Pero no tenía que ser obligatoriamente el jefe de un partido.
Fue dentro de este marco que Pablo se decantó en 1955 por su ministro de obras públicas, Konstantinos Karamanlis. Una época positiva para Grecia, agraciada por el crecimiento económico y una notable proyección diplomática: Pablo y Federica fueron recibidos con todos los honores en Estados Unidos –un mes de gira triunfal a finales de 1953–, Alemania, Francia y Yugoslavia, por la necesidad de que la única democracia de los Balcanes mantuviese relaciones pacíficas con el dictador comunista Tito. Como anfitriones, Pablo y Federica recibieron, en el verano de 1954, a sus parientes europeos en el crucero en el inmenso barco Agamemnón, cedido por un armador. La operación de relaciones públicas a gran escala apuntaló al turismo griego.
Mas Grecia seguía siendo un país inestable y políticamente frágil: en 1961, Karamanlis ganó unas controvertidas elecciones, pero perdió la confianza del Rey en las del otoño de 1963. Pablo I encargó formar Gobierno al centrista Yorgos Papandreu. Antes, en julio, Pablo I y Federica realizaron una delicada visita de Estado al Reino Unido.
Si las relaciones entre Atenas y Londres ya eran de por sí complicadas por la cuestión de Chipre, el deterioro de la situación política en Grecia convirtió el viaje en un desastre diplomático: aún coleaba el asesinato en oscuras circunstancias del diputado izquierdista Lambrakis, circunstancia que aprovecharon los griegos de Londres para formar alboroto. Por primera vez en su reinado, la anfitriona, Isabel II fue abucheada en público. Y no por su culpa.
Así terminaba el reinado de Pablo I, hombre templado, de hondas inquietudes intelectuales, culturales –Yehudi Menuhin era amigo personal suyo– y espirituales. ¿Hubiera sobrevivido la Monarquía griega de no haber muerto prematuramente –tenía 62 años– el Rey Pablo? La ucronía es siempre arriesgada. Pero hay un esbozo de respuesta: lo aportó Konstantinos Mitsotakis, primer ministro entre 1990 y 1993, y miembro de varios gobiernos nombrados por el Rey Pablo, en el documental Pavlos, No ordinary King, emitido hace 10 años: «De haber vivido unos años más, las cosas en Grecia hubiera sido muy distintas».
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