El teniente coronel Fernando Primo de Rivera, jefe del Alcántara en su heroico sacrificio en Annual
Primo de Rivera dijo a sus oficiales: «La situación es crítica. Ha llegado el momento de sacrificarse por la Patria. Que cada uno ocupe su puesto y cumpla con su deber»
Carga del río Igan, por Augusto Ferrer-Dalmau
Por estos días de julio del año 1921 tuvo lugar uno de los hechos más terribles de la historia militar española: el Desastre de Annual. La derrota de las tropas expedicionarias y la todavía más espantosa matanza posterior a manos de los rifeños, mandados por Abd el-Krim.
Es, sin duda, un momento luctuoso y sombrío, pero es también momento de recordar la página más heroica firmada por el Regimiento de Caballería Alcántara y el sacrificio de la práctica totalidad de sus miembros para proteger la retirada del ejército vencido e intentar, a costa de las suyas, salvar las de los demás. Al frente de aquella epopeya cabalgó y murió su jefe, el teniente coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja.
Fernando Primo de Rivera y Orbaneja
Sucintamente, los hechos ocurridos pueden resumirse así. En febrero de 1920, el general Silvestre llega a Melilla, se hizo cargo del mando e inició desde allí los avances por territorio rifeño. El 15 de enero de 1921 tomó Annual y el 7 de junio alcanzaba su máxima penetración, ocupando Igueriben para asegurar con esa posición la comunicación de todo su despliegue.
Entonces fue cuando comenzó la contraofensiva de Abd el-Krim. Para el día 17 de julio ya tenía cercada Igueriben, y las bajas españolas y sus dificultades de abastecimiento, desde agua hasta munición, empezaron a ser muy graves.
El teniente coronel Fernando Primo de Rivera quedó al mando del Regimiento Alcántara al pasar su coronel, Francisco Manella, al frente de todo el distrito de Annual.
El día 21 de julio, la presión rifeña era tremenda y Annual quedó cercado. El general Silvestre evacuó a su hijo Miguel a Melilla, ordenó al coronel Manella dirigir la retirada, pues consideró imposible resistir en esa posición, y retirándose a su tienda se pegó un tiro en la cabeza. Cae Igueriben. Los rifeños acosaron y hostigaron a las tropas en retirada. El coronel Manella, defendiendo la retaguardia de sus columnas, ya casi en desbandada, muere abatido en las cuestas de Izumar.
El general Navarro, que ha sustituido a Silvestre, ordena al Alcántara que tapone a toda costa la brecha y contenga a los rifeños para que el grueso del ejército pueda alcanzar la posición de Monte Arruit, a la que se dirige desde Melilla el propio Navarro.
Regimiento Alcántara. Obra de Augusto Ferrer-Dalmau
Primo de Rivera dijo a sus oficiales: «La situación es crítica. Ha llegado el momento de sacrificarse por la Patria. Que cada uno ocupe su puesto y cumpla con su deber». Ese mismo día, las columnas en retirada, con su ayuda, rebasaron a la caballería, y el Alcántara quedó como última defensa ante la oleada enemiga que venía detrás y que se desplegó por sus flancos.
El día 23 de julio, trece jóvenes cornetas tocaron a retreta en el día que iba a convertirse en tan glorioso como sangriento para todo el regimiento. Ninguno de los trece llegó vivo a la noche.
Ya por la mañana comenzaron las cargas para defender la retaguardia, escoltar a los heridos y seguir permitiendo que las columnas continúen retirándose, alcanzando ya la posición de Dar Drius, a la que ha llegado el general Navarro. Este, sobre las 13:30, ordenó al Alcántara lo que bien sabe supone sacrificar a todo el regimiento: adelantarse al cauce seco del río Igan, despejarlo y permitir que la retirada, ya convertida en general y total desbandada, atraviese por aquel lugar convertido en un infernal embudo para alcanzar Monte Arruit.
