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La gesta de Claver y la cosmovisión católica protectora de los esclavos negros

Grandes gestas de la historia

La gesta de Pedro Claver, el jesuita español que dedicó su vida a defender a los esclavos negros

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Algunos personajes han pasado a la historia por su encomiable defensa de los derechos humanos. Pero parece que si son sacerdotes católicos no merecen ser reconocidos. También se suele pasar por alto la meritoria labor de la Iglesia con los esclavos negros, y la gran diferencia de trato que les otorgó la monarquía española respecto a otras naciones.

El nombre de Pedro Claver Corberó sonará a muy pocos. Y hasta es posible que las escasas imágenes que se le han dedicado algún día corran peligro como ha sucedido en fechas recientes con las del gran Fray Junípero Serra.

La gesta de Claver y la cosmovisión católica protectora de los esclavos negros

De Urgel a la Compañía de Jesús y Cartagena

Pedro nació en 1580, en el valle de Urgel y estudió letras y artes en Barcelona donde sintió la llamada de la Compañía de Jesús. Su vocación le llevó a Ultramar. Marchó a pie hacia a Valencia, luego a Sevilla, y en 1610 embarcó rumbo al Virreinato de Nueva Granada. Ordenado sacerdote comenzó su labor en Cartagena de Indias, un gran centro de intercambio de mercancías, entre ellas de esclavos negros.

Aunque no suela contarse distintos Papas a lo largo de los siglos habían prohibido este comercio como Pio II, Pablo III o Urbano VIII. Y ya muerto Claver, lo siguieron haciendo. Sin embargo, esto apenas afectaba a este comercio ancestral. Siglos antes de la llegada de los europeos a África, desde pequeñas tribus a imperios negros, practicaban la esclavitud y aunque tampoco se recuerde los esclavos llevados a América Américas eran cazados y vendidos por los propios negros africanos. Eran llevados a las costas y vendidos a tratantes blancos, embarcados, y tras haber padecido un largo viaje en las bodegas de los barcos negreros, llegaban los puertos americanos en un estado calamitoso.

Fue en Cartagena donde Claver conoció al jesuita Alonso de Sandoval, autor de De instauranda Ethiopum salute. Influido por su doctrina, decidió consagrar su vida a los esclavos. En 1622, al profesar sus votos, escribió junto a su firma: Petrus Claver, aethiopum semper servus —Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre, un lema que mantuvo hasta su muerte.

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El ritual de la acogida

Su modus operandi era el siguiente: se enteraba con antelación de la llegada de los barcos negreros y de su procedencia para buscar intérpretes adecuados. Con el tiempo su congregación le ayudaría comprándolos para que fueran sus colaboradores. Junto a ellos, esperaba el desembarco cargado de frutas frescas, pan, sahumerios y hasta vino, tabaco y aguardiente. Luego, entraba en el navío y les espetaba un discurso humanitario y religioso. Desconocemos lo que podían pensar estos pobres hombres al oírlo en sus circunstancias, pero al menos eran palabras de alivio y afecto tras la terrible travesía. Si alguno llegaba moribundo, lo trasladaba a un hospital y cuentan que cuando el hedor le provocaba náuseas, se avergonzaba y besaba las llagas de los esclavos. Luego, los bautizaba. Se calcula que llegó a bautizar a más de 300.000, muchos por aspersión, es decir regándolos en masa. Hoy puede parecer tremendo, pero era realmente práctico.

Una dedicación en todos los ámbitos

Su dedicación a los negros conllevó también su defensa frente a los maltratos ante los amos violentos. Durante la peste de la viruela de 1633 Pedro Claver se desvivió para atender a los damnificados. Visitó minas y plantaciones exigiendo siempre que fueran tratados con humanidad. Se preocupó de los presos comunes y se pasaba horas en los calabozos escuchándolos. No hacía distinción con protestantes y logró conversiones, entre ellas la de un arcediano protestante de Londres. Patrocinó la defensa de los más pobres buscándoles abogados y consolaba a los condenados en el momento de la ejecución. Hasta en su confesionario los poderosos eran relegados en favor de los negros, pobres y niños que para él tenían prioridad.

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Santidad in crescendo, al igual que la oposición

Y cuando visitaba pueblos lejos de la capital, malcomía y dormía en chozas abandonadas o a la intemperie asistiendo a pobres y enfermos, entre ellos los leprosos del Hospital de San Lázaro. Una de sus máximas era «Primero los hechos, luego las palabras».

