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La cumbre de Alaska entre Trump y Putin: ¿un elefante en la cacharrería?

Si es cierto lo que se ha filtrado, el astuto ruso pretende intercambiar el cinturón de fortalezas del Donbás que lleva tres años y medio intentando conquistar por un prado en Sumy

Act. 13 ago. 2025 - 08:15

(Vladimir Putin y Donald Trump, durante una reunión den 2019 en Osaka, Japón

(Vladimir Putin y Donald Trump, durante una reunión den 2019 en Osaka, JapónEuropa Press

Faltan solo dos días para la reunión que Trump y Putin mantendrán en Alaska y, la verdad, nadie puede predecir con certeza lo que allí va a ocurrir. Como en la conocida fábula del elefante y los seis sabios ciegos —aunque en este caso los ciegos lo sean por decisión propia— las versiones que nos van llegando sobre lo que cabe esperar de la discutida cumbre dependen de qué parte del animal —trompa o colmillo, lomo o rabo, oreja o pata— cree cada uno que debe tocar para definir el aspecto del paquidermo conforme a sus propios intereses.

Empezando por Rusia, el diario Izvestia publica hoy unas declaraciones del oscuro diputado por Crimea Mijaíl Sheremet —él tendrá el honor de ser el primero de nuestros sabios ciegos— que proyectan sobre la cumbre una luz diferente de la que estamos acostumbrados a observar desde fuera. El hombre —la voz de su amo— asegura que «Putin y Trump están dialogando sobre un nuevo orden geopolítico mundial basado en un renovado sistema de pesos y contrapesos». Si esa fuera la agenda —a Putin, desde luego, le conviene presentársela así al pueblo ruso para proyectar fuerza, ganar legitimidad… y ocultar que ha sido llevado a Alaska de las orejas, bajo la amenaza de unas sanciones secundarias que le harían mucho daño— hasta parece razonable pedirle a Zelenski, aunque sea de muy malas maneras, que «mantenga la boca cerrada.»

Al otro lado del Atlántico, sin embargo, el vicepresidente Vance, más ciego que sabio en mi humilde opinión, prefiere olvidarse de la obsesión de Putin por el «nuevo orden» —qué tendrá de malo el antiguo, se estará preguntando el hombre— y centrarse en el desafío personal que para su jefe de filas supone la guerra de Ucrania. Quizá porque esté aburrido de las tácticas dilatorias del Kremlin —razones no le faltan para ello— Vance no se muestra esta vez demasiado optimista: «La cumbre no va a hacer demasiado feliz a nadie». Confiesa, además, que ni siquiera su presidente las tiene todas consigo: «Puede que salga bien, puede que no —parece que le dijo en privado Donald Trump— pero el esfuerzo merece la pena». Si esto fuera verdad, que nunca se sabe, habría que aceptar que el discutido republicano mejora en las distancias cortas.

Desde Bruselas, a medio camino entre Rusia y los EE.UU., el holandés Mark Rutte, Secretario General de la Alianza Atlántica, también ve lo que quiere ver. Lleno de confianza en el presidente Trump —real o fingida, qué más da— interpreta la reunión desde la óptica más favorable para el magnate: «El encuentro servirá para poner a prueba al líder del Kremlin. Si sale bien, Ucrania participará en las negociaciones de paz que vendrán luego.»

Ojalá pudiéramos creer a Rutte, pero el propio Trump, fiel a sí mismo, parece querer llegar bastante más lejos y, sobre todo, mucho más rápido. El calendario del Nobel, que por alguna razón le ilusiona, aprieta. Debe ser una de las pocas cosas que no puede comprar. Quizá por esa razón, y para sondear el terreno que pisa antes de hacer concesiones que no están en su mano, ha transmitido a Zelenski y a los líderes europeos que Putin está abierto a negociaciones… siempre, claro está, que incluyan «intercambios de territorios». Por intercambios, como es obvio, debemos entender cesiones, porque no es ruso el territorio que está en juego.

Un militar ucraniano sobre un tanque T-64 cerca de la línea del frente en la región de Donetsk

Un militar ucraniano sobre un tanque T-64 cerca de la línea del frente en la región de DonetskYasuyoshi Chiba / AFP

Zelenski, que quizá no sea sabio pero es el único que de verdad ve las orejas al lobo, mira hacia Alaska con extrema inquietud. Teme que el contacto directo con Trump le dé a Putin una nueva oportunidad para «engañar a los Estados Unidos». Por si acaso, él ya ha adelantado que «no cederá ningún territorio» —se refiere, desde luego, a la entrega formal rubricada por un tratado entre ambas naciones, porque sabe que no tiene capacidad real para recuperar por la fuerza lo que ya ha perdido— y que «Moscú no debe ser recompensado por su agresión». Nada más cierto pero, a la vez, nada más difícil. De todas las leyes que existen en el mundo, la del más fuerte es la más respetada.

Por último, los más destacados líderes europeos —nadie puede sorprenderse de que el presidente Sánchez, tantas veces plegado a los intereses de unos socios de investidura que ven con indisimulada simpatía a cualquier autócrata que se enfrente a las democracias occidentales, no se encuentre entre ellos— han dado la bienvenida una vez más a los esfuerzos de Trump «para poner fin a la carnicería de Ucrania». No le han concedido, sin embargo, nada que se parezca a un cheque en blanco: «Solo un enfoque que combine la diplomacia con el apoyo a Ucrania y la presión a Rusia puede traer la paz».

El que no dice nada —y quizá sea el único que podría aclararnos el verdadero aspecto del elefante que aparecerá en Alaska— es el propio Putin. No ha hecho ninguna promesa ni ha adelantado ninguna concesión, quizá porque lo único que espera conseguir de la próxima cumbre sea un nuevo plazo para continuar su guerra sin sanciones adicionales y, si fuera posible, evitar que el voluble presidente Trump se decida a tomar partido por la agredida Ucrania.

¿Qué palancas tiene Putin para conseguir ambos objetivos? Las mismas que lleva usando desde que Trump empezó a presionarle para que ponga fin a la invasión: halagos acompañados de amenazas de una tercera guerra mundial; firmeza disimulada con falsas concesiones —no conquistar la totalidad de Ucrania es la más sorprendente porque, si pudiera, ya lo habría hecho—; y, como novedad para esta cumbre, quizá presente alguna oferta de las que sabe que nadie puede aceptar. Si es cierto lo que se ha filtrado, el astuto ruso pretende intercambiar el cinturón de fortalezas del Donbás que lleva tres años y medio intentando conquistar por un prado en Sumy; y la ciudad de Kramatorsk, que tenía 150.000 habitantes antes de la guerra, por alguna aldea en el norte de la región de Járkov.

Es difícil hacer predicciones, sobre todo cuando se refieren al futuro. Por alguna razón, el dinero ve la cumbre con cierto optimismo. De momento, sube el rublo y baja el petróleo. Pero, si yo tuviera que apostar —y sé que, con Trump en escena, es muy arriesgado hacerlo— diría que el misterioso elefante que vanamente hemos tratado de perfilar hará en Alaska, poco más o menos, lo que todos los de su especie hacen en las cacharrerías. Me encantaría que Rutte tuviera razón pero, con toda sinceridad, me daría por satisfecho con que el desconcertado paquidermo —quién no lo estaría en su situación— no pisotee Ucrania más de lo que ya lo hace Putin desde hace tres años y medio. Crucemos los dedos para que así sea.

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