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19 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Lo que va de Carrero Blanco a Miguel Ángel Blanco

Hay recepciones con grandes celebraciones cuando un preso sale de la cárcel. Celebran que mató. Por eso Otegui se niega a pedir perdón. Porque siguen creyendo que los asesinatos que perpetraron eran justos

Actualizada 13:17

«Si para que salgan los 200 presos hay que votar los Presupuestos, los votaremos». Hay reconocer a Arnaldo Otegui que se le entiende muy bien. El titular a toda página en la edición de ayer de El Correo Español-El Pueblo Vasco no admitía dudas. Se siente muy fuerte porque ha pasado de secuestrar a mi amigo Javier Rupérez o intentar asesinar a mi compañero de trabajo Gabriel Cisneros a fijar las condiciones para apoyar unos presupuestos que pueden ser cuestión de vida o muerte para este Gobierno. A eso le llamo yo hacer carrera.
A las 9 de la mañana de ayer el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se aprestaba a negar que vaya a hacer lo que le pide Otegui. Lo que, visto para qué valieron sus negativas en el pasado, hace suponer que es muy probable que muchos de esos 200 presos estarán muy pronto en la calle. Aunque sea siguiendo el modelo catalán, donde al depender las cárceles del Gobierno autonómico, cuando todavía estaban cumpliendo condena los golpistas del 1 de octubre se pasaban más tiempo en casa que en prisión.
Pero lo más indignante es ver cómo los asesinos siempre salen mejor parados que sus víctimas. Matar a alguien es una acción que no tiene marcha atrás posible. Por eso, siempre se ha procurado compensar a las víctimas que siguen vivas, a las familias de los asesinados, haciendo que los presos cumpliesen unas penas que fuesen especialmente duras para ellos. Y para eso, se les dispersaba por prisiones alejadas que obligaban a sus familias a hacer largos viajes cruzando España para ver a los condenados a prisión. Al menos cuando el vasco llegaba a una cárcel digamos que en Cádiz, se encontraba allí a su hijo en unas prisiones decentes y mantenía una conversación con él. En cambio los labriegos cordobeses o los aparceros extremeños que tenían un hijo en la Guardia Civil, que era un orgullo para ellos, se tenían que hacer un viaje igual de largo para visitarlos en el silencio de un camposanto.
Si esa ya era una victoria cuando existía la dispersión de los presos, qué decir ahora, estando tan cerca de casa todos. Hay recepciones con grandes celebraciones cuando un preso sale de la cárcel. Celebran que mató. Por eso Otegui se niega a pedir perdón. Porque siguen creyendo que los asesinatos que perpetraron eran justos. Y mientras no pidan perdón a las víctimas que tienen muertos en su familia, jamás podrá haber una verdadera paz que no sea la de los cementerios.
Arnaldo Otegui juega con una gran ventaja de cara a las próximas elecciones autonómicas en las que espera convertirse en jefe del Gobierno vasco. Con la educación en manos de la comunidad autónoma, la historia del terror que él y su banda perpetraron se ha ido desdibujando para las nuevas generaciones. Según una reciente encuesta, en el País Vasco los jóvenes confunden a Carrero Blanco con Miguel Ángel Blanco. No paramos de mejorar.
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