Todos los jinetes, desde su jefe hasta el último soldado, sabían que su destino más cierto iba a ser morir.
Su teniente coronel se dirigió a ellos con estas palabras: «¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio. Que cada uno cumpla con su deber. Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos».
Cuadro 'Viva España' de Augusto Ferrer-Dalmau
Ciertamente lo demostraron. Habían cargado ya antes por la mañana en varias ocasiones contra el enemigo y lo habían hecho huir. Pero ahora, ya dueños estos de todo el terreno, en ingente número y pudiendo dispararles desde todos los lados, las cargas resultaban mortales para jinetes y caballos. Pero no por ello dejaron de darlas: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y hasta siete veces, al galope, al trote y de allí al paso, y algunos hasta a pie.
De esta manera magistral lo describió Arturo Pérez-Reverte: «Siete veces cargó Alcántara monte arriba y sable en mano, reagrupándose tras cada carga, cada vez menos hombres, más heridos, exhaustos y sedientos jinetes y caballos, una y otra vez bajo la granizada de balas enemigas, entre las zarzas y parapetos rifeños, tan diezmados y agotados al final que la última carga, octava del día, hubo que darla con los caballos al paso, pues ya no podían ni trotar; y aún después se continuó ladera arriba, a pie, combatiendo al arma blanca».
Todos, hasta el último hombre —aunque algunos no fueran más que chiquillos—, se lanzaron al combate. Lo hicieron cuando ya no había, en las últimas cargas, suficientes para cerrar las filas; lo hicieron, aunque no tenían tal obligación, el teniente médico, los tres alféreces veterinarios y el capellán. Y cuando ya no quedaba nadie más, lo hicieron —la mayoría ya a pie— los maestros herradores, el trompeta de quince años que llevaba el cornetín de órdenes y sus trece compañeros, de pareja edad, de la banda de música del regimiento, que murieron todos.
Cuadro 'Carga de Alcántara 1921', de Augusto Ferrer-Dalmau
Cuando, al caer ya la noche, los que habían sobrevivido consiguieron llegar exhaustos —muchos heridos y, los que aún lo tenían, con su caballo de la brida— a la posición de El Batel, de los 691 hombres del regimiento solo quedaban 67.
Así lo deja, lacónicamente, anotado uno de los partes oficiales: «El enemigo, parapetado en trincheras hechas en la loma de Dar Azugar, a la izquierda de la carretera, y en las cabilas de la posición de Amersdam, impedía el paso con su fuego, habiendo detenido a dos camiones de los que conducían heridos, rematándolos, y teniendo que dar varias y repetidas cargas para desalojarlos de sus posiciones, haciéndonos muchas bajas, restableciendo de esta forma la comunicación por la carretera».
Tras conseguir su objetivo —lograr abrir el paso y permitir la huida de los últimos que se retiraban—, agotados los caballos, rendidos los jinetes y alejado el enemigo, los supervivientes se incorporaron a la columna en dirección a Batel y Monte Arruit, y al frente de ellos, su jefe, también desmontado, muerto Pirote y herido su tordo Carbonero, al que habría de sacrificarse después.
El regimiento casi había desaparecido. Las bajas eran estremecedoras. Apenas quedaba vivo —y aún menos entre oficiales y suboficiales— uno de cada diez. Y la mortandad iba a continuar, empezando por su jefe, que es alcanzado por una granada en Monte Arruit que le destroza un brazo. Se lo amputan sin anestesia, y él pide tan solo algo que pueda morder para soportar el dolor. Pero, a pesar de la tremenda cura, se gangrena y acaba por morir el 6 de agosto.
Muchos de los otros perecieron después, cuando, tras el rendimiento de la posición y acordar Navarro la entrega de las armas y que se respetarían las vidas de los prisioneros, éstos fueron masacrados de inmediato, hasta no dejar con vida apenas al propio Navarro y al grupo de oficiales que se rindió con él, que hubieron de asistir a la matanza de todos sus hombres. El número de quienes finalmente se salvaron del Alcántara pudo contarse con los dedos de las manos.
