Ya puede estar contenta Ada Colau, la mujer de lágrima fácil y corazón de piedra. Ya tiene a la ciudad de Barcelona donde ella quería. La capital catalana lidera la estadística de violencia e inseguridad ciudadana de España. Allí es donde más robos se producen y donde la falta de seguridad en la calle es mayor. Ya puede estar satisfecha. A eso hay que unirle que la Ciudad Condal ha perdido su atractivo y cada día la visitan menos turistas. Eso sí, Colau no ha logrado que desaparezca ni la pobreza ni la miseria. La gente sufre más ahora que antes de que ella fuese alcaldesa. En el pasado lloraba desconsoladamente cuando quería hablar de la gente que sufría por su debilidad económica, pero ella en seis años no solo no lo arregló, sino que lo empeoró. Por eso digo siempre que es mujer de lágrima fácil, pero en realidad su corazón es –como el que siempre alentó a la extrema izquierda– de piedra y cargado de crueldad. La pobreza en Barcelona está entrando por las calles, pero acabará instalándose para quedarse en los salones de esa burguesía que ha jugado al perverso juego de la deslealtad con el resto de los españoles por una inconfesable amalgama de complejos de inferioridad, envueltos en una aparente superioridad. Pues ya lo tienen. Cuando la pobreza entra por la calle, los ricos de Barcelona vienen a comprarse pisos a Madrid. Así de sencillo.
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