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El presidente ucraniano Volodymyr Zelensky y el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg en Kiev

El presidente ucraniano Volodymyr Zelensky y el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg en KievEFE

Occidente deberá cambiar sus ideas respecto a Ucrania y aceptar que Rusia no va a ceder

Rusia no se va a retirar de Ucrania, Ucrania no va a renunciar a su territorio y Occidente tiene que replantearse su estrategia

La fotografía general en el campo de batalla ucraniano es el siguiente: Rusia sigue avanzando a un ritmo lento, pero constante, conquistando metro a metro nuevos territorios de Ucrania.

Ucrania, por su parte, aún no ha visto los efectos en el campo de batalla de los 61.000 millones de dólares de ayuda militar estadounidense, sigue retrocediendo hacia posiciones más fáciles de defender y se encuentra con un problema colosal de falta de efectivos.

Ambos bandos han sufrido en los últimos meses un desgaste insostenible, con unas bajas en personal inmensas y un desgaste de material militar catastrófico.

A pesar de tener a su maquinaria de guerra a pleno rendimiento, y de recibir municiones de sus aliados iraní y norcoreano, Rusia no da abasto a mandar material de guerra al frente y está sosteniendo su empuje recurriendo, una vez más, al ingente stock de armamento heredado de la Unión Soviética.

En algunos casos, ese material (carros de combate, proyectiles, fusiles, bombas, cohetes) lleva décadas almacenado.

Por lo tanto, es poco probable que en los próximos meses –como anunció Ucrania– Rusia pueda lanzar una gran ofensiva con operaciones complejas de armas combinadas.

Al mismo tiempo, la ayuda militar estadounidense llegará antes del verano y permitirá a los ucranianos estabilizar el frente.

¿Qué cabe esperar para los próximos meses?: el bloqueo absoluto de la guerra, al menos hasta el invierno, o incluso la primavera de 2025, cuando la guerra experimentará un reinicio con nuevas cartas sobre la mesa.

Una nueva estrategia

La pausa dará tiempo a ambos bandos a replantear su estrategia. Un paréntesis que beneficiará, sobre todo, a los ucranianos, ya que los rusos tienen muy claro su plan a seguir y ya han demostrado que no tienen intención de modificarlo.

Ucrania, sin embargo, tiene que estudiar la nueva situación, detectar los errores cometidos en el pasado y cómo solucionarlos. Buscar una estrategia que funcione fijando objetivos realistas y no imaginarios basados en un voluntarismo tan yermo como catastrófico.

Los planes por conquistar Crimea antes de enero de 2024 llevó a Ucrania a partirse los brazos por no perder todo el territorio situado al este del Dniéper.

Zachary Paikin, investigador del Instituto para la Paz y la Diplomacia, apunta en un reciente análisis que «los gobiernos occidentales deben procurar no insistir en su estrategia actual, que no ha logrado los resultados deseados después de más de dos años de guerra de alta intensidad».

Una estrategia que, básicamente, consistía en «que Rusia sufra una derrota estratégica evitando un choque directo entre la OTAN y Rusia».

La realidad es que, después de las sanciones internacionales contra Rusia y del apoyo militar a Ucrania, Rusia «conserva tanto la capacidad como la voluntad política de continuar con la guerra de agresión».

La estrategia occidental ha dado como resultado «una Rusia más militarizada e intransigente».

Una nueva estrategia que aspire a ser exitosa a la hora de poner fin a la agresión rusa y ofrecer un contexto de paz para Europa deberá asumir que, con independencia del resultado de la guerra en Ucrania, la hegemonía occidental quedará en entredicho.

En ese sentido, la victoria de Rusia no sería tanto una poco improbable derrota militar y rendición absoluta de Ucrania, sino lograr que Occidente (en particular Estados Unidos y la OTAN) acepten que el edificio de la seguridad global no se podrá construir sin Rusia y otros actores –principalmente China– de acuerdo con sus intereses y objetivos.

En ese nuevo orden se deberán respetar, por lo tanto, los puntos de vista de las otras grandes potencias respecto a sus aspiraciones, cediendo en determinados ámbitos, como Ucrania para Rusia, o Taiwán para China.

Rusia y China aspiran también a que la exportación de la democracia liberal a países autoritarios deje de ser un objetivo de Estados Unidos, o que la OTAN renuncie a continuar su expansión y que, incluso, inicie un repliegue.

En definitiva, el orden imperante ya no será el surgido de la caída de la URSS, sino el surgido del campo de batalla ucraniano y los países occidentales «tendrán que centrarse en lo que realmente pueden esperar obtener».

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