En estos días grises de otoño afloran las pulsiones líricas, las notas melancólicas, caen las hojas, nos cercan las dudas, mientras remolinos de tiempo invaden nuestra memoria al atardecer, y es cuando nos asalta el aburrimiento. Bendito hastío. Siempre se ha dicho que bienaventurado era aquel pueblo que dejaba discurrir sus días en medio del aburrimiento. Cuando las democracias funcionan bien son tediosas. En cambio, la experiencia de los siglos nos advierte de los días interesantes. Ojalá España viviese ahora mismo una letárgica existencia, donde la división de poderes funcionase, el Gobierno se ocupase de los problemas reales de los ciudadanos y la propia democracia no estuviese en peligro acechada por filoterroristas, golpistas y políticos narcisistas que están dispuestos a todo por mantenerse en el poder. Ojalá la historia fuese historia y no recurso permanente contra el discrepante. Ojalá la amenidad viniese de esa tarde de otoño, cuando cansado de ver el enésimo capítulo de la enésima serie, te entregas a la lectura de Lucio Anneo Séneca cuando reflexiona sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad, a través de la cual nos entristecemos más por el escaso tiempo de la vida. Por eso reivindico el aburrimiento, territorio de la creatividad y la meditación, y donde siempre encontraremos poderosos argumentos para rechazar a quienes desde la mayor de las vulgaridades convierten estos días del presente nuestro en algo inquietante, aunque no divertido.
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