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25 de abril de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

El pacifismo belicoso

El carácter pacifista de la izquierda comunista es ilusorio. No es posible ser comunista y pacifista

Actualizada 02:28

La guerra es un mal. Entraña siempre la inmoralidad de uno de los contendientes o de los dos. Genera dolor e injusticia, aunque también abnegación y heroísmo. Todo hombre de bien debe buscar la paz. Pero el pacifismo no consiste en el más o menos vago o firme deseo de que no haya guerras, sino en la solución pacífica de los conflictos que se resuelven ahora mediante las guerras. Una cosa es la mera no violencia y otra el verdadero pacifismo. La supresión de las guerras, si tal cosa es posible para los hombres, solo puede proceder del Derecho, de un verdadero Derecho internacional. Solo si existe un poder superior a las naciones, es decir, solo si las naciones dejan de ser propiamente soberanas, puede caminarse hacia la paz. En toda guerra, como en todo acto delictivo, existe, en primer lugar, una agresión injusta. Y la respuesta suele ser la defensa bélica contra la agresión. Solo la existencia de un poder jurídico, es decir, coactivo, superior a todas las naciones puede permitir la solución del conflicto, pero una solución que tiene necesariamente que ser coactiva (y, por lo tanto, en última instancia, bélica). El pacífico puede ser un héroe moral, pero no puede resolver pacíficamente los conflictos bélicos. Solo la fuerza del Derecho puede detener la guerra. Pero ella misma es violenta. ¿Es acaso no violenta la acción del policía que detiene al delincuente o su reclusión en prisión mediante sentencia judicial?
Existe también un falso pacifismo hemipléjico. Un verdadero pacifista no protestaría ante la eventual respuesta violenta de la OTAN a la probable agresión rusa a Ucrania, sino que combatiría, pacíficamente eso sí, la actitud agresiva de Rusia. Mientras no se produzcan airadas manifestaciones y protestas contra la amenaza rusa a Ucrania, pensaré que los pacifistas totalitarios no son sino partidarios de la agresión rusa, es decir, falsos pacifistas. Por lo demás, la respuesta debería ser de las instituciones jurídicas internacionales y no solo de la OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea.
Rechazar la legítima defensa no es propio de pacifistas sino de prisioneros o devotos de la ideología. Negar la legitimidad de la guerra justa no es defender la paz, sino justificar la agresión y, con ella, la guerra. Por otra parte, el carácter pacifista de la izquierda comunista es ilusorio. No es posible ser comunista y pacifista. Sin apelar a la teoría de la revolución y a la dictadura del proletariado, bastaría con la referencia a la idea de que la violencia ha sido la que ha producido todos los avances de la humanidad para justificar esta incompatibilidad entre marxismo y pacifismo.
El pacifismo miope ha contribuido a la proliferación de las guerras. Basta con recordar el caso Churchill. Es sabido, pero hay quienes se resisten a aprender. Ante el avance criminal del nazismo, el primer ministro británico Chamberlain propuso la estrategia «pacifista» del apaciguamiento de la fiera, ignorando que las concesiones son interpretadas por ella como signos de debilidad y aumentan su voracidad. Churchill optó por la solución correcta. ¿Fue más pacifista Chamberlain que Churchill? La actitud de Gandhi no habría tenido el mismo éxito contra los totalitarismos nazi y comunista como el que tuvo frente a Gran Bretaña. La resistencia pacífica puede conducir a la victoria, pero también a la derrota y la muerte.
Juan XXIII afirmó que «la paz en la tierra, suprema aspiración de la humanidad a través de la historia es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios». Así es. Y san Agustín declaró que la paz solo podía ser el resultado de la justicia. Por lo tanto, sin respeto al orden divino y sin la justicia no es posible la paz. Esto permite distinguir el verdadero pacifismo. Queda un curioso hecho: el del pacifismo que exhibe una violenta agresividad. Extraña contradicción. Aspiran a imponer la paz a palos. Es el pacifismo belicoso.
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