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03 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El Bollycao como bandera de libertad

Por supuesto que es bueno cuidarse, pero de ahí a instaurar un régimen talibán invocando la salud…

Actualizada 11:08

Un «dietista y nutricionista» barcelonés está haciendo estos días ronda de entrevistas por los periódicos del relativismo moral, que son casi todos. El motivo es que el hombre ha publicado un libro de tituló facilón y provocador (Come mierda), que lo ha colocado bajo los focos por su denuncia agresiva sobre lo mal que comemos los españoles. El experto, por lo visto, profesor en la afamada Universidad de Vic, está muy enfadado con los «ultraprocesados» e incluso se muestra molesto con el buen cartel del que disfrutan el chocolate y la miel. Curiosamente, viendo su foto me llama la atención su desmejorado aspecto, un tanto macilento. Quién sabe… quizá el Salvonarola de la alimentación necesitaría aliviarse de cuando en vez con un cruasán, o unas buenas magras de guarro.
Por supuesto que es bueno y necesario cuidarse: no hacer el Obélix a la mesa, intentar no fumar, beber comedidamente, caminar, hacer algo de deporte… Pero el problema es que todas esas pautas razonables están empezando a derivar en una turra atosigante por parte de las autoridades «progresistas», los lobistas vegetarianos y los obsesos de la ortorexia, todos ellos ávidos de introducir su pezuña coercitiva en la libertad particular de las personas. A veces cuando veo a alguien jalándose un Bollycao, el bollo relleno de chocolate que se inventó en España en 1975, me parece contemplar a un héroe de la libertad desafiando a una ola de puritanos.
No pasa día sin que se publique una nueva investigación que anula alguno de los pequeños placeres que acompañan al hombre desde que camina por el mundo. A comienzos de este mes se dio bombo a un inquietante estudio de la Universidad de Oxford, que asegura que el consumo de alcohol reduce el tamaño de la materia gris del cerebro. Ante este hallazgo, no me imagino cómo se las apañó el dipsomaníaco Churchill para ganar la II Guerra Mundial, o cómo lograron Faulkner y Hemingway escribir una sola novela. Tengo algún amigo de prestaciones intelectuales superlativas al que le gusta soplar; según esta tesis, debería tener ya un solar vacío debajo del pelo. La investigación asegura que a partir de los cincuenta basta con dos cañas al día, o una copa de vino, para que se produzca un envejecimiento de dos años en el cerebro. Me propongo contactar con urgencia con Oxford para que otorguen una beca de investigación a mi madre, porque a sus 84 años se la ve lista y ágil como una ardilla y toda su vida ha hecho la comida del mediodía bebiendo vino (eso sí, nunca más de media copa).
Existe un nuevo rigorismo asociado a la salud que nos impone caminar diez mil pasos al día (¿y qué pasa si no tengo tiempo, o simplemente me aburre caminar?); comer brócoli, judías verdes y zanahorias (¿y qué pasa si no me gustan?); hacer deporte casi a diario (¿y qué pasa sin te aburren soberanamente la bici y el gimnasio, o correr por calles y parques a determinada edad te parece un cante?). También hay que practicar el sexo «al menos tres veces a la semana» (¿y qué pasa con quienes no tienen pareja, o simplemente no les apetece?); no fumar jamás, so pena de convertirte en una suerte de apestado social (¿y qué pasa con las personas que lo hacen con moderación y disfrutan de ello?), evitar la carne roja (¿y qué pasa si te ocurre como al ministro Garzón y te apetece poner un buen solomillo en tu boda?). Por supuesto hay que subir siempre por las escaleras evitando el ascensor (¿y qué pasa si vives en un octavo?); o tomar té en vez de café (¿y qué pasa si lo que te pone a tono y realmente te despeja es un cortado en el bar de abajo y no un té matcha de facazo de cuatro euros?).
En los últimos años hemos leído de todo: las luces led provocan cáncer, las cremas solares pueden contener priones de las vacas locas, esas tostadas que nos salen un poco requemadas resultan cancerígenas… Por supuesto vivir en ciudades como Madrid equivale a suicidarse a plazos por la contaminación (aunque milagrosamente luego las estadísticas reflejan que los madrileños gozan de una de las mayores esperanzas de vida en España). Chesterton o Samuel Johnson se habrían coñeado pinta en mano en alguna tasca de Fleet Street de toda esta histeria a lo Gwyneth Paltrow, que me temo que no oculta más que un afán de querernos eternos, cuando no somos más que criaturas de Dios atravesando un paréntesis efímero. En resumen, que hay que cuidarse. Pero entre lo sublime y lo ridículo….
PD1: Contrastan tristemente nuestros melindres con las penalidades que sufren en otras partes del mundo, dónde más que en cómo comer piensan simplemente en qué comer.
PD2: Y ahora, dicho todo esto, me voy a tomar el aperitivo, un rioja y unas sabrosas patatillas Bonilla (y que el autor de Come mierda me perdone).
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