La «Big Beautiful Bill» de Trump: verdades, mentiras y falacias
Los republicanos tienen una ardua batalla comunicativa si no quieren que el tema de la sanidad se convierta de nuevo en un caballo de batalla de los demócratas
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, golpea con el mazo tras firmar la ley fiscal en la Casa Blanca
Tras un tortuoso proceso legislativo, el Congreso de Estados Unidos aprobó esta semana la famosa «gran y bonita ley» («BBB, por sus siglas en inglés»), primer proyecto de ley de Donald Trump en su segunda Presidencia. La ley es una amalgama de reducción de impuestos, gastos ejecutivos estratégicos, y una inevitable dosis de deuda. Sus defensores alaban sus virtudes como el trampolín que relanzará el crecimiento económico norteamericano. Los agoreros exageran el impacto social de la reducción del gasto en la sanidad subsidiada. Quienes observamos desde la barrera solo vemos que esta ley cronifica el problema, común a casi todo Occidente, del incremento desbocado de la deuda y la adicción de los políticos de todos los colores a firmar cheques con dinero que no es suyo.
Sanidad: el coste de la generosidad forzada
En el epicentro de la «BBB» está el gasto en sanidad. Contrario a lo que la mayoría de los europeos creen, la red de «protección social» en EE. UU. es considerable. Desde los años 60, las clases más vulnerables —los pobres, las madres solteras, los individuos con discapacidades y los mayores— tienen acceso, a través de dos programas federales, Medicare y Medicaid, a un seguro de sanidad subvencionado o gratuito que les cubre todas sus necesidades de salud. De hecho, estos dos programas representan, a día de hoy, el 20 % del gasto del Gobierno federal. En términos de PIB, alcanzan el 7,2 %, cubriendo al 50 % de la población (61 millones de ancianos en Medicare y 108 millones de pobres en Medicaid). El resto de los americanos solo tienen protección a través de seguros privados. La pregunta crucial es: ¿a qué coste para el contribuyente y con qué eficiencia?
Los demócratas, esperanzados en que su discurso catastrofista tenga impacto en las elecciones de medio término del año que viene, resaltan que la «BBB», a través de sus modificaciones a Medicaid, resultará en más de 11 millones de americanos perdiendo su cobertura de seguro médico. En su crítica, convenientemente «olvidan» mencionar el origen de estas «pérdidas». Primero, la ley prohíbe la cobertura a inmigrantes ilegales. No es de extrañar, considerando que estos no contribuyen nada a las arcas federales, y que la Administración Trump fue votada con la promesa de poner orden en la frontera.
Efectivamente, bajo la nueva ley, alrededor de 1,1 millones de inmigrantes ilegales perderían el derecho a tener sanidad gratis. Más allá de estos, los otros 9,9 millones son, para hacernos una idea, hombres entre 18 y 60 años que, siendo perfectamente capaces de trabajar, no lo hacen. La ley les impone una obligación de trabajar, estudiar o ser voluntarios, al menos 20 horas a la semana, para poder cobrar el subsidio. ¡Tampoco parece un requisito exagerado para quienes dependen del esfuerzo ajeno! Para ponerlo en perspectiva, hoy en día el 50 % de los hombres en edad de trabajar en la ciudad de Nueva York cobran el seguro de sanidad de Medicaid sin necesidad de demostrar que están buscando empleo.
Los republicanos tienen una ardua batalla comunicativa si no quieren que el tema de la sanidad se convierta de nuevo en un caballo de batalla
Desde un punto de vista presupuestario, la «BBB» implica que el gasto de estos programas, lejos de crecer al ritmo del 7 % anual que exhibían bajo el expresidente Joe Biden, lo hará a un 2 % anual. No es que sea una reducción drástica, sino una desaceleración de un crecimiento insostenible. Lo relevante es que estas «reducciones» (o, más bien, el menor incremento del gasto) provienen de decisiones claramente ideológicas y políticas: exclusión de los ilegales, requisitos de contribución social y eliminación de subvenciones a las clínicas abortistas. El impacto, sin embargo, será mayor en las zonas rurales y en la clase trabajadora, bastión de voto tradicional del trumpismo. Veremos el efecto neto, pero, desde luego, parece que los republicanos tienen una ardua batalla comunicativa si no quieren que el tema de la sanidad se convierta de nuevo en un caballo de batalla de los demócratas.
