Ucrania, después del huracán Trump
Al pueblo ucraniano le toca resistir un mes más, un año más, una década más si es necesario. Y a los líderes europeos, seguir apoyando a Ucrania como siempre han dicho que harían: todo el tiempo que sea necesario para lograr una paz justa
Donald Trump, Volodimir Zelenski y Vladimir Putin
Los meteorólogos suelen dar a los huracanes nombres de personas. Nombres femeninos hasta 1979 —eran otros tiempos— y, desde entonces, nombres de ambos sexos por riguroso orden alfabético. Es una pena que todavía no se consideren los apellidos porque los primeros meses del segundo mandato del presidente Trump bien podrían hacer justicia a uno de los de fuerza cinco, los más poderosos y, al menos desde la perspectiva del sufrido pueblo ucraniano, los más destructivos.
Dicen que después de la tempestad viene la calma. Por desgracia, no ocurre así en Ucrania; pero lo que sí podemos percibir es que, poco a poco, las aguas de la guerra vuelven a su cauce, turbulento pero predecible. Trump ha sido el último en enterarse, pero hasta él admite, ya que Putin no está dispuesto a parar una invasión que, entre otras cosas, le sirve para imponer a sus sufridos conciudadanos el régimen autocrático que, como todos los dictadores que en el mundo ha habido, quiere disfrutar de por vida y, además, dejar por legado. Hitler solo ha sido uno más del montón de ilusos que han soñado con un Reich que duraría mil años. Todos ellos han fracasado y también lo hará Putin —con el tiempo, Rusia volverá a ser una democracia— pero, por desgracia, será la humanidad quién pague el precio y no el verdadero culpable.
Los vientos del huracán Trump no han terminado de apaciguarse. Todavía vacila el magnate entre lo que le sugiere su instinto, decisivo en su proceso de toma de decisiones, y la compleja realidad del mundo actual. Para un hombre como él, venerado por su círculo de partidarios, debe de ser difícil olvidar que una conversación telefónica con Zelenski, en la que parecía condicionar la ayuda militar norteamericana a la entrega de pruebas contra el hijo de Joe Biden, le costó un proceso de destitución en su primer mandato. Un proceso que naufragó en un Senado con mayoría republicana, pero que fue muy humillante para alguien que se considera a sí mismo por encima de toda ley.
Nada tiene de extraño que el instinto de Trump le haya llevado al lado equivocado de la historia. Frente a un Zelenski débil y desagradecido estaba Putin, un hombre admirable que sí parecía estar por encima de la ley y que, además, fue el único líder que no le despreció cuando todos los europeos le mirábamos por encima del hombro por sus desmanes a la hora de ceder el poder a Biden después de una derrota electoral que ni siquiera ahora que es presidente puede cuestionar con alguna prueba pero que, fiel a sí mismo, sigue sin reconocer.
Con todo, parece cada día más probable que el magnate termine rectificando en lo fundamental, que no está en la cantidad de ayuda que esté dispuesto a entregar o el precio que va a cobrar por ella —extremos todavía objeto de negociación— sino en quién prefiere que gane esta guerra. La Cumbre de la OTAN ha sido la primera ocasión en la que Trump reconoció a Rusia como enemigo y a Ucrania como aliado. ¿Papel mojado? Es posible; pero ahora es Putin el que se enfrenta a los designios del endiosado presidente y le arrebata sus sueños de liderazgo global… mientras sus aliados, antes tan críticos, y el propio Zelenski le hacen la ola.
El tablero político
Aunque más despacio de lo que a todos nos gustaría, las piezas sobre el tablero ucraniano se van asentando después de la tormenta. Los bombardeos de las ciudades no ayudan a mejorar la imagen de Putin en el exterior y ni siquiera Trump puede evitar que cada día sean más las voces republicanas en los EE.UU. que reclaman más sanciones contra Rusia y la reanudación de la ayuda a Ucrania…. aunque ahora sea pagando.
En el frente político, las maniobras del controvertido republicano han contribuido a aclarar las posturas de todos. El dictador del Kremlin ya confiesa al mundo que lo que quiere —algo que siempre estuvo claro en la prensa rusa— va mucho más allá de lo que tiene, y lo hace con palabras que asustan a muchos ciudadanos europeos: «Donde ponga la bota un soldado ruso, eso es Rusia».
