Trump, María Corina, Putin y Zelenski: tú te quedas con Ucrania y yo con Venezuela
El apoyo de Estados Unidos a la fuga de la líder venezolana lo ha reconocido la Premio Nobel que se disfrazó y encajó una peluca a lo Santiago Carrillo para abordar el pesquero que fue escoltado por dos cazas americanos a Curazao. El plan hubiera sido imposible sin esa protección de la Casa Blanca
Fotomontaje del presidente de Estados Unidos, Donald Trump y el presidente ruso, Vladimir Putin
Al presidente de Estados Unidos le han entrado las prisas para poner fin a la guerra de Ucrania. Ya no podemos hablar de la invasión de Rusia porque todo parece indicar que a Donald Trump esa realidad le importa bien poco. Lo que parece que le interesa es mantener una relación fluida con Vladimir Putin y poder decir que ha sido el artífice de una tregua que se venderá como indefinida.
Los ilustradores de prensa han visto de lejos la imagen que mejor resume la sensación que produce la política de la Casa Blanca con Ucrania. Las viñetas se repiten con imágenes de Vladimir Putin y Donald Trump en un intercambio de cromos/países: tú te quedas con Ucrania y yo con Venezuela. El mensaje parece ajustarse a la fotografía de lo que las viñetas representan.
Trump ha dado tumbos con Zelenski –además de humillarle– de forma sistemática mientras que ha mantenido el rumbo fijo en Venezuela. Esa conducta tiene un protagonista discreto: Marco Rubio, el secretario de Estado, que hace buena letra para ser el sucesor del republicano, pero no olvida sus orígenes.
Estados Unidos perdió poderío en la América por debajo del río Bravo y su «patio trasero» lo ha ocupado China que ha permitido hasta a Irán extender sus tentáculos en la zona. Ese escenario resulta insoportable para Donald Trump que busca hacer realidad un eslogan que, en rigor, tampoco era totalmente cierto: Make America Great Great Again (MAGA) es un grito más emocional que real ya que el imperio podía atravesar un bache, pero no se había desplomado.
El apoyo de Estados Unidos a la fuga de María Corina Machado para llegar a Oslo lo ha reconocido la Premio Nobel que se disfrazó y encajó una peluca a lo Santiago Carrillo, para abordar el pesquero que fue escoltado por dos cazas americanos a Curazao. El plan hubiera sido imposible sin esa protección de la Casa Blanca.
Las prioridades para Washington resultan evidentes: hay que recuperar el terreno perdido y terminar con la dictadura bolivariana. El siguiente paso, previsiblemente, será hacer caer a Cuba, la madre nodriza de esos fraudes de revolución y a Nicaragua, una pieza menor, pero igual de dolorosa.
Putin invita a pensar que conoce secretos inconfesables de Donald Trump por cómo le maneja. Tiene el panorama claro, le hace decir y desdecirse para que, finalmente, se incline a su favor y hasta presuma de ello a costa de Ucrania y de poner en ridículo a Europa (en parte se lo merece). Y en este pulso por ganar al Risk mueve sus fichas en cuanto olfatea que alguien le puede calentar la oreja con más efectividad al republicano.
La última llamada de Putin a Nicolás Maduro y su respaldo expreso frente al cerco del portaviones USS Gerald R. Ford y los más de 10.000 marines desplegados en el Caribe son otra jugada o mecanismo de presión para que el presidente de Estados Unidos no vuelva a dar marcha atrás y a ceder con esos europeos a los que, como J.D. Vance, desprecia sin disimulo.
El tiempo corre y el 31 de diciembre está a la vuelta de la esquina. El día después de Nochevieja para Trump ya será tarde. Tarde para que el Comité del Premio Nobel pueda tener en cuenta su «gesta por la paz» y el próximo año el galardón sea para él. Tarde para llegar con oxígeno a las elecciones de medio término de noviembre de 2026 y muy tarde para poder sostener esa concentración de poder que ahora exhibe.
La tradición es historia y tanto si sale bien parado el Partido Republicano en las urnas como si sucede lo contrario, Donald Trump entrará en esa metamorfosis que convierte a los animales políticos como él en sencillos patos cojos. Y cuando todos asuman que se ha hecho mayor y ya no tiene sustancia ni para hacer un caldo de gallo envejecido, volverá a ser el que era antes de su regreso a la Casa Blanca: un hombre rico, con un olfato fantástico para los negocios, pero sin poder de fuego para decidir el futuro de Europa y de América.
Quizás le suceda lo que, en apariencia, la ley dice: vuelva a hacer el paseíllo por los juzgados con la colección de causas judiciales que tiene en lista de espera o quizás, antes de volver a empezar ese maratón judicial, se conceda a sí mismo un indulto preventivo como los que firmó con autopen Joe Biden y él anuló.
En cualquier caso, será su problema a partir de enero de 2019 y el de Europa, salvo imprevisto o sorpresa, seguirá siendo otro: qué hacer con su seguridad, con su programa de defensa y con el legado en su territorio y en Ucrania del hombre del que parece que Putin sabe demasiado.