Lucian Muresan
Cardenal Lucian Muresan (1931-2025)
El purpurado perseguido por Ceausescu
Fue ordenado sacerdote, según el rito greco-católico, en un sótano y ejerció su ministerio en la clandestinidad, consagrando a veces el vino con uvas encontradas en la calle
Lucian Muresan
Nació el 23 de mayo de 1931 en Firiza (Rumanía) y falleció el 25 de septiembre de 2025 en Blaj (Rumanía)
Ordenado sacerdote en la clandestinidad el 19 de diciembre de 1964, en condiciones similares tuvo que asumir temporalmente la Eparquía de Maramures en 1986. Ya en libertad, fue consagrado obispo en 1990. Benedicto XVI le elevó a arzobispo mayor en 2005 y le confirió rango cardenalicio en 2012
El cardenal Lucian Muresan nunca se quejó de la doble desventaja que suponía ser greco-católico en un país de mayoría ortodoxa y, posteriormente de padecer la persecución antirreligiosa desencadenada por el régimen comunista rumano a partir de 1946. Décimo de una familia de doce hijos, en 1948 presenció el primer zarpazo de la persecución, cuando el régimen abolió la Iglesia greco-católica. El joven Muresan no se desanimó, pese a las dificultades: combinó la formación profesional con la académica y efectuó el servicio militar en una base aérea, de la que fue expulsado –y trasladado a una planta hidroeléctrica– cuando los mandos descubrieron su fe.
Esta primera muestra de represión no hizo sino que Muresan se reafirmase en sus creencias. En 1955, se convirtió en uno de los escasos estudiantes del (clandestino) Instituto Teológico Católico Romano de Alba-Iulia, dirigido por el obispo Márton Áron, recién liberado de prisión. Sin embargo, una nueva ola represiva truncó su formación represión gubernamental truncó su formación religiosa durante el cuarto año.
Por si no fuera suficiente, su pertenencia a la Iglesia greco-católica, completada por su condición de seminarista, constituía un impedimento para que pudiese trabajar en la minería y la construcción, por lo que se vio obligado a prestó sus servicios en una cantera cercana a su ciudad natal, Firiza, durante casi una década y, posteriormente, en el Departamento de Carreteras y Puentes de Maramureș, hasta que se jubiló en junio de 1990. Esta última no es una mera referencia cronológica: significa que Muresan, hasta seis meses después de la caída del régimen comunista, tuvo que combinar su ministerio sacerdotal clandestino con una actividad laboral físicamente exigente.
Nada extraño, así las cosas, que fuera ordenado sacerdote en un sótano el 19 de diciembre de 1964 por el obispo Ioan Dragomir, a quien sucedería temporalmente en 1986 en la Eparquía –circunscripción eclesiástica de las iglesias católicas orientales– de Maramures. El suplicio se terminó en 1990, cuando fue elegido eparca, siendo ese acto sancionado poco después por Juan Pablo II. Muresan pudo ser consagrado obispo en libertad. Recibió al papa polaco en Rumanía en la primavera de 1999.
La consiguiente recepción en dignidades eclesiásticas no fue sino la justa recompensa divina para quien llevó el peso de la fe en las condiciones a veces dramáticas: Benedicto XVI le elevó a arzobispo mayor en 2005 -le fue encomendada la archidiócesis de Fagaras y Alba Iulia- y le confirió rango cardenalicio en 2012. Dijo Murasan en el Sínodo de Obispos celebrado en 2005: «en nuestro país, Rumanía, los comunistas intentaron dar al hombre solo pan material y quisieron expulsar ‘el pan de Dios’ de la sociedad y del corazón del ser humano. Ahora nos damos cuenta de que, al ilegalizar nuestra Iglesia greco-católica, tenían mucho miedo al Dios presente en la Eucaristía... En cambio, cuántas misas se han celebrado clandestinamente en una cuchara en lugar de en un cáliz y con vino elaborado con uvas encontradas en la calle... Estos mártires modernos del siglo XX ofrecieron todo su sufrimiento al Señor por la dignidad y la libertad humana». Más claro, el agua.