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Representación de los sacrificios humanos perpetrados por los aztecas en Tenochtitlán en el Códice Durán

Representación de los sacrificios humanos perpetrados por los aztecas en Tenochtitlán en el Códice Durán

Mesoamérica antes de los españoles: cómo funcionaba un imperio sostenido por sacrificios y guerras

Se trataba de un territorio tremendamente violento y peligroso, con rituales religiosos muy primitivos y especialmente sanguinarios

Desde hace varios años se nos pretende vender la falsa imagen de que Mesoamérica (la región que abarca desde México hasta Costa Rica), antes de la llegada de los españoles, era una especie de paraíso donde culturas muy avanzadas convivían en cierta armonía, con otras sociedades de su entorno hasta que los bárbaros españoles arrasaron América.

Pero nada más lejos de la realidad: España no solo no cometió un genocidio en América, sino que frenó uno perpetrado por los aztecas y otros pueblos precolombinos contra sus propios vecinos. «La religión de los mexicas era una imposición sobre todos los demás pueblos que implicaba el sacrificio humano y el canibalismo ritual», advirtió el historiador y doctor en Humanidades mexicano, Juan Miguel Zunzunegui, en una reciente entrevista con este medio.

Pero estas prácticas ya fueron recogidas por los españoles que atravesaron el Atlántico como Bernal Díaz del Castillo o Bernardino de Sahagún, quien relató uno de los rituales de sacrificio que se realizaban: «Después de que los hubieran muerto y sacado los corazones, llevábanlos pasito, rodando por las gradas abajo; llegados abajo cortábanles las cabezas y espetábanlas en un plano y los cuerpos llevábanlos a las casas que llamaban Calpul donde los repartían para comer».

Estos ritos tenían lugar en otras ciudades importantes, «incluso tribus que apoyaron a Cortés lo practicaban, aunque este los prohibiese terminantemente», indica Bernard Durán en un artículo publicado en El Debate. «Fue el caso de los totonacas, que sacrificaban a niños para extraerles la sangre y hacer una pasta con ella para determinados banquetes rituales», detalla.

Aunque era una práctica extendida, Tenochtitlán, la ciudad más poblada e importante, fue el centro donde estas tradiciones alcanzaban su máxima expresión. Se ha estimado que podían producirse entre 20.000 y 30.000 sacrificios anuales, y en ocasiones especiales –como la reforma del Templo Mayor o la coronación de un nuevo huey tlatoani–, las cifras habrían llegado hasta 80.000 víctimas, según recoge Durán.

Unas cifras que corrobora una de las cartas fechadas en 1524 de fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, en la que señalaba que en Tenochtitlán sacrificaban a sus ídolos más de 20.000 personas cada año y a más de 72.000 en todo el Imperio azteca, entre ellos 20.000 niños.

Escena interpretada como canibalismo en el Códice Magliabechiano

Escena interpretada como canibalismo en el Códice MagliabechianoWikimedia Commons

Los cronistas españoles dejaron constancia del impacto que estas prácticas causaron en los conquistadores. Bernal Díaz del Castillo relató que en todos los pueblos tomados por los españoles había «cues», pequeños templetes con forma de pirámide repletos de cadáveres a los que se les había arrancado el corazón como ofrenda a los dioses.

Por su parte, Francisco López de Gómara, que acompañó a Hernán Cortés, describió «un osario de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados a cuchillo, el cual era a manera de teatro más largo que ancho, de cal y canto con sus gradas, en que estaban ingeridas entre piedra y piedra calaveras con los dientes hacia afuera».

Según su relato, dos hombres de la expedición, Andrés Tapia y Gonzalo de Umbría, contaron «ciento treinta y seis mil calaveras en sus guías y gradas; las torres no las pudieron contar: cruel costumbre por tratarse de hombres degollados».

Siglos después, la arqueología ha hallado pruebas materiales que confirman parte de estas descripciones. En 2015 se descubrió, junto a la Catedral Metropolitana de Ciudad de México, una torre de cráneos «que responde punto por punto a la descripción de los cronistas españoles», subrayó la historiadora María Elvira Roca Barea en un artículo titulado 'Las pruebas que confirman el Holocausto azteca'.

Torre de calaveras en Tenochtitlán, con los restos de hombres, mujeres y niños víctimas de los sacrificios humanos en el Imperio azteca

Torre de calaveras en Tenochtitlán, con los restos de hombres, mujeres y niños víctimas de los sacrificios humanos en el Imperio azteca

Pero las víctimas de estos ritos no fueron únicamente guerreros enemigos: también se sacrificaron niños, adolescentes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, esclavos e incluso nobles, como el primer ministro de Moctezuma según detalla Durán. Además, los rituales no siempre implicaban la extracción del corazón; en algunos casos, las víctimas eran incineradas vivas o dejadas morir de hambre.

Tal y como señala el historiador mexicano Mariano Cuevas en su Historia de la Iglesia en México, «los méxicas y vecinos aliados vivían en continuas guerras con otros pueblos guerreros, guerras que tenían por exclusivo objeto el cultivar el mayor número posible de sus contrarios para después sacrificarlos». También señala que los aztecas mezclaban los sacrificios humanos de cautivos y esclavos con las prácticas de canibalismo con los cadáveres de los asesinados.

En 1521, los españoles pusieron fin a aquellas prácticas genocidas asociadas a las religiones paganas precolombinas, vistas como obra del demonio, lo que reforzó su convicción de evangelizar a los pueblos indígenas.

El fin de los sacrificios humanos marcó no solo una ruptura política, sino también un cambio radical en la cosmovisión del continente: «Tal vez por eso dejaron con tanta facilidad la religión de los mexicas. Y después de 1821 (con la independencia de México) nadie volvió a los amorosos brazos de Huitzilopochtli, el dios de la guerra», ironiza Zunzunegui en su entrevista con El Debate.

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