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Retrato de Isabel y Fernando

Retrato de Isabel y FernandoINAH-Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec

Serie histórica (III)

Las discordias entre Isabel y Fernando: 550 años de una unión que cambió la historia de España y del mundo

Las negociaciones que se entablaron con suma urgencia dan prueba de la madurez de ambos jóvenes, del afecto que se profesaban y de su convicción de que estaban alumbrando una nueva realidad histórica

Enrique IV falleció el 12 de diciembre de 1474 en Madrid tras un desastroso reinado. Para el bando isabelino las cosas estaban claras desde el punto de vista jurídico. Por el tratado de los toros de Guisando, Isabel había sido reconocida como heredera legítima del trono de Castilla y proclamada princesa de Asturias. La posterior retractación de Enrique nunca fue aceptada. Dado que se había realizado bajo la autoridad apostólica del legado pontificio, el juramento de Guisando no podía ser revocado por ninguna autoridad laica. Incluida la del soberano.

Para sus adversarios nada de esto tenía valor. Los Pacheco se habían adueñado de la Beltraneja como baza política fundamental para la facción más díscola de la nobleza castellana. Su presión sobre el envejecido rey Enrique había conseguido que se acordara su matrimonio con el rey de Portugal, lo que garantizada su decisivo apoyo en el conflicto que se avecinaba. A finales de 1474 la princesa se hallaba custodiada en el Alcázar de Madrid.

La princesa Isabel había mostrado también su modernidad al reconocer el creciente papel de los núcleos urbanos y apoyar su autonomía frente a la expansión del poder señorial. La condena de la excesiva concesión de mercedes a la nobleza realizada por su hermano fue permanente. Esta actitud, junto al respeto de ambos consortes a la legitimidad del monarca reinante, les consiguieron un apoyo creciente entre el conjunto del reino castellano.

Ante la llegada de la noticia de la muerte del rey a Segovia, Isabel reaccionó con una extraordinaria rapidez de reflejos. Aunque Fernando estaba ausente en Aragón, apoyando a su padre en el conflicto con los franceses tomó de inmediato las medidas necesarias. Primero realizó un solemne funeral por el alma de su fallecido hermano en la Real Iglesia de San Miguel. Tras las exequias subió al estrado construido al efecto ante el atrio del templo y se proclamó reina de Castilla como única heredera y propietaria del reino y a Fernando como su legítimo marido. De inmediato procedió a comunicar su proclamación a todas las ciudades del reino con asiento en las cortes.

Se anticipó así a la proclamación de Juana la Beltraneja por sus partidarios, que no tuvo lugar hasta varios días después. Sin embargo, esta rapidez no fue del agrado de Fernando, que se encontraba ausente en Aragón, apoyando a su padre en el enfrentamiento con los franceses.

La tradición castellana hacía posible la coronación de la mujer en ausencia de heredero varón de equivalente legitimidad, cosa que no sucedía en Aragón. Sin embargo, Fernando creía tener legitimidad en virtud de su condición de heredero de mayor edad de la dinastía Trastámara. Sus consejeros también aducían el derecho del marido a la libre administración de los bienes de la esposa. Nada de ello fue aceptado por Isabel. Se avecinaba un serio conflicto.

Las negociaciones que se entablaron con suma urgencia dan prueba de la madurez de ambos jóvenes, del afecto que se profesaban y de su convicción de que estaban alumbrando una nueva realidad histórica. Fueron protagonizadas por el cardenal Mendoza en nombre de Isabel y por el arzobispo Carrillo en nombre de Fernando. Ambas partes hicieron concesiones para conseguir un acuerdo revolucionario, que iba a constituir una de las bases de la consiguiente evolución histórica de España: la Concordia de Segovia.

Sentencia arbitral de Segovia, por la que los príncipes Fernando de Aragón e Isabel de Castilla se repartieron las competencias para el futuro gobierno de sus reinos. Conservada en el Archivo General de Simancas (España)

La base del acuerdo consistió que ambos reyes iban a reinar conjuntamente. No existía ningún precedente al respecto. Para ello se otorgaban mutuamente plenitud de jurisdicción en sus respectivos reinos. Se incluían las decisiones de gobierno tanto como la administración de justicia. El cronista Hernando del Pulgar ironizó al respecto cuando ante el nacimiento de la princesa Juana escribió «los reyes parieron una infanta».

Fernando dejaba de ser un mero consorte, como se había establecido en la proclamación, para convertirse en Rey titular con todos los derechos, salvo los nombramientos de oficios, concesión de mercedes y provisión de beneficios eclesiásticos. Se lo reservó Isabel para tranquilizar a la nobleza castellana.

Para satisfacer la vanidad masculina del nuevo rey se estableció que su nombre precediera al de Isabel en todas las promulgaciones. En cambio, en el escudo de armas tendrían preeminencia lo blasones castellano-leoneses.

Con singular previsión, Fernando obtuvo también que los súbditos de ambas fuesen tratados en asuntos comerciales como naturales del otro reino. Se sentaba las bases de una unión económica decisiva para la futura configuración política de España. La concordia incluyó también expresiones de tierno cariño y de profundo respeto de Isabel hacia su esposo.

La Concordia de Segovia constituyó un elemento fundamental para afrontar las dificultades que se avecinaban. También demostró que los nuevos reyes mantenían una firme unidad de propósito. Isabel tenía una gran confianza en el pueblo castellano. Estaba convencida que el restablecimiento del orden y la justicia le llevarían hacia grandes destinos. Con la inestimable ayuda de Fernando estaba decidida a guiarlo.