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9.ª División Blindada, Westhousen, Alemania, 10 de abril de 1945

9.ª División Blindada, Westhousen, Alemania, 10 de abril de 1945

Entrevista al historiador James Holland, autor de 'Hermanos de armas'

Así vivía una unidad de carros emblemática de la IIGM: «Morir quemado o volar en pedazos dependía del azar»

El té causó más de alguna baja y salvó alguna vida en los regimientos de carros británicos de la Segunda Guerra Mundial, como explica el historiador James Holland

Si sobrevivir como militar a una guerra mundial ya era complejo, el riesgo de morir en las unidades de carros era mucho mayor. Durante la Segunda Guerra Mundial, las naciones querían su propio blindado, pero pocas consiguieron desarrollar uno realmente efectivo: el T-34 soviético, los Panzer alemanes y el Sherman norteamericano; un carro «todoterreno» que utilizaron tanto los norteamericanos como sus aliados.

Una de las unidades que empleó los Sherman fueron los Sherwood Rangers del Ejército británico, de la que escribe el afamado historiador James Holland en Hermanos de armas (Ático de los libros), un libro que profundiza en lo más íntimo de la guerra: las personas. El escritor se adentra en el día a día de esta unidad, en cómo era la vida dentro de un carro, las penurias y dificultades que vivieron y cómo experimentaron desde dentro los combates en batallas decisivas como el desembarco de Normandía.

El historiador y divulgador británico James Holland revela el papel de los Sherwood Rangers en la derrota de los nazis en Europa desde el día D hasta el final de la guerra en su ensayo 'Hermanos de armas'

El historiador y divulgador británico James Holland revela el papel de los Sherwood Rangers en la derrota de los nazis en Europa desde el día D hasta el final de la guerra en su ensayo 'Hermanos de armas'EFE

–¿Fue el Sherman un carro eficiente y efectivo a la hora de enfrentarse a los nazis?

–Bueno, lo primero que hay que entender de los carros es que son piezas increíblemente complejas, así que conviene hacerlos lo más simples posible, y ese era el caso del Sherman. Además, no se trata solo de tener un cañón enorme, un blindaje descomunal y un aspecto aterrador; hay otras cosas a tener en cuenta. El Sherman se produjo en cantidades gigantescas, tenía una fiabilidad mecánica muy buena —lo cual es absolutamente vital— y era muy fácil de mantener.

Por ejemplo, se podía cambiar un motor de Sherman en unas dos horas en el campo de batalla. El Sherman pesaba 30 toneladas, por lo que era un carro ideal para avanzar. Mecánicamente era muy simple, fácil de manejar; la mayoría de los estadounidenses sabían conducir, y si habías conducido un Cadillac antes de la guerra, podías llevar uno de estos.

Hablando de números: 49.000 Sherman frente, por ejemplo, a 1.347 Tigers. Una ventaja numérica enorme. Todo ello hace del Sherman un carro verdaderamente bueno en términos generales.

M4 Sherman

M4 Sherman

–¿Qué historia personal, de las incluidas en el libro, destacaría especialmente?

–Bueno, todas. Elegí a las personas que seguí porque todas tenían buenas historias que contar y porque me sentía personalmente implicado en ellas. Mickey Gold es un personaje estupendo; a Stanley Perry llegué a conocerlo, y era un tipo encantador, con una historia increíble.

Mi interés por los Sherwood Rangers empezó con Stanley Christopherson, porque soy muy buen amigo de su hijo, David, así que obviamente le tengo mucho cariño. Me impresionó especialmente Bill Wharton, que estaba en la treintena, casado, y apenas había visto a su mujer desde que se casaron en el verano de 1939, aunque la vio justo antes del Día D, cuando estaba embarazada de su primer hijo. Sus cartas están llenas de añoranza y ansiedad, pero también de humor, de preocupaciones.

Todos los personajes principales —Leslie Skinner, Harry Heenan, Stuart Hills, David Render (a quien conocí muy bien)— eran individuos extraordinarios. Me involucré muchísimo con todos ellos, emocionalmente, y hubo momentos en los que escribir el libro fue bastante traumático, porque no todos llegan al final. Escribir sobre la muerte de alguien al que has llegado a conocer tan bien, y por quien sientes tanto afecto —aunque sea por la versión de sí mismos que aparece en sus cartas y diarios—, es muy duro.

En conjunto, me parecieron un grupo de personas increíble y mi admiración por ellos no tiene límites.

Tripulación SRYA

Miembros del regimiento de tanques Sherwood Rangers YeomanryÁtico de los libros

–¿Cómo era la vida diaria de las tripulaciones durante los últimos días del conflicto?

Muy aterradora. Ya no se encontraban tantos carros alemanes, pero sí muchas unidades aisladas de soldados equipados con Panzerfaust, algo parecido a lanzagranadas anticarro. Eran armas baratas, eficaces a corta distancia.

Mientras los Sherwood Rangers avanzaban, por ejemplo, por una carretera recta en medio de un bosque, en cualquier momento podía saltar un grupo alemán y atacar. Todos estaban tensos porque sabían que la guerra estaba a punto de terminar, y nadie quería morir tras haber llegado tan lejos.

–Durante las batallas de los Sherwood Rangers, ¿cuál fue el mayor enemigo al que tuvieron que enfrentarse?

