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24 de abril de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Maricarmen, la jeta de UGT

Maricarmen desvió dos millones de euros para tapar agujeros de su maltrecha economía familiar: vehículos de alta gama, unos arreglitos estéticos, un caprichito por aquí, una golosina por allá, porque ya dicen los periódicos fachas que la inflación está disparada y la cesta de la compra, por las nubes

Actualizada 02:19

A Maricarmen, una empleada de UGT de una pieza, habría que clonarla. Ella sí que ha trabajado contra el patriarcado en los sindicatos de Madrid. ¿Qué es eso de que las tarjetas black se las repartieran machirulos como los exsecretarios de UGT, José Ricardo Martínez, o de Comisiones Obreras, Rodolfo Benito? Lo dice Irene Montero y es verdad: hay que acabar con la cultura machista y defender la igualdad. Si roban ellos el dinero de los parados (bien lo saben sus primos de los ERE de Andalucía o los primos hermanos del metal de UGT Asturias, que se embolsaron una soldada en subvenciones públicas), ¿por qué ellas no se lo van a gastar en coches de lujo, operaciones estéticas y en ayudar a las amigas? Sororidad se llama eso. La Fiscalía la ha denunciado por delito continuado de estafa y otro de falsedad de documento mercantil. ¿Hay mayor prueba de feminismo que delinquir como tus compañeros del heteropatriarcado?
Maricarmen trabaja en UGT de Madrid. No vayan a creerse ustedes que porque este sindicato esté callado como una tumba mientras los españoles sufren el mayor empobrecimiento desde hace cincuenta años, sus empleados están brazo sobre brazo. No, no. La Fiscalía de Madrid ha presentado una denuncia ante los juzgados porque esta progresista se dedicaba a distraer dinero público que, en lugar de llegar a los desempleados, terminaba siempre en un sitio confortable y mullidito: su bolsillo.
La buena de Maricarmen tenía un modus operandi que ni Anacleto agente secreto descubriría: entre 2019 y 2021, libraba cheques que en teoría tenían que ir para trabajadores que habían sido despedidos y habían encargado a UGT la gestión de sus indemnizaciones, pero ella les ponía el nombre de gente anónima que encontraba por internet, y una vez que sus jefes firmaban los talones, cogía un borrador de tinta (no me nieguen que la sofisticación del método no es admirable) y lo sustituía por el de su marido y tres amigas, porque la caridad bien entendida siempre empieza por uno mismo. Así, Maricarmen desvió dos millones de euros para tapar agujeros de su maltrecha economía familiar: vehículos de alta gama, unos arreglitos estéticos, un caprichito por aquí, una golosina por allá, porque ya dicen los periódicos fachas que la inflación está disparada y la cesta de la compra, por las nubes.
Si un histórico ugetista como José Ricardo Martínez se gastó 21.000 euros de la tarjeta de Caja Madrid en El Corte Inglés y en entradas para el zoo o en camisetas del Real Madrid, ¿quién va a negarle a una mujer como Maricarmen ser una más de esa beatiful people a la que los sindicatos combaten desde su anacrónica propaganda? Cualquiera que pase por la Avenida de América, de Madrid, comprobará que, a pesar de la desvergüenza de algunos de sus moradores, su imponente edificio sigue allí, sumando condenas por corrupción. De hecho, Sánchez les ha premiado a ellos y a CC.OO. con 100 millones de euros de los fondos europeos para que reformen sus sedes, después de haberles aumentado un 56 por ciento la mamandurria pública, en un acto de generosidad extremo con la peña del langostino.
Eso a pesar de que ese gremio, convertido en club de fans de Yolanda Díaz y en parte mollar del apparátchik de Sánchez, tiene el nivel de afiliación más bajo de los últimos 30 años. Quizá porque a muchos trabajadores ya no les dan gato por liebre, y sus reivindicaciones laborales se las gestionan ellos, como han hecho los admirables transportistas, convertidos involuntariamente en una enorme enmienda a la totalidad de los sindicatos de clase (business, claro). Pero que Maricarmen no se venga abajo: en la cultura del trinque sindical, ella no es la primera. Ni será la última.
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