La isla Robinson Crusoe, tal como se la veía a finales del siglo XIX o principios del XX
El marino español que descubrió las islas de Robinson Crusoe y reveló las corrientes del Pacífico
Juan Fernández, siguiendo a Magallanes y a Mendaña, abrió las puertas a las aventuras en los mares del Sur, en busca de tierras entre la América española y Filipinas, pues corría la noticia de que ese espacio estaba repleto de islas
Daniel Defoe es universalmente conocido por crear un personaje arquetípico: el náufrago solitario que sobrevive a la adversidad con esfuerzo, imaginación y conocimientos técnicos. Se han hecho muchas conjeturas acerca de qué persona real lo inspiró, pero hay unanimidad en que la acción se sitúa en una de las islas del archipiélago de Juan Fernández.
De tal forma que, a partir de 1966, la isla de Más a Tierra pasó a denominarse oficialmente isla de Robinson Crusoe. Como en tantas otras historias de la América hispana, nos encontramos con que Juan Fernández se va escondiendo en los pliegues de la historia y solo queda memoria entre los interesados en la materia.
Poco se sabe de los orígenes de este marinero, nacido hacia 1530, que llegó a Chile hacia 1550 con Juan Bautista de Pastene, tras haber partido de Lima. Otros creen que su llegada fue un año después en alguna de las naos mandadas por Valdivia para llevar bastimentos. En Chile se convirtió en un experto navegante. Participó en las expediciones de Villagra que, muerto por los indios en la isla de Santa María, dejó la capitanía del resto del viaje al propio Fernández. Establecido luego en el Callao, participó en el descubrimiento de las islas Salomón por Álvaro de Mendaña.
Volvió a Chile y, con el tiempo, se convirtió en maestre de navío y se dedicó al comercio. En esa actividad comprobó que el viaje entre Callao y Valparaíso se demoraba casi medio año debido a la dificultad de la navegación: se navegaba de día, a poca velocidad, y se amarraban los barcos de noche, por temor a las corrientes traicioneras y los vientos contrarios. Lo que anhelaba Fernández era reducir los tiempos de viaje y, por lo tanto, los costes de sus expediciones meramente comerciales. Con Mendaña había aprendido que los vientos y corrientes eran más favorables alejándose de la costa, lo que se relacionaba también con el hallazgo de las corrientes que posibilitaron a Urdaneta el tornaviaje desde Filipinas a Acapulco.
Fernández partió de Chile en 1574 con un cambio de ruta que propició su descubrimiento. Es muy poco probable que se debiera a la casualidad o a la mala fortuna de una borrasca que lo alejara de la costa; seguramente buscaba el favor de los elementos. Huía de los vientos del oeste de la costa para encontrar los alisios y los vientos del sur, que lo llevarían a Callao en un mes. Con este alejamiento del continente, Juan Fernández llegó a islas ya descubiertas pero olvidadas, como las Desventuradas —vistas por Hernando de Magallanes en 1520—, y a otras que llamó de Santa Cecilia y que después adoptaron su propio nombre. Toparse con esas islas sí fue casualidad. No solo descubrió esa porción de tierra desierta, sino también lo que describió como un «río subterráneo» de agua fría que empujaba los barcos hacia el continente, conocido hoy como la corriente de Humboldt.
El sorprendente hallazgo de Fernández dio lugar a varias leyendas. La más extendida, y falsa, es que fue sometido a un proceso de la Inquisición, debido a la creencia de que fue el diablo quien le indicó cómo ganar tiempo. Otras están relacionadas con la inexactitud de su descubrimiento, ya que algunos le atribuyeron el hallazgo de la isla de Pascua, debido a la imprecisión en la descripción de su archipiélago. O, como señala Ramón de Manjarrés en En los mares del Sur. Expediciones españolas del siglo XVIII (Sevilla, 1916), se dijo que guardó el secreto para explorarlas en beneficio de su compañía. Pero no hay pruebas de que los europeos llegaran a Pascua antes de 1722, cuando arribó el holandés Jacob Roggeveen.
Plano del año 1744 que muestra el Archipiélago, publicado en la Relación histórica del viaje a la América meridional, Tomo II, de Jorge Juan y Antonio de Ulloa
La vida de Juan Fernández en Chile fue larga. Tuvo tiempo de compartir exploraciones con Juan de Jufré buscando islas en Oceanía, combatir a los piratas y luchar, entre 1577 y 1583, contra los indios en Osorno y Villarrica, a las órdenes de Ruiz de Gamboa. En 1580 hizo campaña con Ladrillero contra tribus sublevadas en el estrecho de Magallanes y en Perú. Por estos y otros servicios, se le adjudicaron tierras en el distrito de La Ligua (Aconcagua) y pudo fundar su propia compañía de comercio.
Siguió como piloto mayor del Mar del Sur hasta su muerte, a principios de 1599. Algunos contemporáneos suyos aseguraban que escribió relaciones de sus viajes y un tratado de navegación, pero no se conserva ninguna obra de su autoría.
Mientras él desarrollaba una activa vida de marino, las islas permanecieron desiertas, sirviendo de refugio a corsarios. Para combatirlos y espantar a las naves de otras naciones, los españoles construyeron el fuerte de Santa Bárbara en 1749, monumento que aún se conserva, rodeado de fortines artillados. El historiador chileno Vicuña Mackenna hizo un pormenorizado recorrido por la historia del archipiélago y los variados sucesos ocurridos en sus tierras en el libro Juan Fernández, historia verdadera de la isla de Robinson Crusoe (Santiago de Chile, 1883).
La isla tuvo un triste destino como presidio en los últimos tiempos del virreinato y en los primeros de la independencia, función que mantuvo también durante las luchas civiles. Acogió náufragos y contó con una pequeña población estable. En la guerra con Perú, en 1837, fue tomada por los peruanos, aunque encontró una fuerte resistencia chilena. Durante un tiempo fue escala de balleneros, pero el alejamiento de las rutas de navegación la dejó con pocas visitas y escasa población.
Juan Fernández, siguiendo a Magallanes y a Mendaña, abrió las puertas a las aventuras en los mares del Sur, en busca de tierras entre la América española y Filipinas, pues corría la noticia de que ese espacio estaba repleto de islas.