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Antonio Pérez Henares
Historias de la historiaAntonio Pérez Henares

Juan de la Cosa, el gran piloto, ojos y oídos de la reina Isabel en el Descubrimiento

La católica reina le tenía en la más alta consideración que, cuando se decidieron a apoyar a Colón buscando la llegada al país de las especias cruzando el Atlántico, de quien dispuso y a quien puso para viajar justo a su lado, y en su propia nave, fue a él

Juan de la Cosa, obra de Juan Manuel Núñez Báñez

Juan de la Cosa, obra de Juan Manuel Núñez Báñez

Fue el mejor piloto de las Indias; participó en los tres primeros viajes de Colón. Con su amigo Alonso de Ojeda, por quien dio la vida para salvar la suya, recorrió las costas ya de Tierra Firme del continente y las cartografió. Suyo es el primer mapa de América, aunque el nombre se lo pusiera Vespucio. Fue el hombre de confianza de la reina Isabel y sus ojos y oídos en el Nuevo Mundo. La nao Santa María era suya, la Mariagalante se llamaba, que se rebautizó así para ser la capitana del Almirante en la singladura que cambió la historia del mundo y de la humanidad entera.

Nació en Santoña, de familia hidalga y marinera, pero poco más se sabe de su vida, ni siquiera la fecha de su nacimiento, entre los años 1455 y 1460, aunque sí consta que con mujer e hijo allí residía. Su apodo «el vizcaíno» proviene de que tanto a los habitantes de Santoña como de los otros puertos cántabros se les consideraba y mentaba como tales. Se hizo como marino en su mar de origen, pero no tardó en levantar vuelo y bajarse costeando hacia el sur. Se sabe que anduvo por aguas portuguesas, canarias y de la costa occidental de África.

Sus primeros servicios a la Corona española los prestó por allí, aprovechando su condición de comerciante y su barco para espiar cómo les iba a los lusos en su carrera hacia la especiería. En eso andaba cuando se enteró, en Lisboa, en el año 1488, de que allí acababa de llegar el navegante Bartolomé Díaz, después de haber logrado alcanzar el cabo de Buena Esperanza.

Se logró zafar de las patrullas portuguesas que ya lo estaban buscando, regresar con la información a Castilla y dar cuenta de ella a la reina Isabel. Ella se lo agradeció mucho y lo tuvo, para siempre, en la más alta consideración. Tanto fue así que, ya de inicio, y cuando se decidieron a apoyar a Colón buscando la llegada al país de las especias cruzando el Atlántico, de quien dispuso y a quien puso para viajar justo a su lado, y en su propia nave, fue a él.

La Santa María, con Colón como capitán y Juan de la Cosa como maestre, y según palabra del Almirante, con una tripulación «que eran todos o los más de su tierra», cruzó el Atlántico. Y fue desde la llegada, el 12 de octubre de 1492, a El Salvador, costeando por diversas islas hasta llegar, en la noche de Nochebuena, a las costas de La Española (hoy Dominicana y Haití), donde, con mar en calma, dormidos todos excepto un grumete que quedó a vigilar, se levantó viento y la nao se fue contra las escolleras, encallando y naufragando después.

Colón culpó de ello a De la Cosa, como maestre y responsable, por haber acostado dejando, contra su orden, a un muchacho al mando y, aún más, por no haberle ayudado a intentar salvarla y huir con el resto de la tripulación. Sin embargo, no hubo por ello lugar a sanción alguna por parte de los Reyes al regresar, en 1494, sino que, bien al contrario, fue indemnizado por la pérdida del barco.

Las desavenencias de don Cristóbal se convirtieron en crónicas después de aquello, aunque ya antes, en la travesía del océano, algunas habían surgido. Al principio, el Almirante le había tomado estima, convirtiéndolo en su interlocutor y una suerte de discípulo, enseñándole todo lo que sabía sobre la navegación en altura y los cálculos de latitud.

El cántabro era avezado marinero, pero de aguas costeras, y consideró siempre que la destreza adquirida por él había sido «hechura suya». Pero cuando comenzó a discutirle algunas decisiones, el genovés empezó a reprocharle que murmuraba de él y hasta pretendía saber más.

