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Virrey José Fernando de Abascal

Virrey José Fernando de Abascal

José de Abascal, el virrey que sostuvo el Imperio español en América

José de Abascal se convirtió así en el paladín de la causa española en América. Cuando ya no había rey en España, Abascal lo sustituyó eficazmente en América

Los últimos gobernantes del Imperio español en América no se distinguieron por su capacidad, su clarividencia ni su valentía. Parecería que la estirpe de hombres que edificaron una de las mayores arquitecturas políticas de la historia se hubiese agotado en el empeño. Particularmente los virreyes, cima de la jerarquía política, carecieron, en general, del empuje y la habilidad indispensables ante las difíciles situaciones que les tocó aguantar.

El virreinato más reciente era el del Río de la Plata, una de las posesiones españolas más ambicionadas por el imperialismo mercantil británico, que envió dos expediciones en 1806 y 1807 para ocuparlo. El virrey Sobremonte demostró una increíble torpeza para defender Buenos Aires. Su vergonzosa huida dejó gravemente tocada la autoridad virreinal.

Algo similar sucedió en Nueva Granada. El virrey Amar y Borbón, más adecuado para presidir celebraciones que para tomar graves decisiones, se dejó destituir sin disparar un tiro. En Venezuela, el capitán general Vicente Emparán resignó el poder educadamente en cuanto un grupo de criollos prominentes se lo solicitó. Lo mismo pasó con el gobernador de Chile, el mediocre García Carrasco.

El caso del virrey del Perú, don José de Abascal, constituyó una brillante excepción. Militar de gran prestigio y considerable experiencia, tanto en el ámbito castrense como en su ejecutoria como gobernante. Nombrado virrey del Perú, decidió viajar por tierra, atravesando el continente desde la Colonia del Sacramento hasta Lima. Un duro trayecto de 3.500 km que le permitió conocer la realidad americana y la magnitud de los problemas que debería afrontar.

Su acción de gobierno estuvo presidida desde el principio por su interés de mejorar las condiciones de vida de todos los súbditos de la Corona, tanto de los peninsulares como de los autóctonos, evitando así los enfrentamientos que tanto perjudicaron a la autoridad real en otras zonas del continente.

Sus actuaciones en materia de sanidad, educación, infraestructuras y cultura le valieron el reconocimiento general y la simpatía tanto de las élites criollas como de los indios y mestizos, especialmente la campaña de vacunación contra la viruela y la reorganización del Ejército y la Armada peruanas. Esta simpatía iba a ser decisiva ante los acontecimientos que se estaban precipitando en Europa.

Entrada en la ciudad de Quito del Ejército Real del Perú remitidas por el virrey Abascal en 1809

Entrada en la ciudad de Quito del Ejército Real del Perú remitidas por el virrey Abascal en 1809Museo de América

Las noticias de la ocupación francesa de España causaron una gran inquietud en los virreinatos americanos. La sorda insatisfacción que se había extendido entre las élites criollas empezó a cuajar en varios movimientos insurreccionales, facilitados por la torpe inacción de muchas autoridades españolas.

Abascal pertenecía a ese selecto tipo de personas capaz de distinguir lo esencial, de lo accesorio y de anticiparse a los acontecimientos. Ante la falta de instrucciones, reconoció rápidamente la autoridad de la Junta Suprema Central y a jurar fidelidad a Fernando VII, al tiempo que ponía en estado de alerta a las fuerzas armadas peruanas.

Se convirtió así en prácticamente el único gobernante en oponerse con eficacia a las revueltas que se iban produciendo, ante la práctica desaparición de la autoridad central y la dejación de sus funciones de bastantes de sus representantes. Se convirtió así en el paladín de la causa española en América. Un hombre prácticamente solo ante un continente en llamas. Cuando ya no había rey en España, Abascal lo sustituyó eficazmente en América.

Comenzó en 1809, sojuzgando la rebelión de la Real Audiencia de Quito que había sublevado el territorio de lo que hoy es Ecuador. Al producirse el éxito de la Revolución de Mayo de 1810 en el virreinato de la Plata y tras el fracaso, declaró provisionalmente unidas al Perú las intendencias de La Paz, Potosí y Chuquisaca, asumiendo la gobernación militar y la defensa de territorios que no pertenecían a su virreinato. Construyó así un glacis defensivo ante el que se estrellaron los sucesivos ataques de las fuerzas bonaerenses durante 1811 y 1812.

En 1813 recuperó la Capitanía General de Chile, sumergida en una guerra civil local entre los partidarios de España y los rebeldes. Los refuerzos enviados desde Perú permitieron la derrota final de los rebeldes y la recuperación de Santiago.

Otra fuente de problemas surgió como consecuencia de las bienintencionadas pero insensatas disposiciones tomadas por las Cortes de Cádiz de 1812. La equiparación en derechos de los indios con los blancos suponía en la práctica la desaparición de la protección especial de que aquellos disfrutaban, sobre todo en cuestiones sanitarias y de seguridad. La modulación e inteligencia con la que Abascal aplicó las reformas evitó una más que posible rebelión indígena.

La vuelta al poder de Fernando VII y la llegada de la expedición Morillo en 1815 consolidaron la recuperación del gobierno español en América, con la excepción del virreinato rioplatense. La absurda destitución de Abascal en 1816 supuso uno de los peores golpes para el imperio español en América, pero eso vendría después. Don José Abascal pudo volver a la Península con la conciencia de haber cumplido su deber exitosamente, en una de las más difíciles circunstancias que cualquier gobernante haya tenido que afrontar.

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