Su fama de santidad iba in crescendo pero también la oposición a sus acciones. Era molesto para las autoridades civiles y comerciantes cuyas llamadas de atención hacían resultar incómodo su lucrativo negocio y por las mujeres de Cartagena que se negaban a entrar en la iglesia en la que Claver reunía a sus negros y le acusaban de profanar los sacramentos al darlos a «criaturas que apenas poseían alma». Sus superiores se quejaban de que se gastaba demasiado dinero o de que guardaba en el aposento vino que usaba para sus negros. Le hacían continuas llamadas de atención, pero Claver continuaba su trabajo, aceptando con paciencia todo tipo de acoso.

El jesuita compatibilizaba su intensa vida asistencial con una profunda vida espiritual. Era austero en extremo, dormía poco y en el suelo, apenas comía y vestía cilicios. Un día cayó enfermo y. pasó sus últimos cuatro años casi solo sin poder moverse y murió en 1654. Pero cuando se supo que le quedaban horas se desató una peregrinación: pobres y ricos, religiosos y laicos, todos querían tocarle, arrancarle un cabello, besarle las manos o pasar rosarios por sus vestiduras.

La canonización

Un siglo después comenzó su canonización y resultó ingente el número de hechos extraordinarios, considerados milagros por la Iglesia católica en vida y después de su muerte: devolvió la vista a un ciego, resucitó muertos, tenía el don de la clarividencia y de la profecía, o multiplicaba el agua de sus bautismos que nunca se agotaba. Algunos afirmaban haberlo visto levitar mientras rezaba.

Fue beatificado por Pío IX y canonizado en 1888 por León XIII que afirmó «La vida de Pedro Claver es la que más me ha impresionado después de la Cristo». En 1894 para luchar contra la esclavitud en África, María Teresa Ledóchowska fundaba las «Hermanas Claverianas”

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Una figura impensable… si no fuera española

En la América inglesa, holandesa o francesa hubiera sido imposible encontrar figuras como Pedro Claver porque tanto la Iglesia católica como la Corona española buscaron la forma de atenuar las condiciones de esclavitud de los africanos, y fueron firmes en cuanto a restringir la autoridad disciplinar de los amos.

Paradójicamente, uno de los grandes impulsores de la esclavitud negra fue el negro legendario Bartolomé de las Casas, quien propuso para Las Indias la importación de africanos.

Las Leyes de Burgos de 1512 reconocían a los indios como súbditos libres de la Corona, con los mismos derechos que los peninsulares. Por tanto, no podían ser esclavizados, algo inaudito que se adelantaba siglos a otras naciones. Y esta legislación, aunque autorizaba la existencia de esclavos negros, sentó las bases para una visión más humanizada de su trato y se prohibió su comercio a los españoles. En la América española, la esclavitud fue dura, sí, y muchas veces las leyes protectoras no se cumplían, pero según Rafael María Molina en su obra Batallas olvidadas y claves ocultas de la historia de España, el catolicismo impuso criterios morales que, aunque imperfectos, otorgaban a los esclavos africanos una consideración como personas, almas ante los ojos de Dios y como tales debían ser tratados.

Batallas Olvidadas y claves ocultas de la historia de España

Batallas Olvidadas y claves ocultas de la historia de España

Grandes diferencias legales y morales

Las leyes españolas exigían que los esclavos y sus hijos fueran educados en la fe católica. Esto les permitía no trabajar los domingos ni en días festivos, mantener unidas sus familias, comprar su libertad —o recibirla de órdenes religiosas—, y no ser asesinados sin consecuencias legales y penales. Podían casarse con personas libres, lo que les confería automáticamente la libertad. Si un amo tenía hijos con una esclava, estos debían ser reconocidos y educados en la fe y podían acudir a los tribunales en defensa de sus derechos. Parámetros semejantes a los pocos esclavos que había en la península de los que hablamos cuando comentamos la gesta de Juan Latino, el primer catedrático de raza negra, siglos antes que en cualquier otro lugar del mundo. Estas diferencias legales y morales propiciaron que en la América española existieran numerosos negros libres, algo casi desconocido en las colonias inglesas y el mestizaje fue algo habitual como puede verse en las famosas pinturas de castas.

