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Costas de Europa y África del Norte. Mapa de Diego Homen

Costas de Europa y África del Norte. Mapa de Diego Homen

Qué queda hoy de la presencia española en Marruecos, Argelia, Túnez y Libia

Pese a que la presencia española en el norte de África no fue tan permanente ni tan intensa como en otras partes del planeta, la huella española sigue presente en la actualidad

A principios de 1492 caía el último reducto musulmán en la península ibérica, el Reino nazarí de Granada, y los Reyes Católicos pretendían continuar la reconquista en el sentido más clásico y amplio del término, considerando a esa incipiente España heredera de la Hispania romana y, por tanto, con títulos para reclamar las antiguas provincias romanas del África noroccidental: la Mauritania Tingitana y la Cesariense. (De hecho, tras la reforma administrativa de Diocleciano, la provincia Tingitana pasó a formar parte de la diócesis de Hispania).

Pero en octubre de ese mismo año, Cristóbal Colón descubrió el continente americano y, en consecuencia, la mayor parte de los recursos y energías que se iban a volcar en África se trasladaron a América.

Sin embargo, España no desatendió totalmente el continente del sur. Para entonces, la conquista de las islas Canarias estaba en marcha. Ceuta ya había sido conquistada por Portugal y pasará definitivamente a ser parte de la Corona española tras la unión ibérica, y Melilla sería conquistada antes de finalizar el siglo XV. En otros artículos hemos hablado del fuerte de Santa Cruz de la Mar Pequeña, construido en el siglo XVI en el área de Tarfaya, del Sáhara español, de Sidi Ifni y de Tánger. Por ello, en esta ocasión hablaremos de otros territorios que España mantuvo en el norte de África y de la huella española que aún pervive en ellos.

Como señalaba al principio, la política imperial de los Reyes Católicos contemplaba la expansión por territorio magrebí frente a un islam en franco retroceso. Los musulmanes que habitaban estos territorios, lejos ya de la época gloriosa de Al-Ándalus, respondían a diferentes etnias, múltiples tribus y distintos caudillajes y sultanatos.

Con el tiempo, muchos magrebíes dependerán en mayor medida del Imperio otomano, el gran polo de poder en la Edad Moderna en el Mediterráneo oriental. Pero, en clara inferioridad militar frente al Occidente cristiano, las plazas musulmanas del África occidental se dedicarán, fundamentalmente, a la piratería y a la trata de esclavos.

Las políticas de Carlos V y de Felipe II en el Magreb fueron poco constantes y, tan pronto se tomaban algunas plazas, como se perdían pocos años después. El César Carlos cede Trípoli a los caballeros de San Juan y, en 1535, toma nuevamente Túnez y La Goleta, pero fracasa en Argel en 1540. Felipe II fracasa en la reconquista de Bugía, pero recupera definitivamente el peñón de Vélez de la Gomera.

Este «toma y daca» se dio en numerosas plazas como Trípoli, Gelves, Túnez, Argel, Tánger, Arcila o Larache, por citar solo algunas. En Argelia, sin embargo, España estuvo presente casi tres siglos en Orán y Mazalquivir, desde 1505 hasta prácticamente 1791. Cuarenta años después, Argelia se convertiría en colonia francesa. En Marruecos, debido fundamentalmente a la proximidad geográfica, las relaciones fueron especialmente intensas. Hay que tener en cuenta que fue el territorio que acogió a parte de los judíos y de los moriscos expulsados de la península.

Puerto de Orán. Pintura de 1613 por Vicente Mestre

Puerto de Orán. Pintura de 1613 por Vicente Mestre

En síntesis, se podría decir que las conquistas o acciones militares españolas respondían más a la lucha contra la trata y la piratería que a un claro deseo de conquista permanente. Esta situación irá cambiando paulatinamente a lo largo del siglo XIX, cuando una España en decadencia pierde la mayor parte del Imperio americano, pero no se resigna a quedarse totalmente al margen del scramble for Africa —el reparto de África— en el que competirán la mayoría de las potencias europeas.

En consecuencia, parte de la historia de Marruecos y España en los siglos XIX y XX será de confrontación: tal fue el caso de las guerras de 1859-60, la de 1893, la de 1909-14, la creación del protectorado español o episodios dramáticos como el del Barranco del Lobo (1909) o el Desastre de Annual, este último ya en 1921 y que, de alguna manera, motivará el entendimiento franco-español y el desembarco de Alhucemas de 1925. En 1956, Francia y España reconocerán la independencia de Marruecos.

