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Estudiantes afganas de ciencias de la salud se reúnen en el exterior del Instituto Omid de Ciencias de la Salud en Kabul

Estudiantes afganas de ciencias de la salud se reúnen en el exterior del Instituto Omid de Ciencias de la Salud en KabulAFP

Afganistán

Los talibanes prosiguen su guerra contra las mujeres y les impiden formarse como matronas o enfermeras

La enésima prohibición de los fundamentalistas pone en riesgo la salud de 20 millones de personas, al no poder ser tratadas por médicos varones

Los talibanes prosiguen su guerra contra las mujeres, mientras las potencias occidentales mantienen un silencio cómplice ante la crítica situación de este colectivo en Afganistán. Si ya les quedaban pocas libertades, ahora los fundamentalistas han prohibido a las mujeres formarse como matronas o enfermaras, según han denunciado las propias estudiantes y organizaciones de derechos humanos.

Previamente, ya habían sido excluidas de la educación secundaria y superior. Pero este veto va más allá de no poder cursar estudios y es que pone en peligro la propia salud física de 20 millones de mujeres que no pueden ser tampoco tratadas por médicos varones. Múltiples vídeos de mujeres, totalmente cubiertas con los burkas, enfrentándose a los talibanes se han hecho vírales estos días. En las grabaciones, las jóvenes, desesperadas, reclaman explicaciones a los barbudos.

«La nueva prohibición talibán de que las mujeres estudien medicina es una negación directa del acceso de las afganas a la atención sanitaria. Según la ley talibán, las mujeres tienen legalmente prohibido hablar con hombres que no sean familiares, y mucho menos visitar a un ginecólogo varón, y ahora se les prohíbe estudiar medicina», explica en su red social de X, antes Twitter, Habib Khan, fundador del grupo de monitoreo Afghan Peace Watch.

Por su parte, la organización de derechos humanos Human Rights Watch (HMRW) denunció, este martes, que esta nueva prohibición de los talibanes «provocará dolor, miseria, enfermedad y muerte innecesarios a las mujeres obligadas a carecer de asistencia sanitaria, ya que no habrá trabajadoras sanitarias para tratarlas». La organización señaló, en un comunicado, que desde que los fundamentalistas volvieron al poder en Afganistán, en agosto de 2021, han impuesto normas que «violan sistemáticamente los derechos de las mujeres y las niñas en la mayoría de los aspectos de su vida».

Este colectivo ha visto cómo su presencia ha sido cercenada no solo del ámbito educativo, sino del social, profesional y ahora incluso hasta del sanitario. Las mujeres se han visto recluidas al interior de una casa, encerradas entre cuatro paredes sin voz ni voto, también los fundamentalistas han prohibido que hablen en público. «Las mujeres y las niñas ni siquiera pueden ir a un gimnasio o pasear por un parque», subraya Sahar Fetrat, investigadora de la División de Derechos de la Mujer de HMRW. Los talibanes llegaron al poder vendiendo la ilusión de que se habían moderado. Tres años después, los hechos han demostrado que estas promesas eran humo.

En este sentido Khan recuerda que «durante décadas, los talibanes quemaron escuelas, envenenaron a las niñas y aterrorizaron a las comunidades. La idea de que los talibanes pueden 'moderarse' es pura fantasía. Permitir que las niñas y las mujeres estudien significaría deshacer su propaganda y admitir sus crímenes pasados». La Unión Europea (UE), por su parte, en un escueto comunicado, expresó su «gran preocupación por la decisión y sus implicaciones de largo alcance, que incluyen la profundización de la crisis humanitaria en Afganistán y la exacerbación del sufrimiento de su pueblo».

Sin embargo, las llamadas de atención de la comunidad internacional no han servido de nada antes y poco cambiará ahora. Así las cosas, los fundamentalistas siguen sumando prohibiciones a una eterna lista de vetos en su particular guerra contra el colectivo femenino. Afganistán ya tiene de por sí una de las peores tasas de mortalidad materna del mundo, con 620 mujeres fallecidas por cada 100.000 nacidos vivos, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta prohibición es el último clavo en el ataúd para las afganas.

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