Artillería italiana operada por tropas somalíes Ascari
Balas, bombas y un «sí quiero»: la boda de los corresponsales de guerra Margarita Herrero y George Steer
Se casaron en Addis Abeba en 1936, en plena invasión fascista de Etiopía. Ella era periodista española; él, corresponsal británico. Fue una boda sin flores, pero con metralla
La guerra no impide el amor. Lo hace más difícil, más sombrío y, quizás, más intenso. Entre cadáveres, gritos y telegramas cifrados, también brotan los besos furtivos, las confidencias y las decisiones apresuradas fruto de la urgencia de quien sabe que no hay tiempo.
Y así ocurrió con George Steer y Margarita T. Herrero y Hassett, una mujer hecha de muchas patrias. Nacida en Francia, española y británica, como su apellido doble. Cruzó el Mediterráneo con el firme propósito de contar el horror de una guerra que todos esperaban.
El 2 de octubre de 1935, Benito Mussolini dirigió un mensaje por radio a los italianos: «Una hora solemne en la historia de la patria está a punto de sonar». Simultáneamente, sus tropas atacaron Etiopía, el país de Haile Selassie, desde Eritrea y Somalia. Pronto llegaron a Adua, donde los italianos habían perdido treinta y nueve años antes. Adua fue el 98 de Italia, y esta otra guerra fue la verdadera encrucijada del régimen fascista, pero esa es otra historia.
Haile Selassie con miembros de la Cruz Roja
Margarita llegó a Etiopía como corresponsal de guerra de Le Journal. Desde Addis Abeba, ella y otros periodistas intentaban conocer la verdad de lo que estaba sucediendo. Los días pasaban lentos, entre silencios cargados de tensión y rumores sobre el uso de gas mostaza y hospitales bombardeados. Mientras la ciudad se desmoronaba al paso de las tropas fascistas, conoció a George Steer. Él era un joven periodista de The Times.
El suyo no fue un amor de novela rosa. Margarita curaba a los heridos, redactaba a contrarreloj y compartía su tiempo entre crónicas y pasillos de hospital. Steer, por su parte, ya vislumbraba, más allá de Etiopía, el incendio que vendría sobre Europa. El 25 de mayo de 1936, cuando los tanques italianos ya rodaban sobre las calles de la capital etíope, decidieron casarse.
No fue una boda como otras. No hubo iglesia, ni coro, ni flores. Solo la Legación Británica, con Sidney Barton de anfitrión. Se casaron mientras resonaban disparos, con las balas rebotando en las paredes del jardín. Una foto del momento, conservada con ternura en los archivos, lleva escritas en el dorso unas palabras que resumen la escena: «Con las balas de los saqueadores como confeti y los gritos de los heridos sirviendo de lúgubre marcha nupcial, George Steer, del 'London Times', y la señorita Margarita Herrera, corresponsal de un periódico francés, contrajeron matrimonio en la Legación Británica de Addis Abeba».
Steer escribió sobre aquel día con ironía inglesa: «Mademoiselle Margarita de Herrero arruinó parte del jardín de la Legación. El coronel Stordy intentó hacer pan. Y yo me casé». Luego se emborrachó. Era su forma de burlar el dolor y el miedo, de esquivar la muerte. Pero bajo la frase liviana se escondía una elección radical: la de amar en mitad del desastre.
Durante los días siguientes, ya como Margarita Steer, ella no abandonó su trabajo. No redactó crónicas que hoy podamos leer, pero estuvo allí, en cada paso de George, en cada informe que cruzó las fronteras. Lo ayudó a traducir, a ordenar, a narrar. Fue compañera y sostén.
eorge Steer, el primero por la derecha, junto con el alcalde de Gernika y otras autoridades en abril de 1937
Cuando Steer vino a España para cubrir la Guerra Civil, fue también testigo del fuego sobre Guernica y sus bombas. Esa fue su crónica más recordada.
Margarita no viviría mucho más. Casi no les dio tiempo a conocerse. En enero de 1937 murió al dar a luz a su primer hijo, mientras George enviaba crónicas desde el frente español. La noticia le sorprendió. Pudo enterrarla en Biarritz, la tierra vasca que tan bien representaba sus mezclas. Apenas tenía treinta años. Su vida, breve y densa y anónima, había quedado inscrita en una guerra olvidada y en un amor fugaz.
George nunca dejó de recordarla, aunque volvió a casarse con Esme, la hija del embajador que le cobijó en su primera boda. En su libro Caesar in Abyssinia aparece mencionada con cariño, como una nota al margen de la guerra de Mussolini. Y en uno de sus artículos más duros, ya en 1938, al narrar la ocupación italiana, vuelve a recordarla:
«La semana pasada estaba revisando unos viejos papeles de mi esposa y encontré la declaración del conde Ciano ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones, en junio de 1936. La famosa Semana Loca de Ginebra, ¿la recuerdas? Cuando los italianos silbaron al emperador, el fotógrafo checo se suicidó y el capitán Greiser usó el pulgar en lugar del pañuelo. Ciano marcó el tono: prometió que Etiopía sería gobernada bajo los principios más humanos… igual que un Mandato de la Sociedad, te oí decir».
Seguimos sabiendo muy poco de su vida. Fue mujer entre hombres, periodista entre soldados y esposa en plena guerra.
Recientemente he publicado Españolas en la segunda guerra italo-etíope como parte del libro Mujeres corresponsales en conflictos bélicos (Editorial Síntesis, 2025), donde abordo esta y otras peripecias.