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27 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Lo que va de Tony Blair a Pedro Sánchez

Ahora oigo a algunos que no son precisamente enemigos de la Corona, defender que Don Juan Carlos tiene que seguir fuera de España para no crear un problema con el Gobierno. Es el colmo de la dejadez, incluso de la traición: rendirse siempre para no tener problemas con quien los está provocando

Actualizada 03:30

En la madrugada de aquel 31 de agosto de 1997 el mundo se derrumbó sobre la Corona británica. A la 1:45 de la madrugada yo escuché un boletín de noticias de Radio 5 en el que informaban de que Diana, Princesa de Gales, había sufrido un accidente de tráfico en París, mientras su coche era perseguido por paparazis y que podía haber víctimas mortales. Imaginé que algún periodista había muerto y me fui a dormir pensando: «La que le van a armar». Me quedé corto. Lo que en realidad pasó, ya lo saben ustedes.
Traigo este episodio a colación porque todos los que tenemos edad para ello recordamos la crisis que padeció la Casa de Inglaterra después de esa muerte. Recuerdo a personas de factura monárquica incuestionable diciéndome: «Éste es el fin de la Familia Real británica». Los Windsor vivieron una de las peores crisis de la historia de la Monarquía de aquella latitud, probablemente sólo superada por la de Carlos I (al que le cortaron la cabeza). El pueblo británico adoraba a una Diana que había conseguido el apoyo de la prensa frente al Príncipe de Gales y aquello convirtió a la Familia Real en un objeto de la furia popular. El que la Reina decidiera quedarse en Balmoral consolando a sus nietos nada más quedarse huérfanos, en lugar de volver a Buckingham, a consolar a no se sabe muy bien quién, se convirtió en un motivo de afrenta nacional.
En medio de esa crisis, Tony Blair, primer ministro del Reino Unido desde hacía menos de cuatro meses, tuvo claro que su misión era salir a respaldar a la Familia Real. A la Reina, al impopular Príncipe de Gales y a todos ellos. Porque el jefe de un Gobierno no puede luchar por derribar las instituciones. Sabe que es parte de ellas y debe ayudar a consolidarlas. La realidad es que gracias a la labor de Blair la Monarquía británica, que el 31 de agosto de 1997 parecía que se iba a acabar, está hoy tan consolidada como en sus mejores tiempos.
En cambio, hay socialistas que no son como Blair. A diferencia de la muerte de Diana, con la que Blair y el establishment británico no tuvieron nada que ver –pese a lo que creen muchos conspiranoicos– el Gobierno español tiene casi todo que ver con la crisis que vive la Monarquía española. Don Juan Carlos salió de España porque Pedro Sánchez envió a su vicepresidenta Carmen Calvo al Palacio de la Zarzuela a decir que se tenía que ir. Y eso puso al Rey en una posición que, acertada o equivocadamente, acabó con su padre en los Emiratos Árabes Unidos.
Ahora oigo a algunos que no son precisamente enemigos de la Corona, defender que Don Juan Carlos tiene que seguir fuera de España para no crear un problema con el Gobierno. Es el colmo de la dejadez, incluso de la traición: rendirse siempre para no tener problemas con quien los está provocando. Y de verdad creen que así van a arreglar algo.
La realidad hoy es que España es un país en el que hay una anomalía que provocaría una condena por la Corte Internacional de Derechos Humanos si de verdad se impidiera la vuelta del Rey del exilio a España: el Rey Juan Carlos tiene derecho a vivir en su patria. Como todo exjefe de Estado y de Gobierno tiene derecho a una asignación económica. La dignidad del Reino de España requiere proveerle de una residencia entre las muchas que tiene disponibles Patrimonio Nacional. Y la única que no conllevaría un coste añadido de un solo céntimo es el Palacio de La Zarzuela. Si en España gobernara un socialista como Tony Blair, eso es lo que ocurriría. Como gobierna un tipo como Pedro Sánchez, la bochornosa imagen que España está dando ante el mundo con este asunto se prolongará indefinidamente, porque a Sánchez le viene muy bien sacar este espantajo cada poco para que se hable de ello y no del precio de la luz. Por ejemplo.
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