
La Batalla de Ayacucho, de Martín Tovar y Tovar. Librada el 9 de diciembre de 1824, marcó el fin de las guerras de independencia en Sudamérica
1825: el final del Imperio español
Agualongo, Olañeta y Rodil: los últimos soldados que defendieron el Imperio español en América hasta el final
Estos soldados valerosos y leales, abandonados en los más lejanos confines de un imperio que habían visto derrumbarse ante sus propios ojos, dieron un ejemplo de lealtad y de coraje en la adversidad
En 1825 finalizó el interminable combate que se libró en la América continental por parte de los leales a la monarquía hispánica. 15 años de continuas campañas, batallas ganadas y perdidas. De esfuerzos desesperados por hacer llegar ayudas siempre insuficientes. De sacrificios inenarrables y heroicos.
A finales de 1825 solo quedaban retazos de lo que había sido una de las mayores construcciones políticas de la historia. Vamos a repasarlos.
En el virreinato de Nueva a Granada tocaba a su fin la decidida resistencia de la zona más realista, la región sur, en torno a las ciudades de Popayán y Pasto. El último líder de la resistencia fue el coronel indígena Agustín Agualongo. De humilde origen fue voluntario realista desde 1811. Ascendió rápidamente por su valentía y su capacidad de liderazgo.
Encabezó el ultimo alzamiento contra el triunfante Bolívar y fue fusilado con su uniforme de coronel por negarse a abjurar de su lealtad a España. Con él finalizó la lucha de los realistas al final de 1824.
El siguiente bastión en caer fue el Alto Perú. Se trataba de una región perteneciente al virreinato del Río de la Plata, por lo que no dependía de los virreyes peruanos. Su gobernador era el general Pedro de Olañeta, guipuzcoano de origen, emigrado a las indias en su niñez. Voluntario realista desde 1810, ascendió por sus brillantes actuaciones llegando a ser el último mariscal de campo español nombrado en América.
Dirigió la defensa española frenando una y otra vez las continuas acometidas de los rioplatenses. Llegó a derrotar y matar al general Güemes, caudillo insurgente del norte argentino. Se rebeló contra el régimen liberal proclamado en 1823, declarándose único defensor del altar y el trono. No aceptó las condiciones de capitulación del virrey La Serna en Ayacucho que implicaban la rendición de todas las fuerzas españolas. Su desesperada resistencia finalizó en la batalla de Tumusla, en la que el último ejército español del continente fue derrotado el 1 de abril de 1825.

Retrato de Pedro Olañeta
Herido de gravedad al frente de sus tropas falleció al día siguiente del combate, orgulloso hasta el final de su uniforme. Su heroíso mereció el reconocimiento del propio Bolívar. Fue nombrado virrey en julio de 1825, cuando ya había fallecido.
En México solo se mantenía el pabellón español en la fortaleza de San Juan de Ulúa que el puerto de Veracruz. Sitiada estrechamente desde octubre de 1823, había conseguido mantener tan prolongada resistencia gracias a los relevos y bastimentos proporcionados desde Cuba. La creación de la armada mexicana en 1825 puso en aprietos a la guarnición dirigida brillantemente por el brigadier José Coppinger.
La flotilla española, de refuerzo fue desarbolada por un huracán, lo que impidió la llegada de auxilio a los heroicos defensores. Con las municiones agotadas y la guarnición extenuada, Coppinger finalmente tuvo que capitular honrosamente el 23 de noviembre de 1825.
Al finalizar aquel funesto año, el general Rodil seguía resistiendo en El Callao. Comandante militar de las fortalezas del puerto también se negó a aceptar la capitulación de Ayacucho, esperando, contra toda esperanza, que aún podría recibir refuerzos de España. Asediado por tierra y por mar, resistió un sitio de casi dos años; contaba para su defensa con dos regimientos veteranos y con voluntarios peruanos que se le habían unido. En el Callao se habían refugiado también varios miles de civiles realistas, huyendo de la brutalidad de los ejércitos bolivarianos.
La retirada de la flota española encabezada por el navío Asia, inicuamente incluida en la capitulación de Ayacucho, agravó la ya difícil situación. Tanto civiles como militares realistas perecieron en gran número por hambre y enfermedad. Finalmente, el 23 de enero de 1826, con la guarnición diezmada, Rodil decidió capitular.
Había dirigido la más asombrosa resistencia de las guerras de la independencia. Mereció también los elogios de Bolívar que se negó a ejecutar al bravo español. El heroísmo no es digno de castigo. Rodil se rindió con todos los honores. Volvió a España llevando consigo las banderas de sus regimientos. Fueron las últimas en abandonar el Perú.

El general Rodil
Cuatro días antes había finalizado también la increíble resistencia del coronel Quintanilla en Chiloé, aislado desde la derrota de Chacabuco en 1817. Apoyado de forma unánime por la población nativa, dirigió enérgicamente la defensa de aquel meridional archipiélago contra fuerzas inmensamente superiores. Aquellas islas tenían una considerable importancia estratégica pues constituían el puerto de arribada de los barcos españoles tras la difícil travesía por el cabo de Hornos. Quintanilla derrotó a varias expediciones organizadas por la República de Chile. Finalmente tuvo que capitular el 19 de enero de 1826.
Soldados valerosos y leales, abandonados en los más lejanos confines de un imperio que habían visto derrumbarse ante sus propios ojos. Dieron un ejemplo de lealtad y de coraje en la adversidad. Mantuvieron incólume el honor del uniforma que amaron y sirvieron hasta el final. Pero la memoria es frágil con los derrotados.