–En general, todo. Sobre todo los morteros. Los morteros causaban más bajas que cualquier otra arma. Son piezas de artillería de corto alcance que lanzan proyectiles en arco, difíciles de predecir.

Una granada de artillería puedes oírla venir; un mortero simplemente cae. Y más tripulantes murieron fuera de sus carros que dentro. Lo típico era que el carro quedara inutilizado, todos saltaran fuera y entonces un mortero cayera encima y matara o hiriera a todos con la metralla.

Creo que cualquier soldado de primera línea es heroico

–¿Cuál fue la batalla más compleja que tuvieron que soportar? ¿El Día D, Bélgica, Berlín?

–Todas tenían sus retos. Normandía era difícil por los setos altos y la visibilidad limitada, y porque los días eran larguísimos y todos estaban agotados.

En la batalla de Geilenkirchen, en noviembre, combatían junto a infantería estadounidense por primera vez; el terreno estaba lleno de minas, el barro era terrible, los carros se atascaban, los días eran cortos, llovía sin parar. Luego, la operación Blackcock, en enero de 1945, con nieve y hielo.

Y los combates urbanos, como en Giel (Bélgica) en septiembre de 1944, aún más difíciles: visibilidad nula entre edificios. Siempre estaban adaptándose, ajustándose. Cada lugar tenía desafíos y peligros propios.

–Los Sherwood Rangers acabaron como héroes entre sus camaradas. ¿Qué los hacía diferentes?

–Creo que cualquier soldado de primera línea es heroico: arriesga su vida constantemente. Servir en un regimiento acorazado independiente —fueran los Sherwood Rangers, los 4th/7th Dragoon Guards o los 24th Lancers— exigía un valor y una resistencia increíbles.

Estadísticamente, era imposible salir indemne desde el Día D hasta el final de la guerra: hubo más bajas que personal disponible. Que te hirieran ligeramente, gravemente, que murieras quemado o volado en pedazos dependía en gran parte del azar.

Lo que hacía destacar especialmente a los Sherwood Rangers era su humanidad y su capacidad para seguir adelante. Y eso tenía mucho que ver con su cadena de mando: Stanley Christopherson, Stephen Mitchell, el oficial médico Hilde Young y el capellán Leslie Skinner eran excelentes líderes.

Stanley era increíblemente alegre, siempre viendo lo mejor de cada situación, bromeando, transmitiendo confianza. Todos sabían que él los respaldaba y se preocupaba por ellos. Por eso destacaban tanto. Terminaron la guerra con más honores de batalla que cualquier otra unidad del Ejército británico: 36 en total, 16 de ellos desde el Día D hasta el final. Es impresionante.

–Incluye testimonios de los propios soldados. ¿Qué define, en su opinión, el carácter de quienes sirvieron con los Sherwood Rangers?

–La mezcla de personas: distintos orígenes, distintas clases sociales. Algunos provenían del viejo regimiento de Yeomanry (unidades voluntarias de caballería) previo a la guerra: soldados a tiempo parcial, hombres de campo, abogados, empresarios, guardas forestales, jinetes. También había reclutas de un espectro aún más amplio.

Creo que se beneficiaban de ser civiles convertidos en soldados, con un sistema menos rígido que el militar tradicional, lo cual resultó ventajoso. No sé si eran únicos, pero ciertamente eran un grupo muy variado, lo que los hacía fascinantes también desde el punto de vista literario.

Terminaron la guerra con más honores de batalla que cualquier otra unidad del Ejército británico

–También menciona que el té causó más de alguna baja dentro del regimiento. ¿Por qué?

–Bueno, pudo causar algunas bajas, pero también salvaba vidas. El té daba algo que hacer, interrumpía el día, calmaba la sed, aportaba energía. Era parte del tejido cultural del Ejército británico. Se hacía té siempre que fuese posible.

Hubo ocasiones en las que estaban preparando té cuando no debían y, al estar fuera del carro, fueron sorprendidos bajo fuego enemigo porque habían bajado la guardia. Por eso, de vez en cuando, causó algunas bajas.

–Aparte de su libro, ¿qué película recomendaría que retrate mejor la guerra acorazada en la Segunda Guerra Mundial?

–Dios mío… Bueno, la verdad es que no creo que haya ninguna. Está Corazones de acero, que fue una película entretenida, aunque en su mayor parte era un completo disparate. No era, diría yo, una representación realista de la guerra acorazada.

Y, desde luego, la escena con los tres Sherman alineados avanzando en campo abierto hacia un Tiger era simplemente ridícula. Nunca habrían hecho eso. Se habrían movido a distintos lugares, habrían permanecido ocultos, disparado e intentado destruirlo desde una posición cubierta. Pero, obviamente, me encantaría que alguien hiciera una especie de Hermanos de sangre de mi libro.

Portada de 'Hermanos de Armas'

Portada de 'Hermanos de Armas'Ático Libros

–¿Qué fue del regimiento tras la guerra? ¿Sirvieron sus hazañas al Ejército británico en conflictos futuros?

–Permanecieron en Alemania hasta 1946 y luego fueron disueltos. Volvieron a ser unidades de caballería de voluntarios. Aún existe un escuadrón, el Sherwood Rangers Yeomanry, integrado en los Royal Yeomanry.

En los años 60 y 70 se convirtieron básicamente en una unidad de reconocimiento, usando coches blindados en lugar de carros.

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