Pero su gesta quedó impresa, para siempre, en la memoria de la Caballería española. El teniente coronel Primo de Rivera fue condecorado, al igual que algunos otros miembros del regimiento a título individual, con la máxima condecoración de nuestros ejércitos: la Laureada de San Fernando. Y, al final —aunque 91 años después—, recientemente, durante el Gobierno de Mariano Rajoy, en el año 2012 y tras vergonzosas dilaciones de todo régimen y color, lo fue finalmente el regimiento entero.
Amén de causas políticas —pues nada hay de lo que huya más la política que de un desastre que se quería a toda costa tapar y olvidar—, de inicio, la tramitación del expediente resultó muy difícil por una razón: los que podían instarla en el momento estaban casi en su totalidad muertos o prisioneros. Pero haberlo tenido guardado en un cajón durante casi un siglo refleja el trato que tantas veces da España a sus héroes.
Cuadro «Junto a los Héroes del Alcántara», de Augusto Ferrer-Dalmau
El jefe del Regimiento —su apellido lo indica de manera ostensible— era vástago de una gran familia militar, y su tío, el instaurador de la dictadura en tiempos de Alfonso XIII. Tiempo después de su muerte, su primo, e hijo de aquel, sería el fundador de la Falange: José Antonio Primo de Rivera.
Fernando Primo de Rivera y Orbaneja nació en Jerez de la Frontera en el año 1879. Tras pasar por la Academia de Infantería de Toledo en 1898, ingresó ese mismo año en la Academia de Caballería, donde se convirtió en un excelente jinete y campeón de esgrima. Completó su formación en la Academia de Caballería francesa de Saumur. Tras su ascenso a capitán en 1912, fue destinado al Regimiento de Taxdirt, en Melilla, donde participó en numerosos combates, ganando la Cruz de María Cristina ese mismo año y siendo ascendido a comandante por méritos de guerra en el combate librado el 15 de mayo en Ulad Garen.
Vuelto a España, fue profesor en la Escuela de Equitación, pero regresó, ya como teniente coronel, a Marruecos, con el empleo de segundo jefe del Regimiento de Cazadores de Alcántara, del que se hizo cargo el día 20 de julio, cuando ya todo el frente comenzaba a derrumbarse.
En la defensa de Monte Arruit, una granada de artillería le arrancó un brazo, muriendo a consecuencia de la infección de la herida. Hasta que no se recuperó Monte Arruit, el 24 de octubre, no se pudieron retirar sus restos del lugar en que habían sido enterrados por sus propios soldados. Su cadáver fue entonces llevado a Melilla y trasladado ya en noviembre del año 1923, primero a Málaga y luego a Madrid, donde, a su llegada a Atocha y en un acto presidido por el rey Alfonso XIII, se le impuso al féretro la Cruz Laureada de San Fernando, que le había sido concedida dos días antes en premio a su heroica actuación durante el Desastre de Annual.
Entierro del teniente coronel Fernando Primo de Rivera
Recibió al fin sepultura en el cementerio de San Isidro, en el panteón familiar, en el que el Arma de Caballería levantó un monumento, obra de Benlliure. Este mismo escultor fue el autor de un grupo escultórico que representaba a cuatro jinetes del Regimiento, pertenecientes a diferentes épocas, y que el 25 de junio de 1931 sería inaugurado a la entrada de la Academia de Caballería de Valladolid.
La laureada colectiva al regimiento habría de esperar, como se ha dicho, 91 años más. El afamado pintor Augusto Ferrer-Dalmau ha dedicado a esta gesta varios de sus cuadros más celebrados y puesto en valor aquella heroicidad colectiva y aquel sacrificio asumido en medio del desastre y la incapacidad de los máximos responsables del mismo.