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26 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Modernidades huecas, casi petardas

Apena contemplar en qué se queda la vida cuando se abomina de lo trascendente, la familia y la tradición

Actualizada 12:10

Una vez en Londres tuve la suerte de entrevistar tranquilamente a Mark Knopfler, que resultó un señor amable, de mirada clara y triste y palabras inteligentes. En un momento dado le pregunté qué periódico leía, pues es una manera fácil de intuir cómo respira ideológicamente una persona: «Compro Telegraph y Guardian, leo los dos y luego me hago mi propia composición de lugar», me respondió, refiriéndose a los periódicos más representativos del conservadurismo y el laborismo británicos.
Escuchar los argumentos de unos y otros y luego procesar tus propias conclusiones parece una manera sabia de circular por la vida. Las redes sociales fomentan precisamente lo contrario: operan como cenáculos de reafirmación de los propios prejuicios y castigan el intercambio de hechos e ideas, que es la manera de aprender y avanzar. Así que hago como el virtuoso de la guitarra y cada mañana me ventilo varios periódicos, por obligación profesional y porque lo disfruto (aunque ya no en papel, que es como cine mudo en la era del sonoro, porque el mundo avanza y ahora me resulta más agradable leerlos en la tableta…).
En el diario que antaño fue tótem del «progresismo» español han publicado en el día de Nochebuena su propio relato navideño. Con ínfulas de modernidad, lo presentan bajo el siguiente titular: «Otro cuento de Navidad es posible». Lo firma una novelista y dramaturga bilbaína de 33 años, Aixa de la Cruz, cuyo último libro relata su peripecia personal para lograr dejar atrás el mal y abrazar el salvífico credo feminista. He leído su cuento «navideño», titulado Pedido urgente, y la verdad es que me ha dejado una sensación entre la vergüenza ajena y la lástima. Apena el evidente vacío que detona. El relato narra una cena de Navidad en Escocia, organizada por una joven española que vive allí y que reúne a sus amigos. El meollo del asunto es que la comida será vegana y los problemas y dudas que ello acarrea a la protagonista. La mujer pasa por primera vez la Navidad sin la compañía de su familia y está contenta por ello: «Quería apropiarse de una tradición que siempre ha odiado, resignificarla entre amigos, personas afines y no impuestas, lejos de las tensiones familiares». No les contaré el final, que guarda relación con la llegada de un repartidor indio de comida a domicilio (vegana, of course).
Este cuento falsariamente navideño del periódico pro sanchista entronca con la creciente campaña del autodenominado «progresismo» contra la Navidad cristiana, que es la única posible, pues esto, o va de celebrar el nacimiento de Jesús, o será ya otra cosa. Una ola que reniega también del modelo de familia que existe desde que el mundo es mundo y que siente repelús ante la tradición.
Pero si empuñando el bisturí de la corrección política zurda procedemos a extirpar todo vínculo o alusión a lo trascedente, cercenamos los lazos familiares y damos un tajo a la civilización de nuestros ancestros, ¿qué nos queda? Pues un vacío bastante deprimente. Ese hueco interior se intenta rellenar con obsesiones como la comida «vegana»; la sacralización de algunos ismos, como el ecologismo o el feminismo; la obsesión con el culto al propio físico; o las relaciones insustanciales con conocidos a los que calificamos hiperbólicamente de «amigos», cuando acaban pasando por nuestras vidas sin dejar huella alguna. Sin Dios, familia y raíces, normalmente lo que queda es desesperanza, soledad y volar como una cometa sin rumbo, que aunque esté engalanada con los más vivos y narcisistas colores se ve zarandeada al capricho coyuntural del viento. No parece un planazo. Así que feliz Navidad.
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