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26 de abril de 2024

Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez Garat

La destrucción de la presa de Kajovka. ¿Quién y por qué?

Quizá asustado por la magnitud de lo ocurrido, el Kremlin parece esforzarse en relativizar los daños. Asegura que no hay peligro para las poblaciones ribereñas, que serán evacuadas solo si es necesario

Actualizada 12:16

La presa e hidroeléctrica Kajovka ubicada sobre el río Dniéper de fue destruida

La presa e hidroeléctrica Kajovka ubicada sobre el río Dniéper de fue destruidaAFP

Tras varios días de rumores sobre el comienzo de la anunciada contraofensiva de las fuerzas de Zelenski en la guerra de Ucrania, nos sorprende la noticia de que la presa de la central hidroeléctrica de Kajovka, a 60 kilómetros de la ciudad de Jersón, ha sido volada. La estructura había estado en el centro de todos los rumores en los días de la retirada rusa de la margen derecha del Dniéper, pero sobrevivió a aquellos tiempos difíciles para ser destruida cuando menos cabría esperarlo.

Los daños en la presa, provocados al parecer por la explosión de la mitad de las válvulas de control, son considerables

Los daños en la presa, provocados al parecer por la explosión de la mitad de las válvulas de control, son considerables. La estructura resiste, pero se vacía —según fuentes ucranianas— a un ritmo de unos 15 cm a la hora, lo que provocará inundaciones en muchos asentamientos en ambas orillas del río. Hay tiempo para evacuar a las personas, pero los daños al medio ambiente serán considerables.
Como suele ocurrir en estos casos, ambos bandos se acusan mutuamente de haber provocado el desastre. ¿Quién tiene razón? Veamos el contexto en que se produce la voladura.

La contraofensiva ucraniana

Los analistas llevan muchas semanas especulando sobre la fecha de comienzo de una probable contraofensiva ucraniana para la que Kiev ha estado preparándose durante los últimos meses. Pero no hay, todavía, pruebas claras de que los ataques hayan empezado.
Las incursiones en Belgorod son más relevantes en el ámbito político de las hostilidades que en el militar. El forcejeo en los alrededores de Bajmut, del que nos informan tanto rusos como ucranianos —cada uno, como es lógico, arrimando el ascua a su sardina— tiene más de epílogo de una fase de la guerra en la que Rusia llevó la iniciativa que de prólogo de un cambio de ciclo.
De lo que sí hay indicios convincentes es de que Ucrania ha recuperado la iniciativa en el terreno militar, y esa es una mala noticia para un Putin al que cada día se le abren nuevos frentes. Para Kiev, en cambio, aparecen interesantes oportunidades. En el campo de batalla, quien tiene la iniciativa escoge el lugar y el momento de sus ataques. Obliga al enemigo a ser fuerte en todos los lugares del frente, y eso es mucho pedir para el relativamente pequeño ejército ruso, que probablemente no supere en mucho los 300.000 soldados desplegados en Ucrania.
No especularemos con la dirección de los contraataques ucranianos ni con los posibles resultados que, en cualquier caso, seguramente no serán decisivos. Pero sí podemos esperar que, cuando menos, el ejército de Zelenski consiga en las próximas semanas éxitos locales que tengan cierta repercusión en el espacio informativo ruso. Otra vez tendrá el Kremlin que dar explicaciones, algo para lo que en los últimos tiempos suele recurrir a su deseo de evitar daños a la población civil. Daños, precisamente, como los que, a consecuencia de la voladura de la presa, sufrirán las localidades próximas a la desembocadura del Dniéper.

La campaña de bombardeo

Cada vez que las fuerzas rusas pasan apuros en el frente, Putin bombardea las ciudades ucranianas. Es una medida dirigida a los halcones que le rodean, tan consoladora y tan inútil como las tiritas que ponemos a los niños cuando se hacen heridas en sus juegos.
Por desgracia para el Kremlin, se le están acabando las tiritas. Recordará el lector el enfrentamiento entre el sistema Patriot y los misiles Khinzal en el que tanto Moscú como Kiev aseguraron haber salido victoriosos. La cosa no debe haber estado tan clara para el misil hipersónico ruso, del que desde entonces no hemos vuelto a oír hablar. Los sucesivos ataques a la capital ucraniana se han saldado sin éxitos apreciables, privando a Putin de una importante baza psicológica.

¿Encajaría en esta campaña la voladura de la presa de Kajovka? Podría ser que sí

El caso es que, a falta de buenas noticias, la prensa rusa, bajo el férreo control del Kremlin, publica estos días nuevos rumores de la preparación de ataques ucranianos con bombas sucias y renovadas especulaciones sobre los laboratorios biológicos que los EE.UU. tendrían en Ucrania. ¿Encajaría en esta campaña la voladura de la presa de Kajovka? Podría ser que sí.

Las versiones encontradas

Ucrania acusa a Rusia de provocar un desastre medioambiental y humanitario. Para Kiev, Putin ha ordenado volar la presa por pura maldad —táctica de tierra quemada— y por miedo al contrataque ucraniano. Pero las fuerzas armadas de Zelenski aseguran que lo ocurrido no interferirá con sus operaciones militares.
Rusia, por su parte, asegura que la voladura es un acto de terrorismo. Sin embargo, y al menos por ahora, no concreta cómo se ha producido, algo que debería saber porque la instalación estaba en sus manos. Quizá asustado por la magnitud de lo ocurrido, el Kremlin parece esforzarse en relativizar los daños. Asegura que no hay peligro para las poblaciones ribereñas, que serán evacuadas solo si es necesario. Tampoco está en riesgo, según Moscú, el suministro de agua a Crimea ni la refrigeración de la central nuclear de Zaporiyia.
Cualquiera que sea la versión que crea el lector, la voladura de la presa tiene poco sentido desde el punto de vista militar. El Dniéper era una barrera infranqueable antes y después de lo ocurrido, y no se espera que el ejército ucraniano intente atravesarlo. La decisión de destruir una infraestructura tan importante para Ucrania —como en su día la de inutilizar el Nord Stream— tiene fundamentos políticos y solo se entiende como una operación de falsa bandera para culpar al enemigo de un hecho abominable.
Como en otras ocasiones, y a falta de lo que en su día resulte de la investigación, invito al lector a recordar que, si de verdad se trata de culpar al enemigo de crímenes contra la humanidad, a Ucrania le basta con lo ocurrido en Bucha o los bombardeos diarios de Kiev. No necesita arriesgar su prestigio en sucias operaciones que, de ser descubiertas, cambiarían en su contra el curso de la guerra. Putin, en cambio, protegido por la férrea censura a que somete a la opinión pública de su país, no corre riesgo alguno y necesita algo a lo que agarrarse para continuar una guerra que no puede ganar, pero que tampoco quiere perder.
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