Se agrió aún más cuando, en la revuelta y casi motín de la marinería (22 de septiembre), exigiendo volver, entendió que no le había apoyado lo suficiente y que había participado en la reunión de maestres de las tres carabelas, que le exigieron mostrase sus predicciones y cálculos de pronta arribada a tierra; situación que se salvó con la colaboración del mayor de los Pinzón y del cabeza de los Niño. La pérdida de la Santa María los distanció del todo, aunque no por ello, al final de sus días, el Almirante no reconociera su enorme valía como piloto.

Con el tablazón de la Santa María se construyó la empalizada del Fuerte Navidad, donde quedaron 39 españoles, acogidos muy amistosamente por los indios taínos, que los habían recibido muy bien y eran en extremo pacíficos. Se comenzó el viaje de vuelta con Colón y De la Cosa en la Niña, y los Pinzón en la suya.

Para la segunda expedición, Colón no tenía muchas ganas de contar con él, pero los Reyes sí, y le impusieron su presencia, aunque no consintió llevarlo con cargo prominente ni cercano. Fue como cartógrafo, «maestro de cartas de marear», en la Niña de los avezados navegantes de Palos, donde, amén de con ellos, hizo ya amistad para siempre con el joven y audaz Alonso de Ojeda, al que uniría su suerte.

Al llegar, vieron que el Fuerte Navidad había sido arrasado y todos los españoles muertos. El trato a los indígenas, los abusos con las mujeres —«cada uno tenía al menos tres»— tuvieron mucho que ver, aunque no fueron los taínos ni el cacique amigo quien los atacó, sino otro, Caonobó, de ascendencia caribe, quien los asaltó y asesinó. Sería precisamente Ojeda quien, a la postre, se encargaría de él.

Ambos ya habían conocido cómo se las gastaban esos otros indios, que tenían aterrados a los taínos, a los que asaltaban. Se les llevaban las mujeres y se las comían, pues entre sus hábitos, el canibalismo era su gran afición gastronómica.

Retrato de Juan de la Cosa

Retrato de Juan de la Cosa

De este segundo viaje, del que regresó en 1496, poco más se sabe de sus quehaceres, pero sin duda lo aprovechó bien para aprenderlo todo de aquellas aguas, certificar que Cuba era isla y ganarse un prestigio cada vez mayor como piloto. También lo hizo en el tercero, al que cada vez parece más claro que también fue, y donde esta vez sí arribó a tierra firme en el golfo de Paria, en Macuro, actual Venezuela, junto a la desembocadura del Orinoco. Regresó, eso sí, a España antes de que lo hiciera Colón (1500), quien al final lo hizo encadenado por orden del pesquisidor Francisco de Bobadilla.

Afincado De la Cosa en el Puerto de Santa María, siempre en buena conexión con la Corte y la reina Isabel, su fama como navegante y experto máximo en las aguas del Nuevo Mundo había ascendido a lo más alto, solo por debajo del Descubridor, al que los Reyes hicieron desencadenar de inmediato y restituyeron honor y fortuna. Pero ya no le dieron el rango anterior ni le devolvieron la exclusiva de los viajes a las Indias, que en 1499 habían decidido extender a otros exploradores.

Puede que los informes de Juan de la Cosa tuvieran algo que ver, aunque no directamente, en la decisión de los Reyes de quitar la exclusiva de los viajes y exploraciones a Cristóbal Colón, pero lo que es evidente es que aprovechó de inmediato aquella posibilidad. Lo hizo con su gran amigo Ojeda y acompañados por el comerciante italiano asentado en Sevilla, Américo Vespucio, quien acabaría por darle nombre al continente.

Navegaron derechitos a Tierra Firme, al golfo de Paria y a la desembocadura del Orinoco. Los palafitos en los que vivían los indígenas en orillas de ríos y lagos hicieron que le dieran el nombre de Venezuela, Pequeña Venecia, a aquella tierra que recorrieron costeando por Margarita, la isla de las Perlas, después por la península de Coquibacoa, llegando al Maracaibo y a la actual Colombia.

