La bandera española ondeando sobre la sede provisional del gobierno del Territorio de Ifni el 7 de abril de 1934, que marcó la ocupación efectiva de Ifni por los españoles
Las huellas de España en el Sáhara y Sidi Ifni que el tiempo no ha conseguido borrar
España dejó una huella duradera en el Sáhara Occidental y Sidi Ifni, visible aún en el idioma, las ciudades y la memoria de sus habitantes
Una buena introducción, ya sea en un ensayo, en una novela o en un simple artículo, evita muchas lecturas frustradas. El Sáhara Occidental es, todavía, un asunto muy cercano y extremadamente polémico para la mayoría de la sociedad española. Por eso, me interesa precisar que este es un artículo estrictamente histórico y, en consecuencia, no entrará en valoraciones políticas o análisis sobre la actual situación del territorio.
Dicho lo cual, vayamos al siglo XIV, siglo en el que se datan los primeros contactos de navegantes, marinos e incluso pescadores españoles con la costa africana opuesta a las islas Canarias (Betancuria, como las denominaba Unamuno). Incluso el propio Béthencourt habría llegado hasta Bojador y, a mediados del siglo XV, Juan II de Castilla otorgó al duque de Medinaceli derechos sobre parte de dicha costa, y Diego García de Herrera fue nombrado en 1468 por Enrique IV señor de Canarias y de la Mar Menor de Berbería. A Herrera se le debe la edificación de la fortaleza de Santa Cruz de la Mar Pequeña. Después de muchas vicisitudes, y tras la guerra de 1860 y la Paz de Wad-Ras, el sultán de Marruecos reconoció el derecho de soberanía española sobre el territorio de Santa Cruz de la Mar Pequeña.
La exploración del territorio es también una empresa del siglo XIX. Aunque los primeros reconocimientos de la zona corresponden a Joaquín Gatell, la primera gran exploración fue la impulsada por Cánovas y llevada a cabo por Emilio Bonelli en 1884, con unos treinta hombres, embarcados en tres navíos. Fundaron Villa Cisneros en Río de Oro y establecieron contactos con los nativos nómadas para que no pusieran impedimentos a un establecimiento permanente.
Grabado publicado en enero de 1885 en La Ilustración Española y Americana que presenta a miembros de la Sociedad Española de Africanistas encabezado por Emilio Bonelli
A las expediciones de Bonelli siguieron las de Álvarez Pérez, que recorrió la costa, pero no se adentró en el territorio. Para ello habría que esperar a la expedición del capitán Julio Cervera, el naturalista Francisco Quiroga y el intérprete Felipe Rizzo, que llegarían, con muchísimas dificultades, dadas las duras condiciones del desierto, a Adrar el Tamar, donde firmaron con Uld el Aidda el tratado por el que este reconocía un protectorado de España.
La conquista del Sáhara español fue, en realidad, una de las más peculiares de nuestra historia. Las distintas expediciones de exploración del territorio fueron muy meritorias, incluso alguna de ellas, como la de Cervera, bastante heroica, ya que incluso hubo de realizar el camino de regreso a Villa Cisneros sin dromedarios.
Las relaciones con las tribus saharauis fueron generalmente positivas, basadas, como explica Andrés López-Covarrubias, en un conjunto de acuerdos comerciales, de seguridad y de ayuda, hasta el punto de que, con el tiempo, estas se irían integrando en la propia administración española. Sin embargo, las negociaciones internacionales lideradas por Sagasta resultaron bastante nefastas para los intereses españoles a la hora del reconocimiento del territorio explorado, que fue más o menos delimitado por los acuerdos de París de 1900.
Por supuesto, estas buenas relaciones, en general, con los saharauis no estuvieron exentas de excepciones, como fue el caso de las revueltas lideradas por Ma el Ainin, el morabito que fundó Smara, un oasis en medio del desierto donde edificó una mezquita y una biblioteca, y que proclamó la guerra santa contra los colonizadores, es decir, Francia y España. El Ainin llegó a proclamarse «sultán azul» y, con su ejército compuesto por miles de hombres procedentes de diversas tribus nómadas, viajó en 1910 hacia el norte con la intención de derrocar al verdadero sultán Abd al-Hafid.
