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26 de abril de 2024

Alberto Fernandez y Lula

El presidente argentino, Alberto Fernández, y el presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da SilvaAFP

Brasil: el bastón y bastión para el kirchnerismo en Argentina

Un país partido en dos mitades con visiones opuestas. Por delante, el desafío de la inclusión dentro de un territorio en el que han aumentado con fuerza el número de pobres e indigentes.
La sombra de la corrupción como una espada de Damocles sobre la cabeza de una clase política que ha hecho de la confrontación el alimento de su discurso, y en donde las palabras se entrecruzan sin piedad.
Una nación aislada del mundo, sin rumbo cierto, carente del diálogo entre las principales figuras que lideran a cada lado de la grieta y, un Congreso sin mayorías propias que dificultará –a priori– la gestión. Promesas a la población de recuperar la felicidad y tener carne en su heladera.
Esta descripción, que perfectamente podría ser un relato de la Argentina es, sin embargo, el presente del Brasil que deberá gobernar Luiz Inácio Lula Da Silva desde enero de 2023 en su tercer mandato, fruto de las elecciones presidenciales más reñidas desde la vuelta de la democracia.
Argentina y Brasil, los dos gigantes de Sudamérica, comparten un panorama complejo en el que la conjunción de sus destinos parece inevitable. La Argentina crujiente, enfrentará elecciones presidenciales cruciales en el 2023 que auguran internas feroces y batallas colosales en los principales espacios políticos.

Atados por el destino

En ese hervidero argento, oficialismo y oposición saben que el destino de los argentinos estará directamente atado a la suerte del país vecino.
Durante el mandato de Jair Bolsonaro, las relaciones de Brasil y Argentina se enfriaron de modo notable. A punto que, en su campaña por la reelección, el saliente presidente brasileño señaló a la Argentina como el ejemplo a no seguir, emparentándola con los «demonios» de Cuba y Venezuela.

Bolsonaro fue el primer presidente de Brasil en no asistir a la asunción de un presidente argentino

Durante su mandato hizo de los ataques al gobierno del presidente argentino Alberto Fernández un clásico de su dialéctica y una advertencia de dónde iría Brasil con el eventual regreso de Lula al poder.
La confrontación llego a niveles extremos: Bolsonaro fue el primer presidente de Brasil en no asistir a la asunción de un presidente argentino, jamás tuvieron una reunión bilateral conjunta, ni fueron protagonistas de una visita oficial a ninguno de los dos países. Cierto es que, del lado argentino, tampoco pusieron paños fríos para atemperar esa puja
Mucho de eso podría cambiar con la llegada de Lula al gobierno de Brasil. El presidente Fernández supo cultivar un lazo personal y una relación sincera con él, tanto que lo visitó durante su tiempo en prisión por las causas del Lava Jato
Tras el triunfo de Lula, Fernández viajó inmediatamente a Brasil para relanzar el vínculo. Es una certeza que Lula elegirá a la Argentina como el primer país al que visitará en misión oficial. Y que con ello dará un mensaje al mundo del cambio de clima entre los dos grandes países sudamericanos.
Ambos Estados necesitan relanzar con fuerza el Mercado Común del Sur (Mercosur), acelerar los procesos de integración, definir políticas conjuntas de cara al comercio internacional, concretar la firma de acuerdos (postergados o congelados), así como presionar por la ratificación de otros ya firmados, como el suscripto con la Unión Europea en 2019 tras 20 años de negociaciones.

Agenda común

Esa agenda común se acelerará de un modo visible en 2023 para aprovechar los tiempos políticos y las coincidencias ideológicas de ambas administraciones, ante la inminencia de las elecciones argentinas, que podrían generar un cambio de signo y de visión en el futuro gobierno argentino.
Aunque esa aceleración estratégica podría chocar con fuerza ante los desniveles profundos de ambas economías. Bolsonaro deja un Brasil de contrastes sociales, pero con una economía con deflación, una moneda estable, y un despertar favorable de las variables productivas tras los efectos nocivos de la pandemia.
Como contrapartida, la Argentina del kirchnerismo expone una inflación creciente que se acerca a los tres dígitos anuales, 16 tipos de cambios diferenciales de su moneda, escasez de reservas brutas en el Banco Central, un acuerdo limitante celebrado con el FMI y una crisis de deuda postergada pero no resuelta.
Todo ello en un mundo en guerra, suba de tasas de interés y una recesión global que podría acentuarse.
El retorno de Luiz Inácio Lula Da Silva a la presidencia de Brasil tiene, además, otro impacto en la política interna argentina.
Su versión de la historia de perseguido político y de ser víctima de una conspiración judicial que pretendió «enterrarlo vivo» resulta música para los oídos de la actual vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner (CFK), quien sostiene un discurso similar para defenderse de los procesos judiciales en su contra, que podrían culminar -el año entrante- en una primera condena por corrupción.
Un eventual fallo no le impediría ser candidata, ni poner en marcha el operativo clamor para una postulación presidencial. La consigna «CFK 2023» al frente de una gorra que alguien -casualmente- le acercó al electo mandatario brasileño en medio de una conferencia de prensa en la noche del triunfo y que este decidió lucir por unos instantes, se constituyó en un guiño sutil a esa posibilidad.

El espejo de Lula

No obstante, el gesto de Lula fue breve. Con un resultado tan estrecho por el que logró regresar al poder, una oposición cerrada que liderará su rival Jair Bolsonaro, un Congreso en el que no cuenta con mayorías propias y un pasado que reaparecerá como un fantasma permanente ante el mínimo error, la posibilidad de entremezclarse con causas de corrupción ajenas se verá fuertemente limitada.
Será, probablemente, al revés para la exmandataria argentina. Su necesidad de mirarse en el espejo de Lula podría volverse recurrente, dado que -de quererlo- iría también por una histórica tercera presidencia argentina.
Pero ese reflejo podría devolverle imágenes falsas. Lula dejó su segunda presidencia en 2010, con una aprobación del 87 % y su Gobierno con una imagen positiva del 83 %. La historia del Lava Jato, los procesos judiciales y las sospechas de corrupción en su gestión devaluaron esa aprobación al límite de que, prácticamente, uno de cada dos brasileños no aprueba su regreso al Gobierno, lo que lo hace asumir la presidencia en términos de debilidad.
Cristina Kirchner, por su parte, integra una de las gestiones más críticas de la nueva democracia argentina (sin duda el peor Gobierno kirchnerista) y su discurso de persecución solo conquista a un electorado propio.
Un escenario diametralmente opuesto al que encarna el líder del Partido de los Trabajadores que regresa con el capital político de su prospera y última gestión presidencial.
Argentina necesita atarse al futuro de Brasil, como quien necesita de un apoyo para caminar. Un despegue de la producción brasileña sería también un incentivo para la frágil economía argentina.
La figura de Lula y su histórico regreso al poder podrían ser el bastón y bastión que el debilitado kirchnerismo utilice para pelear con uñas y dientes su permanencia en el poder.
  • Marcelo Bermolén es director del Observatorio de Calidad Institucional de la Universidad Austral

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