De allí se dirigieron a La Española, donde no fueron muy bien recibidos por el alcalde Roldán, que, tras sublevarse, había pactado con Colón y con el que llegaron a tener enfrentamientos armados y a darse más de tres cuchilladas. Y, si algo mejor, fue porque este accedió a entrevistarse con ambos a pesar de sus disensiones. En aquella reunión, De la Cosa y el Almirante cotejaron planos e información cartográfica, y el cántabro pudo hacer incluso copia de algunos mapas del Almirante, pues ya estaba enfrascado en dibujar su famoso —y aún debía serlo más— mapamundi, en el que aparece la primera representación del continente americano.

Mapa Juan de la Cosa

Mapa de Juan de la Cosa en el que se representa el nuevo y el viejo mundoWikipedia

En él no se le olvidó poner, en una esquina, una imagen de san Cristóbal en honor a Colón. El mapa, el más antiguo que refleja las tierras americanas, está dibujado sobre dos pieles de pergamino de 96 cm de ancho por 183 cm de largo, con esta firma: «Juan de la Cosa lo hizo en el puerto de S....ma (Samaná, Dominicana o Cumaná, Venezuela) en año de 1500», aunque la obra la ultimó a su regreso al Puerto de Santa María.

En él, De la Cosa no solo refleja los viajes realizados por él mismo —los tres con Colón y el de Ojeda—, sino también los de Vicente Yáñez Pinzón, Juan Caboto y los de los portugueses Cabral, Bartolomé Díaz y Vasco de Gama.

Su siguiente viaje lo hizo con el rico notario sevillano Rodrigo de Bastidas, que, tras consultarlo sobre qué ruta tomar, decidió nombrarlo piloto mayor de la expedición, en la que también iba un hombre que pasaría después a la gran historia de América y del mundo: Vasco Núñez de Balboa.

Salieron de Cádiz a finales del año 1500 con dos barcos y llegaron al golfo de Urabá, alcanzando territorio del actual Panamá. Consiguieron importantes beneficios, pues lograron atesorar una notable cantidad de oro, pero el mal estado de las naos les obligó a dirigirse a La Española, donde lograron llegar, aunque naufragaron en sus costas y cayeron en manos de Bobadilla, que los arrestó, ya que los documentos que autorizaban el viaje se habían perdido en el naufragio. Hubo de liberarlos con prontitud y, aunque con cargos, regresaron a España a finales de ese mismo año.

Una vez más, la mano de la reina Isabel se hizo notar. Nombró a De la Cosa alguacil mayor de Urabá en recompensa por los servicios prestados en el viaje, amén de hacerlo oficial, con salario, de la recientemente creada Casa de la Contratación.

Las siguientes peripecias del piloto lo devolvieron a sus quehaceres primeros de espía real, y de nuevo fue enviado a Portugal a enterarse de lo que estaban haciendo los lusos por América, pues sabían que andaban por Brasil y parecían haberse metido en las Indias castellanas. Esta vez tuvo menos suerte y lo pillaron muy pronto, pero no tardó en ser liberado y, en el mes de septiembre, fue recibido por la reina Isabel en Segovia.

Monumento en Santoña a Juan de la Cosa

Monumento en Santoña a Juan de la Cosa

En 1504 estaba de nuevo rumbo a las Indias, ya como capitán general de cuatro navíos y con Cédula Real que le encargaba descubrir y vigilar las costas de Tierra Firme. Combatió a los caribes y, tras sacar de gran apuro al mercader sevillano Cristóbal Guerra, cerca de la actual Cartagena, encontraron importantes cantidades de oro en los arenales del Urabá. Con los barcos hechos una ruina por la broma que barrenaba el maderamen, logró llegar a La Española con un tesoro valorado en 2,5 millones de maravedíes, de los que la mitad fue para el quinto real. Él recibió, además, de propina, 50.000 más, ya acordados antes de partir.