El ejército francés, comandado por Henri Gouraud, lo interceptó y derrotó claramente. El líder morabito huyó a Tiznit, donde falleció poco después, y en 1913 el coronel Mouret destruyó Smara, ciudad que sería refundada posteriormente por los españoles. Sin embargo, la figura de El Ainin sigue siendo reivindicada en la actualidad tanto por saharauis como por marroquíes. (Su hijo, el Hiba, se proclamó sultán, atacó a los franceses y llegó a tomar Marraquech).
Mientras tanto, con el largo gobierno de Francisco Bens como gobernador de Río de Oro, España ocupó Cabo Juby (posteriormente Villa Bens, la actual ciudad marroquí de Tarfaya) e intentó tomar Ifni, territorio que ocuparía finalmente Capaz en 1934.
Mapa del Sahara Occidental, dibujado a mano por Tomás Ázcarate Ristori entorno a 1940
En 1938, el comandante Antonio de Oro Pulido, acompañado por Galo Bullón, fundó El Aaiún, ciudad que en 1940 fue declarada capital del territorio, al tiempo que muchas de las tribus nómadas del territorio se fueron sedentarizando y occidentalizando. En mayo de 1967 se restauró la Yemáa o consejo de ancianos saharauis, con la que se pretendía dar una cierta voz y representatividad a la población local, y que perviviría como un consejo meramente consultivo hasta el levantamiento del Frente Polisario en 1973.
A partir de la muerte de Franco en 1975, la historia es ya muy conocida, pero en este punto no podemos obviar la gran pregunta: ¿tras una permanencia española tan larga, aunque no siempre constante e intensa, en este territorio, se puede decir que aún pervive un cierto legado español?
Acuartelamiento español en El Aaiún en 1972
En primer lugar, hay que hablar del idioma. El pueblo saharaui considera al español su segundo idioma oficial después del árabe. Su punto álgido fue en los setenta, cuando lo dominaban más de 16.000 personas de unas 70.000 dispersas por todo el territorio, debido a las políticas educativas y a la integración de muchos saharauis en puestos administrativos. Gran parte de los saharauis mantiene en la actualidad el español como segundo idioma.
También se mantienen las principales infraestructuras, los puertos y el diseño de las ciudades, aunque la mayoría de los fuertes y edificios históricos han desaparecido. Pedro Fernández Barbadillo, en su artículo La huella borrada de España en Marruecos y el Sáhara, señala las pocas que han sobrevivido desde la salida de España. En Ifni se mantiene, además de la estructura de la ciudad, el edificio de la pagaduría militar inaugurado en 1938 y luego reconvertido en consulado hasta su cierre.
Fuerte de Villa Cisneros en 1930
También se conserva la iglesia y el edificio del Gobierno General, usado en la actualidad por las autoridades marroquíes. Algunos cuarteles, como el de Tiradores de Ifni, y algunos hospitales y escuelas. Sin embargo, la plaza de España es en la actualidad la plaza de Hassán II y se retiró el pedestal con el busto del coronel Oswaldo Capaz. También se encuentran en Tarfaya, en la laguna litoral de Naila, los restos arqueológicos de Santa Cruz de la Mar Pequeña, aunque medio enterrados en la arena.
En El Aaiún se mantiene la catedral de San Francisco de Asís, del arquitecto Diego Méndez, construida en 1954, y, a su vera, el casino español, en donde se celebraban bailes y se proyectaban películas de cine. El antiguo parador nacional de turismo de 1968 es hoy en día un hotel, considerado el mejor de la ciudad, y también permanecen en activo algunos cuarteles, hospitales y escuelas.
Casa del gobernador español de La Güera, hacia 1935
En La Güera, frontera con Mauritania en Cabo Blanco, los restos españoles están siendo sepultados por la arena. En Villa Cisneros, el fuerte español, el más antiguo del Sáhara, fue derribado por Marruecos; sin embargo, se mantiene abierta la iglesia del Carmen. Al parecer, se pensaba destruirla también, pero la fuerte oposición local hizo que finalmente se respetase.
Muy posiblemente, generaciones futuras de marroquíes y saharauis lamentarán la destrucción de muchos de estos edificios que, guste o no, forman parte de la historia de los tres pueblos. Al igual que los españoles actuales nos lamentamos de la destrucción de Medina Azahara y de todos los grandes edificios que musulmanes o cristianos destruyeron en Al-Ándalus, y nos congratulamos de aquellos otros que, como la Alhambra de Granada o la Mezquita-Catedral de Córdoba, han pervivido.