Fundado en 1910

03 de mayo de 2024

Expulsión de los jesuitas

Expulsión de los jesuitas

La planificada e «ilustrada» expulsión de los jesuitas

La expulsión se produjo el el 2 de abril de 1767 y se desarrolló en el mayor de los secretos, sin dar a las futuras víctimas la menor posibilidad de defenderse

Vamos a imaginar, por un momento, un país en el que un frío amanecer centenares de instituciones benéficas, de colegios, hospitales y conventos, fueran rodeados y asaltados por un ejército de alguaciles y sayones inmisericordes. Vamos a imaginar que sus habitantes fuesen arrancados de sus lechos con la mayor de las violencias, sin distinguir entre jóvenes y viejos, enfermos ni sanos. Que fuesen obligados a abandonar sus bienes y quehaceres. Que fuesen arrastrados en condiciones indescriptibles, hacia los puertos del litoral y embarcados hacia costas lejanas y ajenas, en las que serían extrañados para siempre.
Vamos a imaginar que el país en cuestión fuese un imperio tetracontinental y plurioceánico. Un imperio, además, de antigua civilización y cuyos gobernantes hiciesen gala de hondas convicciones cristianas y acrisolada ejecutoria ilustrada. Un país cuyos habitantes creían vivir bajo un sistema justo regido por leyes aceptables para todos. Es difícil de imaginar ¿verdad?. Pues el país existió. Existe todavía. Se trata de España y su imperio. Y el suceso, difícilmente imaginable, también existió. Fue la expulsión de los jesuitas, el 2 de abril de 1767.

Un proceso planificado

La expulsión fue el resultado de un proceso cuyo resultado estaba planificado antes de iniciarse. Que se desarrolló en el mayor de los secretos, sin dar a las futuras víctimas la menor posibilidad de defenderse. Y que contó como testigos solo con los enemigos y rivales de los condenados, sin aceptar ningún testimonio favorable. Un proceso que hubiesen envidiado los juristas de Stalin.

La expulsión fue el resultado de un proceso cuyo resultado estaba planificado antes de iniciarse

El promotor de la «pesquisa secreta», fue Campomanes, el ambicioso y manipulador fiscal del Consejo de Castilla. Para realizarlo se utilizaron todo tipo de artimañas: utilización de espías a sueldo, delatores, bulos, violación de la correspondencia… La pesquisa incluye un conjunto de argumentos «de sospechoso origen y escasa fuerza probatoria», según los expertos que la han analizado. Sobre estos dudosos resultados Campomanes elaboró un dictamen, que deja claro que no se había encontrado ninguna causa de índole religiosa, contra la compañía ni tampoco pruebas de su participación en el motín de Esquilache. El documento rezuma una profunda y subjetiva animadversión del autor hacia la Compañía.
A pesar de ello el dictamen sirvió para que el Consejo de Castilla recomendase al Rey el destierro de los jesuitas. La insuficiencia de las pruebas posiblemente explique la indefinición de la pragmática dictada por Carlos III, en la que textualmente aduce como justificación la existencia de «razones urgentes, justas que reservo en mi real ánimo, usando la suprema autoridad que el Todopoderoso ha depositado en mis manos». Más claro el agua. No hacía falta dar razones. Nada estaba por encima de la despótica voluntad de tan ilustrado gobernante.
Carlos III

Retrato de Carlos III

La decisión fue ejecutada con una diligencia inusitada. Algún estudioso del tema la considera «el acto administrativo mejor organizado y coordinado del antiguo régimen». Alrededor de 6.000 religiosos fueron arrestados, entre la Península y el resto de las posesiones españolas. El extrañamiento fue una experiencia física y psíquica demoledora. Particularmente duro fue el tratamiento recibido por los jesuitas de América, a causa de la dispersión, la distancia y las difíciles comunicaciones. Varios centenares perecieron durante el viaje a causa de las privaciones y penalidades que se les impusieron. No se excluyó ni tan siquiera a los alumnos y a los jovencísimos postulantes, obligados a compartir el duro destierro de sus mayores.
A posteriori ha habido explicaciones para todos los gustos. Los liberales justificaron la expulsión por el carácter reaccionario y oscurantista de la orden. Como si sus competidores agustinos, dominicos o franciscanos hubiesen sido un dechado de progresismo y moderación. Parece más plausible aventurar que fue la firmeza intelectual de los jesuitas, su enseñanza de la teología moral salmantina (Molina, Vitoria, Suarez) y de la tradición participativa española así como su particular voto de obediencia al Papa lo que motivó su desgracia. El regalismo de los ilustrados no podía tolerar la existencia de contrapoderes que compensasen en lo más mínimo el despotismo borbónico.

El regalismo de los ilustrados no podía tolerar la existencia de contrapoderes que compensasen en lo más mínimo el despotismo borbónico

Las consecuencias para España y su iglesia fueron nefastas, porque no existían alternativas al brillante plantel de científicos, humanistas y profesores del que disponía la Orden. De hecho más de 100 colegios de enseñanza superior se quedaron sin profesores. También se produjo un empobrecimiento misional en muchas zonas, pues las demás órdenes no pudieron compensar la acción de la compañía. Lo acreditan entre otras muchas, las impresionantes ruinas de las misiones del Paraguay, abandonadas tras desaparecer los jesuitas. En América la expulsión se consideró un agravio más de la metrópoli, porque causó un general empobrecimiento de la educación. Un agravio que se añadió a la desazón provocada por el maltrato sufrido por maestros a los que se apreciaba y respetaba. Y que contribuyó, en no escasa medida, el desapego que empezaba a experimentarse en los reinos americanos de España.
Comentarios
tracking