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29 de abril de 2024

Alex Fergusson
Alex FergussonEl Debate en América

China, la gran paradoja: potencia tecnológico-económica y distopía sociopolítica

El régimen dictatorial del presidente Xi Jinping ha construido un sistema de control social y vigilancia masiva sobre los individuos, bien descrito por Orwell en su novela 1984

Actualizada 04:30

Cámaras de seguridad en Hong Kong, China

Cámaras de seguridad en Hong Kong, ChinaEFE

Desde 1949, la China gobernada por una camarilla heredera del Partido Comunista de Mao, encarna como ningún otro país, las paradojas sociopolíticas del siglo XXI. Detrás de su condición de indudable potencia tecnológica, China oculta el lado más oscuro del totalitarismo que ya se prolonga por más de 70 años y que no tiene parangón entre las tiranías contemporáneas.
El régimen dictatorial del presidente Xi Jinping ha construido un sistema de control social y vigilancia masiva sobre los individuos, bien descrito por Orwell en su novela 1984, que ha venido erosionando sistemáticamente las libertades individuales, y convertido al pueblo chino en un pueblo de esclavos modernos.
Si bien es cierto que dos tercios de la población (unos 850 millones de chinos) mejoraron su condición de vida saliendo de la pobreza extrema sin dejar de ser pobres, el otro tercio sufre detenciones arbitrarias y abusos de un Gobierno autoritario y dictatorial que, además, deja un saldo de 82 millones de muertes por hambrunas, masacres, purgas políticas, represión y otros actos de violencia estatal.
Lo que se ha construido es, pues, una sociedad que funciona con la peligrosa combinación de capitalismo de Estado y neo comunismo high-tech, y a su vez, de una distopía política macabra.
No hay dudas acerca de que el espectacular despegue económico de China en las últimas cuatro décadas es la mayor hazaña capitalista desde la Revolución Industrial. De ser una economía agraria retrasada, pasó a convertirse en la fábrica del mundo, luego en potencia exportadora y finalmente en la segunda superpotencia económica mundial.
Este «milagro del capitalismo chino» ha mejorado el bienestar de cientos de millones de personas y aumentado la expectativa de vida, gracias a la implementación de reformas pro mercado promotoras del consumo, en un giro pragmático sin precedentes.
Como centro de innovación tecnológica, China creó, 420 agencias para transferencia de conocimientos, 40 mercados para intercambio de patentes, y un sistema de educación superior de muy alto nivel, conformado por 19 centros de investigación y desarrollo tecnológico.

El gigante asiático compite ya, de igual a igual, con Occidente

Así, el gigante asiático compite ya, de igual a igual, con Occidente, como por ejemplo en el dominio casi monopólico de la tecnología 5G, el liderazgo en inteligencia artificial (con más patentes que EE.UU.) y el récord en velocidad y escala de adopción de innovaciones, todo lo cual indica que China se consolida como facilitador global de la economía mediada por alta tecnología.
Sin embargo, al lado de estos logros, subsisten prácticas poco ortodoxas como el robo y la copia desenfrenada de propiedad intelectual.
Mientras tanto, en el aspecto social y político, el Gobierno ejerce un control asfixiante sobre todas las palancas del poder: burocracia estatal, fuerzas armadas, medios de comunicación, energía, transporte aéreo, petróleo, carbón, navegación, universidades y sector privado, creando así una realidad siniestra de sometimiento político y violación masiva de derechos humanos.
Esta distopía sociopolítica se ha sofisticado con nuevas tecnologías de vigilancia y control (con más de 400 millones de cámaras y avanzadas técnicas de reconocimiento facial), que no deja espacio para la privacidad y que anula las libertades individuales, de religión y de información.
El totalitarismo instalado, tampoco permite la disidencia, como está ocurriendo actualmente en Venezuela y en otros países aliados de China, donde cualquier atisbo de disentimiento es detectado y corregido represivamente, incluso antes de concretarse.
En China, «la masificación de la inteligencia artificial al servicio del control social marca un punto de inflexión orwelliano», apunta Dayana Duzoglou, en un reciente trabajo sobre el gigante asiático.
Un buen ejemplo es lo que ocurre con más de un millón de uigures (etnia de origen turco y de religión islámica), los cuales sufren una persecución tecnológica sin precedentes: obligados a realizar trabajos forzosos y sometidos a esterilizaciones masivas, después de ser encerrados en campos de concentración. Un horror que solo es posible gracias al control de la big data, la inteligencia artificial y el reconocimiento facial. Un genocidio orquestado por algoritmos.
Por ahora, los cientos de millones de habitantes del llamado «mundo libre» que optan por vivir en la ilusión de la estabilidad y la prosperidad material que brindan las democracias occidentales, deberán incorporar la idea de despertar un día de ese sueño y prepararse a pagar el precio del progreso o de batallar para mantenerlo.
Si bien el cumplimiento de las amenazas de Putin y el desenlace de la invasión a Ucrania puede causar serios daños a las democracias de Occidente, quien realmente sacará provecho de ello, es China.
Así pues, si de algo no hay duda, como dice Duzoglou, es que «el avance de este experimento marcará el destino del siglo XXI. Para bien o para mal».
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