Estados Unidos y Venezuela, pasado y presente de una relación marcada por el petróleo
Tras años de sanciones y presiones, los resultados han sido limitados, por lo que algunos sectores abogan por mayor apertura al diálogo y otros a la intervención militar
Un hombre pasa junto a un mural pintado en la pared frente a la sede de PDVSA, Venezuela
A lo largo de las últimas décadas, la relación entre Estados Unidos y Venezuela ha estado marcada por momentos de acercamiento, tensiones diplomáticas y confrontaciones abiertas. Los planes de Estados Unidos hacia Venezuela han variado según los cambios políticos en ambos países y el contexto internacional, pero siempre han girado en torno a intereses estratégicos, seguridad hemisférica, promoción de la democracia y acceso a recursos naturales, especialmente el petróleo. Petróleo, petróleo, petróleo…
Durante la mayor parte del siglo XX, Venezuela fue un aliado clave de Estados Unidos en Hispanoamérica. La cooperación se centraba en el comercio de petróleo, inversiones y la lucha contra el comunismo. Sin embargo, la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999 marcó una ruptura –francamente leve– en esta relación, con un giro hacia posturas antiestadounidenses y la formación del bloque bolivariano.
A partir de ese momento, Estados Unidos desarrolló estrategias para influir en la política venezolana, tanto de manera abierta como a través de acciones diplomáticas y sanciones económicas. Tras la muerte de Chávez, con Nicolás Maduro en la presidencia, las tensiones aumentaron aún más. Pero el petróleo suavizaba…
Estados Unidos ha buscado diferentes objetivos en su relación con Venezuela, entre los que destacan: Seguridad energética: Venezuela posee una de las mayores reservas de petróleo del mundo, y aunque las importaciones de crudo venezolano han disminuido, el control y la estabilidad en el suministro energético siguen siendo prioritarios para la política estadounidense. Después, promoción de la democracia y derechos humanos: La Casa Blanca, bajo distintas administraciones, ha manifestado su interés en promover procesos políticos transparentes y el respeto a los derechos humanos, especialmente ante las denuncias de represión política, falta de elecciones libres y persecución de disidentes en Venezuela; aunque nunca tanto como con Donald Trump y Marco Rubio. Contención de influencias extranjeras: Estados Unidos observa con preocupación la creciente presencia de Rusia, China e Irán en Venezuela, lo que ha impulsado políticas de sostén y monitoreo hacia actores externos en el hemisferio. Gestión de crisis migratorias: El éxodo venezolano ha generado crisis humanitarias que afectan a toda la región. Estados Unidos ha desplegado recursos y políticas para cooperar con países receptores y, en ocasiones, ha gestionado programas especiales para refugiados venezolanos. El Tren de Aragua no mejoró las relaciones, las empeoró –situación provocada durante la presidencia de Joe Biden.
La diplomacia estadounidense ha utilizado varios mecanismos para alcanzar sus objetivos respecto a Venezuela. Sanciones económicas y diplomáticas: Uno de los principales mecanismos ha sido la imposición de sanciones a funcionarios, empresas estatales (como Pdvsa) y sectores clave de la economía venezolana. Estas sanciones buscan presionar al Gobierno de Maduro y limitar su acceso a recursos financieros internacionales. Reconocimiento de figuras opositoras: Desde 2019, Estados Unidos reconoció a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, junto con varios países de la región y Europa. Este reconocimiento buscó fortalecer la presión internacional para la celebración de elecciones libres y la restauración de la democracia. En la actualidad apoya a María Corina Machado, y al presidente Edmundo González. Apoyo humanitario: Estados Unidos ha movilizado asistencia humanitaria para la población venezolana, tanto dentro del país como en comunidades de migrantes y refugiados en Sudamérica. Sin embargo, la entrega de ayuda ha enfrentado obstáculos logísticos y bloqueos por parte del Gobierno venezolano. Diálogo y negociación: En momentos puntuales, la Administración estadounidense ha apoyado procesos de diálogo entre el gobierno y la oposición, generalmente bajo la mediación de actores internacionales como Noruega. Estos diálogos buscan condiciones para una transición democrática, aunque los resultados han sido limitados.
Con la llegada de la Administración Biden, se mantuvieron las líneas principales de presión, aunque con más flexibilidad en algunos aspectos humanitarios y disposición al diálogo condicionado. El levantamiento parcial de ciertas sanciones y la posibilidad de acuerdos para garantizar elecciones competitivas fueron parte de su agenda.
Frente a la crisis energética mundial y la guerra en Ucrania, Estados Unidos ha considerado revisar su política hacia Venezuela, evaluando la posibilidad de reabrir canales de comercio de petróleo bajo condiciones específicas y supervisadas. Este pragmatismo responde tanto a intereses económicos como a la necesidad de equilibrar alianzas globales.
Las estrategias de Estados Unidos enfrentan obstáculos considerables: Resistencia del Gobierno venezolano. La consolidación del poder en torno al chavismo y la ausencia de una oposición unificada dificultan los cambios políticos. Impacto sobre la población. Las sanciones han sido criticadas por contribuir al deterioro socioeconómico, afectando a la ciudadanía más que a la élite gobernante. Injerencia de potencias extranjeras. La presencia de Rusia, China e Irán complica los intentos estadounidenses de aislar al Gobierno venezolano. De hecho, soy de las que cree que en la negociación de paz entre Ucrania y Rusia, el despliegue militar visto recientemente con relación a Venezuela pudiera tener una significación de intercambio. Desgaste del enfoque tradicional, tras años de sanciones y presiones, los resultados han sido limitados, por lo que algunos sectores abogan por enfoques alternativos o mayor apertura al diálogo, y otros por la intervención militar.
Los planes de Estados Unidos respecto a Venezuela se hallan en constante evolución, ajustándose a la coyuntura internacional, los intereses económicos y la situación política interna de ambos países. Aunque la promoción de la democracia, la presión sobre el régimen venezolano y la gestión de influencias extranjeras seguirán ocupando un lugar central, el futuro de la relación dependerá en gran medida de cambios internos en Venezuela y de la estrategia que Estados Unidos decida adoptar frente a nuevos escenarios globales. Insisto, Ucrania y Rusia pudieran estar por mucho.