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27 de abril de 2024

Fotomontaje de Joe Biden con la bandera de EE.UU. y China

Fotomontaje de Joe Biden con la bandera de EE.UU. y la de China

La nueva izquierda y el neoliberalismo en el siglo XXI

Grandes potencias industriales, como China, Japón, Corea del Sur y Taiwán, apuestan por proteger sus bases industriales mientras Europa avanza en este camino con gran lentitud y no logra salir de sus grandes dependencias labradas durante años

En 1492, Cristóbal Colón mostró que la Tierra era redonda. 530 años después, hicimos del globo una esfera sin fronteras, un espacio abarcable, donde la economía neoliberal concibió que el capital, los bienes y las personas irían donde fueran más productivos.
Los responsables políticos no debían tener en cuenta la geografía, ya que el capital fluiría donde más se necesitase, las barreras comerciales y los mercados de capitales se difuminaban para siempre.
El globalismo del libre mercado fue impulsado por las poderosas empresas multinacionales mejor posicionadas para explotarlo. Era fundamental llevar aparejado el favor de la política, por eso el liberalismo ha supuesto una nueva religión propagada hasta los confines del planeta.
Una ética de corrección política que impone sus valores demoliberales y cancela a quienes se oponen a sus consignas. Un nuevo «mundo libre» donde a través de los recursos de una «gran red» se puede propagar su apostolado. A una velocidad inaudita.
En teoría, a medida que los mercados emergentes se incorporaban a ese sistema de libre mercado y la democracia liberal se implementa, la desigualdad mundial disminuía y nacía una nueva gran clase media mundial. Libertad política y bienestar económico iban de la mano.
Pero olvidaron que «la libertad» no depende del dinero, el libre comercio o la economía, sino que realmente es «un logro moral».
Olvidaron que «la ideología» es siempre enemiga de la libertad. Olvidaron la diferencia aristotélica entre «virtud» y «vicio» y que, por ejemplo, entre estos últimos está «la codicia».
Por eso cuando el dinero ha circulado mucho más rápido que los bienes o las personas se ha caído en una arriesgada especulación. Esos flujos de capital, a veces desestabilizadores, multiplicaron el número de crisis financieras desde los años 80 hasta ahora.
En los años 90, estos movimientos quedaron parcialmente ocultos por la caída de los precios, en Estados Unidos, el aumento de la deuda de los consumidores y los bajos tipos de interés. Sin embargo, a partir del año 2000, las desigualdades que se habían generado eran imposibles de ignorar.
Respecto a la externalización del trabajo, la importancia del lugar se ha hecho evidente con la pandemia, ya no resulta tan fácil ir de un lado a otro, viajar se ha vuelto incómodo e inquietante, y además, a esto se ha unido la guerra de Ucrania, la hostilidad con Rusia y la tensión en el Indo-Pacífico con China. Todo en conjunto ha fracturado esa apacible movilidad.
¿La globalización ha muerto o está aún por morir? ¿Podemos levantar acta de defunción del neoliberalismo? ¿Estamos ante un miembro ya amputado que aún se nota?
Ante el creciente descontento político y las tensiones geopolíticas en el extranjero, los gobiernos y las empresas se centran cada vez más en buscar «la resiliencia» y la eficiencia.
¿Se avecina una edad post-neoliberal donde la producción y el consumo no sean externos sino estrechamente conectados dentro de cada país y región? ¿Volveremos a los estados-nación?
La Primera Guerra Mundial y la pandemia de gripe de 1918, que llegó hasta 1920, hicieron que el comercio internacional cayera del 27 % de la producción mundial en 1913, al 20 % de media entre 1923 y 1928.
La burbuja de la deuda explotó en 1929, y la Gran Depresión que siguió hizo que el comercio internacional se desplomara a sólo el 11 % de la economía mundial, en 1932.
Los aranceles comerciales y los impuestos punitivos a ambos lados del Atlántico agravaron el problema, y no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando los flujos transfronterizos de bienes y servicios volvieron a superar el 15 % de la economía mundial. Un siglo más tarde, ¿podemos vernos en situación parecida?
Ahora contamos con factores de mayor inquietud:
  • Rusia abandona a Europa occidental como cliente y abraza con más fuerza a China como principal cliente energético.
  • China logra mayor hegemonía e influencia en los países descontentos de la órbita occidental. Una gran potencia que importa ideología neo marxista frente al caduco orden neoliberal.
  • Incluso, al otro lado del Atlántico, en América del Sur, el espectro está cambiando y ya está gobernada en su práctica totalidad por una «nueva izquierda».
  • En Europa, crece la polarización política y las tendencias nacionalistas arraigan y aumentan.
  • Las grandes potencias industriales alternativas, como China, Japón, Corea del Sur o Taiwán, apuestan por proteger sus bases industriales. Por disponer de sus propios recursos.
Europa, sin embargo, está atorada, en este camino, no sale del asombro de verse envuelta en una guerra en su mismo territorio.
No puede superar fácilmente sus grandes dependencias, energéticas y comerciales, labradas durante años. En este punto es oportuno preguntarse: si la tierra se vuelve lenta de transitar y localizada, si vuelven las fronteras y se pasa de globalización a localización, ¿qué nos espera entonces más allá de esta crisis del neoliberalismo?
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