También China, que ha jugado durante mucho tiempo un imposible papel neutral en el conflicto —ha venido exigiendo un alto el fuego incondicional justo hasta que fue Trump quien lo puso sobre la mesa— acaba de reconocer cuál es su posición real. Tres años después, su ministro de asuntos exteriores le ha dejado claro a la UE que ellos no se pueden permitir el lujo de que Rusia pierda esta guerra porque se quedarían solos frente a los EE.UU. Nada nuevo… excepto la crudeza del reconocimiento, que antes habían preferido disimular con declaraciones de respeto a la integridad territorial de Ucrania.
Con o sin la ayuda de los EE.UU., la UE necesita apoyar a Ucrania
Europa, desde luego, también cree tener bien claro cuál es su papel. Políticamente arrinconada, el ninguneo de Trump parece haberle sentado bien. Con o sin la ayuda de los EE.UU., la UE necesita apoyar a Ucrania. Porque tiene razón —que no es un argumento menor— pero, también, por la misma razón que mueve a Xi Jinping en dirección opuesta: la derrota de Kiev nos dejaría solos frente al expansionismo criminal del dictador ruso.
Aclarado el tablero político en Europa y Asia, cabe prever que los EE.UU. acabarán volviendo a su posición natural. Sobre todo si continúan los bombardeos a objetivos civiles, algo que Trump no tolera bien —no todo va a ser criticarle, porque también él tiene a veces la razón— incluso cuando viene de su aliado y vasallo Netanyahu.
Frentes estancados
¿Cuánto tardará Washington en definir su nueva posición sobre el conflicto? Quien sabe. Fiel a su estilo, Trump anuncia un día que venderá misiles Patriot a Ucrania y lo niega al siguiente. Sus últimas declaraciones, en las que reconoce que Kiev necesita armas para defenderse, son esperanzadoras. Veremos hasta dónde llega su celo de converso, pero lo que sí parece claro es que tiene tiempo para maniobrar porque, sobre el terreno, no se está viviendo un momento especialmente crítico.
A pesar de la ralentización de la ayuda norteamericana, las ofensivas rusas del pasado invierno y de esta primavera se han sucedido sin pena ni gloria. Los objetivos alcanzados, medidos —y esta es una mala señal— en kilómetros cuadrados como los de la contraofensiva ucraniana de 2023, han sido irrelevantes, muy por debajo del esfuerzo efectuado. Incluso para los rusoplanistas más cerriles, debe de ser difícil sostener que Rusia sigue avanzando rápidamente hacia Pokrovsk.
Pensando en el futuro a corto plazo, la anunciada ofensiva rusa de verano —parece que bautizar las operaciones militares con el nombre de las estaciones del año nos gusta tanto como poner nombres de personas a los huracanes—sigue retrasándose. Incluso las abultadas cifras de bajas que ambos ejércitos atribuyen cada uno a sus contrarios, un índice bastante objetivo de la actividad en los frentes, han descendido significativamente en las últimas semanas.
Volviendo la vista atrás —hacer predicciones solo es difícil si se refieren al futuro— el estancamiento del frente se viene apreciando desde la ya lejana conquista de Bajmut en mayo de 2023. Esa fue la última gran victoria de Moscú y, no por casualidad, la última gran batalla en la que la artillería tuvo el papel protagonista. Desde entonces son los drones los que dominan la partida y ahí las espadas tecnológicas e industriales se mantienen en alto.
Esa pausa operacional, tan frustrante para los halcones que dominan el espacio público en la Rusia de Putin —las palomas están calladas o en la cárcel— es seguramente la razón por la que el dictador se ve obligado a recrudecer los criminales bombardeos de las ciudades ucranianas, batiendo cada semana el récord del número de drones establecido la anterior. Se trata de un ejercicio de propaganda interna tan estéril desde el punto de vista militar como contraproducente ante los ojos del mundo… pero con algo tiene que alimentar el Kremlin los sueños de sus seguidores.
Una larga guerra por delante
Por desgracia, al pueblo ucraniano le quedan largos años de guerra por delante. Pero pueden felicitarse porque, tras el huracán Trump que temporalmente le dio a Rusia sus primeras esperanzas de victoria, la guerra vuelve a ajustarse al guion. Ahora cada uno debe centrarse en el papel que le ha tocado.
Putin, pues, seguirá a lo suyo: suicidar oligarcas. Dos han caído en la última semana, aunque solo uno lo hiciera desde una ventana. Los rusoplanistas, también; y lo suyo es disimular la realidad. Uno de ellos me decía hace algunos días que él no compartía mi opinión sobre la «guerra civil en Rusia». Al pueblo ucraniano le toca resistir un mes más, un año más, una década más si es necesario. Y a los líderes europeos, seguir apoyando a Ucrania como siempre han dicho que harían: todo el tiempo que sea necesario para lograr una paz justa.