Gastos estratégicos: el poder de la chequera ejecutiva
Por otro lado, la «BBB» otorga a la Administración la chequera para implementar sus promesas electorales. En el lado positivo (reducción de impuestos), confirma las rebajas fiscales que Trump aprobó en su primera Presidencia, incluye la eliminación de cargas impositivas a las horas extras y las propinas (muy relevantes en EE. UU. en la restauración), la elevación de exenciones a los impuestos sucesorios y otra serie de ventajas para las Pymes. En el lado del gasto, la ley dota al «monstruo naranja» de los fondos necesarios para cerrar la verja de la frontera con México, para su programa de misiles y para llevar a cabo las deportaciones necesarias.
Los demócratas, tan rápidos en sus cálculos como mentirosos en su análisis, alegan que el efecto neto de la «BBB» es el incremento de impuestos a la clase trabajadora (+600 dólares de media) y la reducción de impuestos a los «mega-ricos» (-6.000 de media). Para llegar a estas cifras, proyectan gastos incrementales en sanidad, pero ignoran las reducciones de impuestos efectivas que contempla la ley. Esencialmente, consideran que la eliminación del fraude y de los vividores que parasitan del Estado es, netamente, un incremento de impuestos. Con respecto a los «ricos», los demócratas ignoran que la mayoría de las reducciones de impuestos provienen de ventajas para contribuyentes pensionistas y para Pymes, no para millonarios, como pretenden hacer ver. Además, no creo que a los Elon Musk del mundo les afecten demasiado 6.000 dólares en su factura fiscal.
Deuda: la fe en el crecimiento o la disciplina fiscal
El problema mayúsculo de la «BBB» reside en las proyecciones de deuda. Aquí estamos hablando de un tema de fe, y es difícil dar respuestas claras a proyecciones económicas que nadie conoce. Si tomamos a la Administración Trump como punto de partida, el argumento es este: el presupuesto, combinado con la desregulación económica que estamos implementando, los ingresos por aranceles y la reubicación de capacidad industrial que resultará de estos, hará que la economía americana crezca a un ritmo mayor del asumido y, el efecto neto, que la deuda neta se reducirá.
Los demócratas no hablan mucho, porque los déficits y la deuda les gustan más que a un tonto un lápiz. Pero los neoconservadores y halcones fiscales dentro del Partido Republicano (así como los «TechnoBros» de Elon) tienen una narrativa diferente: primero, corta el gasto (a lo Javier Milei). Con eso, mejoras tu rating crediticio y reduces los costes de tu deuda. Una vez logrado esto, puedes dedicarte a tus proyectos ideológicos, con la seguridad de que no estás poniendo en riesgo la solvencia del país.
Todo presupuesto en este país tiene un componente de «pork barrel» o panceta, que es difícil eliminar
Tiendo a estar más de acuerdo con los halcones fiscales. Pero también es verdad que todos ellos tienden a ignorar las realidades políticas del sistema electoral americano. Si un senador de Georgia, sea este republicano o demócrata, vota a favor de una reducción de subsidios a los plantadores de cacahuetes, que se olvide de su escaño. Es la manera segura de asegurar que no te vuelven a elegir. Por ello, todo presupuesto en este país tiene un componente de «pork barrel» o panceta, que es difícil eliminar. Ya sea el cierre de una base militar inútil en Tennessee que mantiene económicamente a dos condados, el subsidio al maíz o el subsidio a 10.000 laboratorios del Departamento de Energía, es difícil lograr consensos sin mantener estas prebendas. En los feudos demócratas se puede eliminar lo que quieras, pero entre tu base, hay que mantenerlos contentos y mantener abierta la ubre. Es una de las desgracias del proceso legislativo. Pero Trump ha hecho su apuesta.
El único caveat que yo le hago a su apuesta es que está asumiendo, como todos sus asesores, que el impacto económico de la confirmación permanente de la reducción de impuestos tendrá el mismo efecto que tuvo la reducción inicial. Cuando Trump 1.0 redujo impuestos en el año 2017, liberó fondos en la economía que, una vez consumidos por el sector privado, tuvieron un efecto multiplicador desproporcionado (cada dólar gastado impactaba en el PIB en un múltiplo de ese dólar). Sin embargo, en esta ocasión, la BBB no va a inyectar dinero nuevo en la economía americana, sino simplemente a mantener el status quo. Por tanto, es de esperar que el impacto sobre el PIB sea nulo, ya que todo su efecto ha sido asumido ya.
La única esperanza para que la apuesta del «monstruo naranja» le salga bien, es que la desregulación que ha prometido, y está empezando a ejecutar, así como la reducción de gastos energéticos a través de la política de liberalizar la industria petrolífera, tengan el mismo efecto. Lo que sí sé es que si los bolsillos de los americanos no notan una mejoría real antes del verano del año que viene, los republicanos van a tener unos años de «pato cojo» Trump muy difíciles, pues perderán tanto el Congreso como el Senado.