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Consuelo Martínez-Sicluna y Sepúlveda

Lo que fuimos y lo que aún somos: razones para reivindicar la Hispanidad

La obra de España, su contribución a la historia, no consistió solamente en explorar, descubrir o conquistar, sino en crear, construir, edificar y enseñar en los cinco continentes en los que se desenvolvió su acción

Madrid

"Primer homenaje a Colón", de Garnelo

«Primer homenaje a Colón», de Garnelo

España es una trama espiritual: el territorio, entendido como mera demarcación geográfica, o la raza, no constituyen una comunidad política. La comunidad viene configurada por una tradición, por un patrimonio espiritual que trasciende los territorios y aglutina a las razas: solo desde esta visión tiene sentido la América hispana y solo desde esta idea de tradición puede entenderse hoy en día esa identidad cultural que representa la Hispanidad, lo que fue esta al correr de los siglos y lo que puede significar en el momento actual.

La obra de España, su contribución a la historia, no consistió solamente en explorar, descubrir o conquistar, sino en crear, construir, edificar y enseñar en los cinco continentes en los que se desenvolvió su acción, asumiendo una labor que no tiene parangón ni con los imperios coetáneos ni con aquellos que lo han sido históricamente.

Y esto que fue España, y que ha marcado la Hispanidad, determina el camino por el que ha de discurrir su encuentro hoy con los pueblos hermanos, con quienes constituyó una comunidad histórica. Lo decía ese gigante del espíritu que fue Ramiro de Maeztu; lo escribió también García Morente. Las dos columnas de Hércules sobre las que se asentó la obra de España fueron, en América, la evangelización y el mestizaje, sin las cuales no cabe comprender la responsabilidad que históricamente se arrogó España y el papel que quiso desempeñar. Es la fe la que legitima la presencia de los españoles en el Nuevo Mundo y la que desarrolla los principios de un derecho internacional que encontrará en la escolástica española su acta fundacional.

Juzgar el pasado con los ojos de hoy en día es producto tanto de la ignorancia como de un presentismo cultural que es, ya de por sí, una falacia, porque la cultura es fundamentalmente un legado, un poso civilizatorio que nos une a las generaciones precedentes. Quienes hacen tabula rasa de ese legado y del sello propio con que España imprimió su camino en la historia en marcha que le tocó vivir no pueden tampoco concebir que España sea, en el momento actual, tierra de recepción de aquellos hispanos que se cobijan en nuestro suelo huyendo, en unos casos, de la opresión y de la pobreza que esta conlleva, y en otros, procurando unas mejores opciones para su familia.

De la misma manera que Camoens, en su poema inmortal Os Lusíadas, proclamaba que españoles somos todos, castellanos y portugueses, hoy también cabe invocar que hispanos y españoles somos todos herederos de la España que fue, en la que se integraron como virreinatos —y no colonias— aquellos pueblos que se insertaron en la organización administrativa de la Monarquía y cuyos naturales poseyeron, por vez primera en el continente americano, la misma titularidad de derechos y de obligaciones que los españoles de la Península.

Desconocer y hacer dejación de nuestra responsabilidad —no solo histórica, sino de conciencia— deja sin fruto aquello que los españoles de otros siglos aceptaron como el mandato de esa gran reina de España que fue Isabel, y que no necesita ni adjetivos ni numeración para que sepamos por qué ha pasado a la Historia y cuál era la preocupación esencial que determinó su quehacer político hasta el momento de su muerte.

La actualidad de la Hispanidad pasa por una lengua común, una lengua dinámica y viva, fortalecida por la relación entre las academias de los respectivos países, que marca nuestra identidad y que implica un motor activo, por mucho que algunos se empeñen en ir a contracorriente. A ver si nos sacudimos de una vez por todas un complejo que es producto de una historia falsificada y que no pone en valor a los 600 millones de hispanohablantes, que son en sí mismos un peso esencial en una suerte de circunnavegación lingüística.

Junto a la lengua, nos encontramos con problemas que han de ser afrontados desde una visión común: hay que recordar que Hispanoamérica fue también tierra de acogida para los españoles del siglo XIX y del XX. Justo es recibir a aquellos que vienen de un continente que ha sido masacrado por los experimentos comunistas y por los Estados construidos por y para el narcoterrorismo. Sus problemas, sus necesidades y sus carencias pueden ser, si no lo son ya, los nuestros. Algo deberíamos aprender de su experiencia, que es la experiencia del dolor, del exilio y de la pérdida, de la construcción de un Estado fallido y de la desaparición de las garantías jurídicas de democracias que lo fueron y de naciones ricas abocadas a la hambruna por obra de la corrupción, del latrocinio, del crimen organizado y del asalto a las instituciones, que cobijan al tiempo a terroristas. Seguro que algunas de estas palabras comienzan a sonarnos.

Desde la grandeza de miras y desde la esperanza de la que se nutrieron tantos de los españoles que forjaron su vida y su destino mirando a la Hispanidad, hagamos viva esta palabra que es símbolo de unidad y de futuro, de identidad y de cultura. No sustituyamos la Hispanidad, que nos hizo grandes, por el mercadeo con el que otros transaccionan con el bien y el alma de España: jornaleros de la política que, en su afán de reinventar la Historia, pretenden despojar de su legado a las generaciones posteriores.

  • Consuelo Martínez-Sicluna y Sepúlveda: es directora del Instituto de Estudios Americanos (CEU-CEFAS).
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