Muerta Isabel, el rey Fernando siguió otorgándole su gracia, y anduvo tanto por el Mediterráneo manteniendo a raya a los piratas como en algún viaje de ida y vuelta a las Indias. En 1508 participó con Vicente Yáñez Pinzón, Juan Díaz de Solís y Américo Vespucio en un cónclave para dar con la forma de hallar algún paso que permitiera cruzar hacia Asia, lo cual parecía ser misión imposible.

En aquella junta representó también los intereses de su amigo Alonso de Ojeda, que optaba a la Gobernación de Tierra Firme y lo hacía precisamente contra su también compañero de expediciones, Diego de Nicuesa. Al final se optó por partirla en dos: al oeste del golfo de Urabá sería para Nicuesa y se llamaría Veragua, y la del este sería para Ojeda con el nombre de Nueva Andalucía.

Juan de la Cosa, con su cargo de alguacil mayor de Urabá, partió junto a Ojeda en el que iba a ser su último viaje, el 10 de noviembre de 1509. Iban a repoblar aquellas tierras y, esta vez, con De la Cosa iban su mujer, su hija y otro hijo más pequeño, varón. Entre los 300 hombres que iban en los bergantines, iba un soldado llamado Francisco Pizarro. Al llegar a su destino, De la Cosa trazó la línea divisoria entre los territorios de Nicuesa y Ojeda, señalando al río Atrato como límite entre las dos gobernaciones.

Ojeda, siempre belicoso, decidió desembarcar en la bahía del Calamar, desoyendo los consejos de su amigo, que le advirtió del peligro de aquellos indios, ya muy maleados por anteriores expediciones —que él mismo había combatido—, y que eran muy feroces y utilizaban flechas envenenadas.

Los combates no tardaron en comenzar. Un primer enfrentamiento en un poblado costero se saldó, tras dura pelea, con triunfo y cautivos, huyendo los indios hacia el interior de la selva y hacia otro poblado mayor. Ojeda, con De la Cosa acompañado por unos setenta soldados, los persiguió y de nuevo logró vencerlos en otro combate, aumentando la cifra de prisioneros hasta un centenar.

Dándolos ya por derrotados, fatigados por la batalla y el calor, se pararon en un claro a descansar sin tomar ninguna precaución. Fue entonces cuando fueron sorprendidos por un gran número de guerreros caribes, venidos desde el poblado de Turbaco, que, con sus mortíferas flechas ponzoñosas, se lanzaron contra ellos y los desbarataron, persiguiéndolos sin tregua y matando a todos cuantos conseguían atrapar. Que fueron todos menos Ojeda y un soldado. Juan de la Cosa fue el último en caer, protegiendo la retirada de su amigo y consiguiendo que, al cebarse contra él —que les hizo frente—, Ojeda consiguiera escapar y llegar a la costa, a la bahía del Calamar, donde pudo encontrar el socorro de los que allí habían quedado.

Alonso de Ojeda, tan acongojado como rabioso por la muerte de su camarada de tantos años, encontró el apoyo de Nicuesa, que llegaba con los suyos en aquel momento, y, aparcando sus diferencias, se lanzaron juntos a vengarlos. Esta vez se aproximaron con todas las precauciones hasta el poblado de Turbaco y, una vez llegado y apostado cerca de él, y teniéndolo rodeado, se lanzó a un asalto despiadado y feroz que los caribes no pudieron resistir.

No dieron tregua alguna, y sí muerte a todo aquel que se puso a su alcance, sin respetar ni sexo ni edad, y finalmente lo entregaron al fuego. Alonso de Ojeda buscó con desesperación los restos de su amigo y, al cabo, los encontró con el cuerpo hinchado como un odre por el veneno y lleno de flechas: «Como un eriço asaeteado, porque de la yerva ponçoñosa debia de estar hinchado i disforme, y con algunas espantosas fealdades».

Así pereció el gran marino, el autor del primer mapa de América, los ojos y los oídos de la gran reina Isabel la Católica. Fray Bartolomé de las Casas, nada dado a los elogios, dejó este por escrito: «Juan de la Cosa, vizcaíno, que por entonces era el mejor piloto que por aquellos mares había».

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