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29 de marzo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Inda, el cazador

Lo de los treinta postazos para rematar su elefante, y que el elefante africano se encuentre al borde de la extinción son groseras y malintencionadas mentiras o ignorancias

Actualizada 03:26

Eduardo Inda es un notable periodista que acierta y se equivoca mucho. No le cae bien el Rey Juan Carlos, y está en su derecho. Inda fue un buen director de Marca , y alegra las tertulias deportivas con sus exclusivas, que él denomina «exclusindas». En el trato personal, siempre he mantenido buenas relaciones con él. Sus «exclusindas» me recuerdan al cuento del gaucho invidente encargado de la cuadra de un rico estanciero argentino. El estanciero presumía de su tino y tacto ante sus amigos. «Es increíble. No ve absolutamente nada, pero pasa su mano por el cuello de los caballos y los reconoce». «Éste es el pinto, éste el castaño, éste el negro, éste el tordo, éste el alazán»… Y un amigo, admirado, le preguntó: «¿Y acierta siempre?», a lo que respondió el dueño de la estancia. «No, no, ni una puta vez». Inda ha acertado en más de una ocasión, y sus descubrimientos de las mangancias de Podemos y Pablo Iglesias han sido muchos y contundentes. Pero lo suyo no es la caza. Todo sea para desprestigiar al Rey, pero de caza, ni idea. No acierta ni una, como el estanciero invidente.
El Rey Juan Carlos acudió a Botswana –ahora le dicen Botsuana– invitado por un amigo millonario, en unos tiempos inoportunos y muy mal acompañado. Y abatió un elefante con su rifle, un Rigby Express del calibre 470. Los servicios cinegéticos de OK Diario revelan que, recibido el impacto del rifle del Rey, el elefante necesitó de 30 disparos más para fallecer. Treinta impactos de postas disparadas por los acompañantes de Don Juan Carlos. Postas con gran capacidad de penetración procedentes de armas de asalto Franchi Spas 12 del calibre 18,53. Después de ser rematado con treinta tiros, el elefante murió. Tengo entendido que para cazar un elefante es imprescindible renunciar a las procesiones. Junto al cazador camina el cazador blanco, el profesional, y unos pocos pisteros. Y si el cazador aficionado –el Rey–, no consigue con su disparo abatir al elefante, lo hace el cazador profesional con un disparo de su rifle, no con postas, y menos aún necesitando 30 postazos para tal menester. Me suena a aurora boreal y falsedad cinegética.
He visto tirar con rifle al Rey y no lo hace mal. Matar un elefante es arriesgado, pero no difícil. El conde de Yebes, en los años 50 del pasado siglo, cazó dos elefantes de un solo disparo. Sorprende en la redacción de la gran exclusiva que se considere al elefante una «especie en peligro de extinción». El elefante se halla en Burkina Fasso, en Níger, en Senegal, en Guinea Conakry, en Costa de Marfil, en Ghana, en Benin, en Nigeria, en Camerún, en Gabón, en el Congo, en el Chad, en la República Centroafricana, en Zaire, y con gran presencia de ejemplares en Kenya, en Uganda, en Tanzania, en Malawi, en Zambia, en Zimabwe, Mozambique, Angola, Botswana, Namibia, y África del Sur. No en todos estos países se autoriza su caza, pero en los parques nacionales y naturales de todos ellos, los guardas forestales abaten todos los años más de 4.000 elefantes. El exceso de estos grandes mamíferos termina con la flora y con las plantaciones de los nativos. Y el gran peligro lo protagonizan los cazadores furtivos en busca del marfil. Es decir, que en peligro de extinción, nada de nada. La caza deportiva no influye en la supervivencia asegurada de la especie. Si no se abatieran elefantes, África se desertizaría y los elefantes, con la trompa como periscopios, atravesarían el estrecho de Gibraltar y se comerían todas las buganvillas y jacarandas del jardín de Gunilla Von Bismark, y posteriormente los alcornocales de La Almoraima y La Alcaidesa, para terminar bebiéndose todo el vino del Puerto de Santa María, Jerez y Sanlúcar. Y de ahí, al coto Doñana a fastidiarle el veraneo a los Sánchez.
Ahora mismo, en Botswana, en el delta del Okawango, sólo en aquella zona, viven, comen, deambulan y deforestan más de 125.000 elefantes. Comparto plenamente la inoportunidad y la malísima compañía elegida por el Rey Juan Carlos en Botswana. Pidió perdón, lo que también supuso un grave error. Pero lo de los treinta postazos para rematar su elefante, y que el elefante africano –Loxodonta Africana– se encuentre al borde de la extinción, son groseras y malintencionadas mentiras o ignorancias.
Cada día que pasa hay más elefantes en África. Y me parece muy bien, porque no tengo intención de instalarme por ahí.
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