Además, desde muy pronto, los negros libres formaron milicias de soldados que gozaban de gran respeto social y cofradías donde se reunían libremente a modo de espacios de organización comunitaria. En Nueva España se fundaron más de 80 cofradías étnicas, muchas de ellas con altares en iglesias, lo que evidencia su integración en la vida religiosa oficial. Y hubo un deseo de la Corona de hispanizarlos para incorporarlos a la comunidad espiritual y cultural, en una sociedad de valores compartidos.

En contraste, en las colonias anglosajonas, holandesas y francesas, los esclavos carecían de todo derecho. Hasta bien entrado el siglo XIX, considerados poco más que animales de trabajo.

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Percepciones extranjeras y convivencia

Viajeros europeos que visitaban Cuba en los siglos XVII y XVIII se asombraban al ver a los negros caminar libremente por las calles, mezclados con la población blanca, entrando en tabernas, tiendas e iglesias sin restricciones. El dominico Thomas Gage se escandalizaba de que las esclavas, portaran joyas. Y es que la convivencia no estaba marcada por la discriminación, mientras que en el mundo anglosajón la segregación racial perduró hasta bien entrado el siglo XX. Allí se les prohibía aprender a leer, las familias eran separadas sin consideración, y no podían poseer bienes, ni casarse con personas libres ni aspirar ni comprar a la libertad. Era impensable que si un blanco tenía descendencia con esclavas que era muy habitual (es el caso de George Washington o Jefferson), los hijos fueran reconocidos.

Identidad cultural

En la América española, los esclavos conservaban su identidad: lucumíes o yorubas, carabalíes, congos o bantúes, minas, ararás. El español antillano conserva africanismos y sus músicas, aspectos religiosos y prácticas sociales en formas sincréticas pervivieron en el Caribe hispano, En Norteamérica, en cambio, se les prohibía hablar su idioma o mencionar su origen, condenándolos al olvido forzoso de su cultura y raíces. Todos son afroamericanos como si el continente africano fuera un solo país de cultura unitaria.

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Política de refugio

En 1693, al rey Carlos II, sí el denostado hechizado, ofreció la libertad a todos los esclavos de las plantaciones británicas que consiguieran huir a la Florida Española, sin más condición que convertirse al catolicismo y ayudar en la defensa. No sólo eso, sino que en 1738, a tres kilómetros de San Agustín, -la primera ciudad fundada en Norteamérica, y por supuesto, por españoles-, el gobernador Manuel de Montiano erigirá el fuerte de Gracia Real de Santa Teresa de Mose, un santuario refugio de esos esclavos, del que hablaremos en un próximo capítulo.

Mientras el Imperio español mantuvo su orientación se impusieron límites a la esclavitud africana, aunque ello redujera la rentabilidad de sus provincias caribeñas. Molina recuerda que en 1760, Cuba contaba con unos 30.000 esclavos negros. Podrían parecer muchos pero la Jamaica británica tenía entonces más de 450.000 y los franceses 500.000 en Haití.

El cambio ilustrado y el final de la esclavitud

Todo cambió en 1762, cuando, tras la Guerra de los Siete Años, los ingleses conquistaron La Habana y parte de Cuba. Importaron miles de esclavos para convertir la isla en un emporio azucarero. Al retirarse, la burguesía criolla pidió a Carlos III continuar con esa dinámica. Los ministros ilustrados, más preocupados por el desarrollo económico que por la moral religiosa, permitieron por primera vez el tráfico de esclavos por parte de españoles. Y aunque España acabó con el dudoso honor de ser junto al Sur de Estados Unidos una de las últimas naciones en mantener la esclavitud, desde el punto de vista social y legal fue, con mucho, la nación más humanitaria y desde el porcentual, no es leyenda rosa es que numéricamente fue ínfima comparada el volumen de las potencias coloniales. Eso sí, como la Leyenda Negra tiene tentáculos en todos los capítulos históricos, el propio Steven Spielberg cuando hace una película de barcos negreros, Amistad, como imaginan, es español.

Carlos II

Carlos II

La esclavitud continua

Hoy, la esclavitud ha desaparecido en el mundo occidental pero el tráfico de seres humanos continúa y se mira hacia otro lado. Grupos musulmanes siguen asesinando y esclavizando cristianos en el centro de África, pero parece que eso no importa a nadie. Tampoco nadie recuerda el importante papel de la Iglesia católica y la legislación hispánica en la humanización del sistema esclavista. Pero gestas como las de Pedro Claver, que sufrió junto a los sufrientes, deben enorgullecer a los españoles porque representaron el ideal cristiano de compasión y dignidad humana que nos definió como nación durante siglos.

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