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28 de marzo de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

La Encarnación

Los dos pilares de la civilización europea han sido (acaso haya que hablar en pasado) la cultura clásica (Grecia y Roma) y el cristianismo

Actualizada 04:47

La esencia del cristianismo se manifiesta en dos acontecimientos: el nacimiento de Cristo y su resurrección. San Pablo dijo que si sólo en esta vida esperamos en Cristo somos los más miserables de los hombres. Ayer celebramos el primero, aunque muchos lo niegan y otros lo devalúan o trivializan, y se quedan con el «espíritu» navideño. Pero la Navidad no es un espíritu; es un hecho, el hecho de todos los hechos.
«Navidad» es un término maravilloso que ha acabado por imponerse. Pero a mí me gusta hablar también de «Encarnación» pues no se refiere al nacimiento de un niño importante, el más importante, sino al hecho sobrecogedor de que Dios se ha encarnado, se ha hecho hombre para salvarnos. Por cierto, subrayando así, entre otras cosas, la divina dignidad de la persona humana. Este es el misterio de la Navidad: la Encarnación.
Xavier Zubiri, en El hombre y Dios, afirma que tenemos tres formas de transcendencia de Dios en las cosas: el darse como experiencia de lo absoluto; su presencia en la gracia; la presencia en la realidad humana de Cristo en la encarnación. Puede decirse que la historia de las religiones es una serie de tanteos para llegar a Cristo, a la religión verdadera. «En su virtud, el cristianismo no es sólo religión verdadera en sí misma, sino que es la verdad, «radical», pero además «formal», de todas las religiones. Es, a mi modo de ver, la trascendencia no sólo histórica, sino teologal del cristianismo. Y la esencia de Cristo consiste en ser Dios-hombre. Si el cristianismo es la verdad, nada más puede ser la verdad. Negar este hecho misterioso y radical es negar la Navidad. De ahí que el cristianismo no sea meramente una cultura, aunque hay una cultura cristiana, ni solo una moral, aunque pueda haber una moral cristiana.
Los dos pilares de la civilización europea han sido (acaso haya que hablar en pasado) la cultura clásica (Grecia y Roma) y el cristianismo. Basta comprobar el estado en que se encuentran y la pérdida de su vigencia colectiva. El malestar que vive Europa tiene su causa en la crisis de estas dos realidades. Bastó una vuelta, aunque limitada, a ellas para que, al terminar la gran guerra, Europa volviera a retomar su camino, a ser ella misma. Tal vez duró muy poco. Tampoco gozan de buena salud dos de sus grandes creaciones: la ciencia y la democracia liberal. Por la primera, el hombre medio siente una vaga curiosidad, pero lo que de verdad aprecia es la utilidad de la técnica que le facilita su existencia, pero que le deja ayuno de fines e ideales. La democracia liberal sobrevive acosada por formas de populismo, acción directa, cuando no directamente de totalitarismo.
Bajo el odio a la tarea histórica de España subyace, aparte de la hemiplejia historiográfica, una forma de odio a la labor evangelizadora de nuestra Nación. Y quizá también la enorme desorientación de las naciones de la América hispana tenga mucho que ver con la pérdida de vigencia del cristianismo en ellas.
Por eso la celebración de la Navidad me suscita una alegría renovada cada año, pero no exenta de cierta tristeza por la pérdida en muchos hombres de su sentido originario: la convicción firme de que Dios se hizo hombre (en realidad, lo era ya desde la eternidad misteriosa de la Trinidad), en suma, la fe en la Encarnación.
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