Tropas españolas de camino al Barranco del Lobo

Tropas españolas de camino al Barranco del LoboJosé L. Demaría López Campúa

Dado que la presencia de España en el Magreb ha sido muy desigual, también lo es la huella dejada en los distintos países que conforman este territorio. En la Libia actual, y dado que España solo estuvo presente dos décadas en Trípoli, apenas quedan huellas culturales o arquitectónicas, especialmente tras la explosión fortuita, en 1864, de más de 100.000 libras de pólvora depositadas en «el fuerte español», construido por España en el siglo XVI y que quedó destruido por completo.

Un año antes había sido clausurada la capilla consular o iglesia española de Trípoli, y sus ornamentos y alhajas trasladados a la prefectura apostólica. Es cierto, no obstante, que el tratado hispano-tripolino de 1784 tuvo en cuenta esa presencia española y consiguió el establecimiento de relaciones diplomáticas, comerciales y una cierta tolerancia religiosa, temporalmente, para los españoles residentes.

La catedral del Sagrado Corazón de Trípoli en la década de 1960

La catedral del Sagrado Corazón de Trípoli en la década de 1960

En Túnez, al igual que en Libia, la huella española es escasa, aunque no se pueden minusvalorar las aportaciones de los moriscos expulsados de España y la influencia de la denominada comunidad andalusí en el arte y la cultura de la ciudad.

Caso muy distinto es el de Argelia, donde aún perviven algunas influencias, como la lengua: aunque el español no es idioma oficial, muchas palabras y expresiones castellanas son utilizadas actualmente en el denominado «español oranesino». También, por las comunidades judías que hablaban haketía, un derivado del ladino.

En la parte occidental de Argelia perviven muchos apellidos españoles, y el flamenco andaluz tiene claras influencias en la música raï argelina, al igual que el uso del pimentón y el azafrán en su gastronomía. En arquitectura, destaca el imponente fuerte de Santa Cruz o la plaza de toros de Orán, ciudad en la que aún perviven calles y casas de estilo español: fachadas blancas, tejas rojas, patios interiores y balcones de hierro forjado que recuerdan a muchas ciudades andaluzas.

Plaza de Toros de Orán

Plaza de Toros de OránPicasa

Aunque, sin duda, donde mayor ha sido la influencia de la presencia española es en Marruecos, en base a la cercanía geográfica, a la intensa historia compartida y, especialmente, a la etapa del protectorado, que no solo fue administrativa o militar, sino que implicó la cultura, el idioma y la arquitectura. Así, en Tetuán y otras zonas del antiguo protectorado todavía se habla castellano.

De igual forma que muchos escritores españoles, pasados y presentes, se han interesado por el norte de África —como Ramón J. Sender, Adolfo Llanos, Isaac Muñoz, José Díaz Fernández, Arturo Barea, Antonio Manuel Carrasco o María Dueñas, por citar solo algunos de los más destacados—, en este grupo habría que incluir también a españolas de origen marroquí como Laila Karrouch o Najat El Hachmi.

También existe un notable grupo de hispanistas marroquíes. A diferencia de los españoles citados, que en su mayoría no escriben en árabe, la obra de los marroquíes es fundamentalmente en español. Entre estos se pueden citar a los ya fallecidos Mohamed Sibari, Abdellah Djbilou o Mohamed Chakor, y a autores más actuales como Ahmed El Gamoun o Mohamed El Morabet.

Al igual que en Argelia, el flamenco también tiene influencias en la música marroquí y viceversa. Existen asimismo vínculos en la gastronomía, en la afición al café con churros, en la pasión por la liga española —especialmente por equipos como el Real Madrid o el Barcelona— y, por último, en la arquitectura española de ciudades como Tetuán, Nador, Alhucemas, Larache, Chauen o Alcazarquivir.

Una arquitectura que, como señala Antonio Bravo Nieto, evoluciona desde el eclecticismo hasta el neoárabe más convencional y, ya en los años treinta del pasado siglo, abraza con fuerza el modernismo. De la época franquista perviven construcciones como el bulevar de Mohamed V o la plaza Muley El Mehdi, en Tetuán (a la que los tetuaníes siguen llamando «plaza de Primo», por Primo de Rivera). También son de esa época los soportales porticados que aún se conservan en las ciudades citadas.

En definitiva, pese a que la presencia española en el norte de África no fue tan permanente ni tan intensa como en otras partes del planeta, la huella española sigue presente en la actualidad.

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